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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Kori-Marka: una curiosa novela de ciencia ficción de los años treinta

Sobre una narrativa nacida en Bolivia que fue capaz incluso de predecir el apogeo del reguetón y su baile. Un acercamiento a Julio Aquiles Munguía.
Kori-Marka: una curiosa novela de ciencia ficción de los años treinta



La visión futurista de una sociedad utópica o distópica es un tema que ha perseguido insistentemente a filósofos, novelistas y ensayistas de todas las épocas y contextos. Se puede mencionar por ejemplo, la República de Platón; la Utopía de Tomás Moro; Una utopía moderna de H. G. Wells; Nosotros de Evgueni Zamiátin; Un mundo feliz de Aldous Huxley; 1984 de George Orwell, entre otros. Este género narrativo también fue cultivado en Bolivia, tal es el caso del escritor Julio Aquiles Munguía Escalante (1907-1983), quien después de ausentarse por varios años en Estados Unidos y Europa retornó a la ciudad de La Paz en de la década del treinta. A la postre, publicó la curiosa novela intitulada Kori-Marka, que lleva el sugestivo subtítulo La novela de Tiawanaku (Imprenta Artística, La Paz, 1936).

El relato tiene como protagonista principal a Chuqui-Wayna (joven de oro), quien sale de su comunidad denominada Kori-Marka (ciudad de oro) para dirigirse a la población de Tiwanaku, en donde logra conseguir un puesto de trabajo como ayudante de excavación. Terminada la faena arqueológica, Chuqui-Wayna ruega acompañar a la comitiva que debe retornar a la ciudad de Nueva York con todos los objetos hallados.

Tras varios años de residencia en Norteamérica, Chuqui-Wayna empezó a rememorar las palabras de su viejo amigo Wari (sabio de su comunidad) acerca de los fabulosos tesoros escondidos por los incas; estos recuerdos de infancia hacen que retroceda unos diez mil años, logrando visualizar la ciudad de Tiwanaku en todo su esplendor. Tras una apurada meditación decide retornar a Bolivia para emprender la búsqueda de la soñada fortuna. La expedición fue financiada por un comerciante estadounidense llamado Albert Pickwood; se empezó la expedición con un alto grado de incertidumbre que fue bautizada con el nombre The Kori-Marka Exploration Company. Después de una extensa búsqueda empezaron a llegar al campamento las primeras muestras de láminas y estatuillas de oro. Al ingresar en la profundidad de una grieta descubrieron el anhelado templo de oro en donde el metal precioso reverberaba entre el moho y el lodo. Los seis intensos meses de búsqueda dieron ganancias exorbitantes que ascendían a trescientos millones de dólares en oro, de los cuales correspondía a Chuqui-Wayna cien millones y una pequeña cantidad al Estado boliviano. Al retornar a Norteamérica, la prensa neoyorquina le otorgó los calificativos de “Rey del Oro” y “el último descendiente de los incas”. Este reconocimiento le significó que las academias, las instituciones científicas, los círculos intelectuales y las universidades le otorgaran plácidamente títulos honoríficos, “sin haber visto un solo libro ni por el forro, era doctor honoris causa”.

En este punto de la novela, el escritor Julio Aquiles Munguía hace un corte para dar un salto futurista: “Es el año de 1950. Han transcurrido quince años desde el encumbramiento de Chuqui-Wayna”. El autor avizora los cambios drásticos que sufriría la ciudad de Nueva York en corto tiempo: “Es una ciudad estupenda que la de tres lustros atrás (…). De todos los rincones del orbe llegan caravanas de peregrinos ávidos de conocer sus fantásticos adelantos (…). Es la ciudad maravillosa, la campeona ante la cual se inclina el mundo”. En ese tiempo se vislumbra un hacinamiento de altísimos cuerpos prismáticos moteados que llegan a la increíble altura de doscientos pisos sobre el nivel de la tierra y cuyas cúspides agudas se desvanecen entre las nubes; estas figuras darían una mirada fantasmagórica de la ciudad, en cuyos precipicios artificiales se esparciría la humanidad cual insignificantes hormigas.

A decir de Julio Aquiles Munguía, la arquitectura de esa época estaría encarnada en cada edificio que sobrepasaría toda fantasía: “Se eleva hacia el cielo en forma escalonada o piramidal, son verdaderas ciudadelas poliédricas donde viven miles de habitantes que no tienen la necesidad de salir sus límites porque disponen de todas las comodidades”. Estas ciudadelas tendrían plataformas de aterrizaje en donde se encuentran los aéreo-vehículos. Con respecto al tráfico aéreo, el autor señala que esta se encontraría reglamentada y controlada por torres en forma de conos invertidos que llevarían sirenas potentes con diferentes sonidos cuyo fin estaría enfocado en regular el tráfico aéreo con matemática exactitud. Esto se ve reflejado –escribe Munguía– en la vida cotidiana que se ha reducido al aire: “Hasta las calles y las avenidas son aéreas, que están conformadas por elevados puentes que cruzan las vías públicas y traspasan los edificios, formando una enmarañada red por donde transitan millones de peatones”. A pesar de esta locura por el dominio aéreo, las arterias de la superficie terrestre no desmerecerían la intensidad del nutrido tráfico que las caracteriza. Los vehículos más utilizados en esta esfera urbana serían los tranvías verticales y los automotrices subterráneos que atravesando túneles, puentes y calles aéreas llevarían cargamentos de masas humanas de un lado a otro de la descomunal ciudad con una velocidad asombrosa.

