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Actitud indiferente en ¡Diles que no me maten!

Reseña sobre el cuento publicado en El llano en llamas del escritor mexicano Juan Rulfo, uno de los máximos referentes de la literatura latinoamericana.
Actitud indiferente en ¡Diles que no me maten!


¡Diles que no me maten! forma parte de la colección de cuentos El llano en llamas del escritor mexicano Juan Rulfo Vizcaíno (1917-1986), publicado en su primera edición en 1953, habiendo a la fecha varias ediciones y en distintas editoriales e idiomas. La temática principal del cuento es la indiferencia ante la vida de los demás.

El protagonista principal es Juvencio Nava, quien por haber quitado la vida a su compadre Guadalupe Terreros pasó el resto de su vida huyendo y escondiéndose de la justicia. Antes de ser fusilado, angustiado, entabla una conversación con su hijo Justino, para que éste pueda interceder por su vida ante las autoridades.

Juvencio, cuando mató a su compadre, no tuvo ninguna compasión; más bien, creía que era por una justa razón. Él había cometido esa locura porque en un momento dado su compadre Lupe, a raíz de la sequía, no le permitía que sus animales se alimenten en su propiedad, además le había advertido diciendo: “Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato”. El exhortado en vez de cumplir con lo señalado por su compadre, optó por eliminarle para que sus animales se alimenten sin contratiempos. A Juvencio lo que más le interesaba, en el momento del crimen, era la vida de sus animales que la de su víctima.

El compadrazgo entre don Lupe y Juvencio era de pura apariencia. Carecía de vínculos más estrechos y sólidos, porque no había solidaridad ni hermandad en tiempos difíciles. La sequía que se producía en el pueblo, generaba discordia entre ambos. El fenómeno natural, sin duda, puso a prueba el supuesto vínculo que existía entre ellos, además hizo que, de manera ineludible, aflore en Lupe el egocentrismo.

Juvencio, por aniquilar a su compadre, era perseguido por los representantes de la justicia. En vez de afrontar había optado por huir y esconderse. Y si en algún momento por ese hecho estuvo preso, había logrado su libertad gracias a algunos actos ilegales, así como menciona: “No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel”. Sin duda, la libertad lograda, no era de manera legal, menos mediante una sentencia judicial; entonces, como su libertad no estaba enmarcada en la ley, los representantes de la justicia continuaban con la persecución hasta hacerle pagar por el crimen.

Por otra parte, Juvencio pensaba que el delito cometido en el pasado ya estaba enmendado con su edad avanzada y con la vida atormentada que había vivido después del asesinato. A partir de ese razonamiento, él expresaba ante el coronel, que además era el hijo del asesinado, lo siguiente: “Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado”. Con ese tipo de argumentos, él apelaba a su criterio subjetivo y no a las leyes establecidas de acuerdo a cada delito.

Juvencio era, al margen de ser asesino confeso de su compadre, una persona muy desinteresada de la vida ajena; para él, su propia vida era lo único importante. Esa forma de comportarse se evidencia con el asesinato de su compadre, así también con su hijo, cuando éste le pregunta: “(…) si de perdida me fusilan a mi también ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?”, su padre sin ningún titubeo le contesta: “La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge”. En otras palabras, la vida de Juvencio valía más que la de su hijo. En su discernimiento, el hijo sólo debería estar a su disposición para que efectúe algunos mandados por más que estos sean engorrosos.

De la actitud desinteresada e indiferente de Juvencio, tampoco se salvaba su esposa, porque cuando se enteró que: “Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo”. Su desafecto primaba ante cualquier circunstancia inoportuna que vivían sus “seres queridos”. El miedo a morir por el crimen cometido le estaba distanciando de sus familiares. Sólo pensaba en conservar su vida, aunque al final no logró ese propósito.

Cuando el coronel ordenó el fusilamiento de Juvencio, después de haber realizado un breve interrogatorio, comete una ilegalidad porque no tenía una sentencia judicial, actuó más por venganza que por hacer cumplir la ley. En consecuencia, si bien Juvencio consumó una iniquidad con su compadre, pero cuando él es fusilado, también se efectúa otra ilegalidad. Los servidores de la justicia no estaban ceñidos a las normas, actuaban de acuerdo a sus criterios personales.

Los encargados de fusilar a Juvencio cumplieron la orden con saña, porque en el rostro de la víctima llenaron de bala, tal como refiere el hijo: “Se les afigurará que te ha comido el coyote, cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron”. Nadie se menoscabó de la suerte de Juvencio. El hijo poco o nada hizo por salvar a su padre; además, su afecto no estaba tan arraigado a él. No derramó ni una lágrima cuando recogió los restos de su progenitor desfigurado.

En conclusión, la actitud indiferente está presente en todos los personajes del cuento, sobre todo en Juvencio, quien al asumir una actitud indiferente, no tuvo ninguna clemencia con la vida de su compadre; sin embargo, cuando él estaba a punto de ser fusilado, por el delito que había cometido, imploraba compasión. Al margen de lo señalado, a través del cuento se puede entrever a una sociedad decadente y en crisis, ya que algunos personajes del relato -que reflejan el comportamiento real de las personas de la sociedad- son partidarios de los antivalores, como ser: la ilegalidad, la indiferencia, la deslealtad y el egoísmo.

Sociólogo y educador- [email protected]