La modernidad futurista que vislumbra Munguía esta encarnada por los enormes rascacielos, pero sobresale la Universal Station, que es “un hermosísimo y gigantesco palacio ultramoderno de forma cilíndrica, en cuyos contornos más elevados se enroscan varias pistas superpuestas de aterrizaje donde descienden los aéro-vehículos que llegan de todos los rincones del planeta”. En las plantas bajas y los subterráneos de la Universal Station saldrían y llegarían centenares de trenes cada cinco minutos, estos serían arrastrados por velocísimas y bruñidas locomotoras que tendrían la forma de dirigibles y proyectiles que diariamente lograrían transportar millones de personas; esta explosión demográfica, en palabras de Munguía sería “un verdadero hormiguero humano”.

Otro aspecto llamativo que concibe Julio Aquiles Munguía se encuentra en la abolición de la Ley seca, esta disposición legal dio como resultado un creciente libertinaje en grado superlativo: “En los teatros, en los cabarets, en las danzas, en la indumentaria femenina, se redujo a túnicas multicolores de finísimas sedas transparentes, ceñidas sobre los cuerpos completamente desnudos, dejando percibir sus cuerpos atractivos”. Los hombres vestirían trajes bordados cuya ropa interior sería bastante corta y ajustada mostrando una fornida perfección de sus atléticos miembros. Este aspecto sería el principal incentivo visual para las mujeres de esa avanzada época.

La estética corporal del hombre moderno “está en alza, la belleza espiritual por los suelos”, dice Munguía. Los bailes estarían encarnados por la extravagancia y sensualidad: “Uno de los más inofensivos es el Dog’s Trot, en donde imitan el acoplamiento de los canes”. Curiosamente, en la actualidad este tipo de baile se hizo popular dentro de la juventud, que lleva el nombre del “perreo”, que llega hacer una imitación de los movimientos del coito en la postura del perro.

El escritor Julio Aquiles Munguía tras esta descripción de los avances tecnológicos, pone en escena a Mr. Andino Gold desembarcando en la Universal Station en una de las naves aéreas transcontinentales; este potentado y celebérrimo personaje no es otro que Chuqui-Wayna, cuyo nombre fue sajonizado desde que obtuvo la categoría de “Rey del Oro”. La ostentosa vida llena de riqueza y fama llegó a saturar el espíritu de Mr. Andino, la cual planificó una descabellada idea que consistía en construir una ciudad parecida a Kori-Marka. Para este cometido, contrató arquitectos y artistas que llevaron a cabo una de las más sonadas excentricidades en la ciudad de Nueva York. Al cabo de un año, concluyeron la monumental obra denominada la Golden City o la Ciudad de Oro, que es pintada por el autor como una gigantesca metrópoli caracterizada por su suntuosidad; cuya finalidad radicaría en promover la exhibición del placer en todas sus manifestaciones. Para lo cual, Mr. Andino ideó realizar la “Feria del Placer”, en donde se revelaría al mundo todo lo que el hombre y la mujer inventaron para deleitarse sexualmente. Enseguida, Mr. Andino convocó al primer Concurso Mundial de Belleza y esparció a los cuatro vientos la noticia de la inauguración de la Golden City y la “Feria Mundial del Placer”.

El autor narra algunos pormenores de la noche del inició de la Feria del Placer: “Se encendieron millares de reflectores y luces multicolores (…), se escuchaba un ruido ensordecedor que se confundía con el murmullo de los millones de espectadores diseminados alrededor de la Golden City”.

Una vez abiertos todos los pabellones o templos –llama la atención dice el autor– el Templo Venus que en la puerta de ingreso se encuentra custodiada por dos eunucos: “En su interior se exhibe una valiosísima colección de reproducciones en mármol blanco de todas las Venus. Se encuentran allí la afrodita de Milo, de Médici (…). Junto a cada estatua se hallan mujeres bellísimas y perfectas con sus níveos cuerpos desnudos (…). La estancia respira excitantes y deleitosos perfumes. Una música célica incita a adorar la belleza con un misticismo pagano”. El autor describe distintos templos, todos cargados de lujuria y placer, tanto así que “el visitante que ingrese sale atiborradísimo de sabiduría erótica”. También se encuentra el extravagante templo dedicado al culto de Satanás, “donde se llevan a cabo saturnales, aquelarres, misas negras, otras tantas ceremonias en honor a los demonios”. Los excesos de la carne descritos por Julio Aquiles Munguía, son calificados como la “demonélica ciudad donde se halla condensada toda la vida moderna, con su séquito de ciencias, artes y política, y todo cuanto significa avance, inteligencia y músculo”.

En el epilogo de la novela, Munguía nos muestra un desenlace apocalíptico a consecuencia de la apropiación del tesoro maldito de Kori-Marka: “La Golden City arde… Semeja un infierno dirigido por Astarté, Belial y Asmodeo”. La destrucción de la ciudad neoyorkina sería producto de unas bombas que hundirían los altísimos edificios como si se tratara de torres de papel. La gente que momentos antes se divertía en la “Feria del Placer” lanza gritos espantosos y corre aterrorizada.

El escritor Julio Aquiles Munguía con la novela Kori-Marka logró fusionar una fabulación entre una utopía y una distopía. Alcanzando en su narración una cohesión entre la reconstrucción histórica-mítica de Tiwanaku; llegando a concebir una visión futurista en donde el ser humano alcanzaría increíbles logros tecnológicos pero con un final espeluznante: Munguía, adelantándose a su época, llegó augurar los adelantos tecnológicos y la degradación moral de una futura sociedad de los años cincuenta, en este punto, le faltó al autor una mirada más amplia al siglo XX. Pero, no hay duda de que esta narración es peculiar en las letras bolivianas por la temática abordada. En la actualidad, el libro y el autor merecen una relectura o redescubrimiento –en tiempos en que la ciencia y tecnología avanzan a pasos agigantados– en donde muchos pasajes de la novela Kori-Marka no son nada exóticas para la actual generación del siglo XXI.



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