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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Hip Hop y filosofía en la plaza 14 de Septiembre

¿Qué tienen en común los MCs del centro histórico de Cochabamba y Sócrates? ¿Es el freestyle una forma de practicar filosofía? En las siguientes líneas estas y otras interrogantes similares intentarán ser respondidas. 
Hip Hop y filosofía en la plaza 14 de Septiembre



Es un freestyle y de esto se trata: se insultan en la pista, pasan la gorra y se reparten el dinero entre ambos. Un círculo de gente envuelve a los contrincantes en la plaza 14 de septiembre casi todas las noches, desde las 19:00. Los más empáticos no toman partido, sólo mueven sus cabezas sometidos al beat. Entre ellos están la Mishu, el Blexi y el Gato, tres MCs que conocí el jueves. La Mishu es una anciana de 16 años. Y no, no es sarcasmo. Hay algunas buenas razones para dejar el colegio a esa edad y ella no dudó en emplearlas. El Blexi es un aguatero que antes rapeaba y que ahora se dedica a vivir. Nunca dejó de apreciar el hip hop. Dice que le llaman Blexi porque tiene muy buena autoestima. Finalmente, el Gato es, sin lugar a dudas, un completo gato. “Me dicen Gato por mis ojos”. Yo no le creí. No sólo sus ojos eran de gato. Con él hablé justo antes de que fuera su turno de entrar a la pista.

“¿Y tú? ¿Qué haces con tu vida?”, inquirió. Era una pregunta muy intrusiva, incómoda, como las que a mí me gustaría hacer. Tenía que presentarme, todos se habían expuesto y era mi turno. Nadie oculta su existencia a plena luz de la plaza. ¿Qué iba a decir yo? ¿Qué hacía con mi vida? ¿Vivirla? No, vivirla no era suficiente para mí. “Estudio filosofía”. Eso hago. Por lo menos estaba segura de eso. El Gato pensó un momento y formuló una pregunta aún más intrusiva. Planteó un incómodo problema. “Y, ¿qué?, o sea, ¿qué hacen los filósofos?”. Era la pregunta que temía. Seguramente su interrogatorio era así de agresivo porque la adrenalina de hallarse tan cerca de entrar a la pista tenía que acumularse en sus palabras. Filosofar no era solo pensar, no era solo escribir, no era sólo leer. Definitivamente yo no sabía cómo responder y me puse a la defensiva, como una niña que ante las burlas responde con un “tú lo serás”. Entonces, me salió una respuesta que sólo después podría justificar. “Lo mismo que tú”.

“¿Que los filósofos hacen lo mismo que yo?”. El Gato apenas pudo responder con esa pregunta incrédula, pues la pista ya lo estaba arrojando a la batalla. Se encontró de pronto inmerso en el freestyle, como quien se encuentra sumergido en una meditación: absorto y activo, sus palabras eran pensamientos lo sorprendían a él mismo. En el freestyle y en la meditación es necesario seguir el beat, uno no puede controlarlo, no importa si es dueño del bafle. Uno no puede ser dueño de una meditación, sino solo preso de esta. Es necesario responder siempre a lo que te grita con una armonía salvaje. Por eso, al remate de su contrincante “… ¿Me vas a hablar tú de auténtico? Tú, una flor de plástico.”, el Gato respondió: “¿De plástico? A la mierda lo verídico, prefiero ser fantástico. Al menos no me marchito ¡ja! niño bonito, estás tan podrido y con este riff, de mi rima, vas a morir…”.

Ni el Gato ni su contrincante lo notaron, y puede que el segundo lo haya intuido, pero quizás es preferible ser una flor marchita a ser una inauténtica. “¿No crees que la metáfora de la flor sugiere que la muerte es lo que nos hace auténticos?”, pregunté al Blexi y me miró raro. Era divertido cómo reaccionaba ante mis preguntas. Recuerdo cuánto le molesté antes de eso con las típicas atormentadoras, ‘¿Quién eres?’ y ‘¿Por qué existes?’, él me aseguró que era Blexi y que existía porque sus papás no se habían protegido. Insistí en que no le había preguntado su pseudónimo y en porqué existían sus papás. Me dijo su nombre real completo, me dijo que era un humano y en la regresión causal llegamos a sus tatarabuelos. Pero yo no le pregunté su nombre, ni qué animal era y tampoco quisimos saber más acerca de su abstracto árbol genealógico. Las preguntas que se dicen últimas lo asustaron por completo. Acudió a su amigo. “¡Ayuda! Esta chica me da miedo”. Y él le preguntó burlón, “¿Qué? ¿Te está violando?”. “Está violando mi mente”, respondió lastimero el Blexi. “Si le nace una idea, tendrás que hacerte cargo”, bromeó su amigo dirigiéndose a mí. Más allá de lo gracioso de esa metáfora, la violencia que el Blexi sentía al ser interpelado con preguntas últimas era muy similar a la que se percibía en la batalla de freestyle. Después de todo, “flor de plástico” y “flor marchita” no parecían insultos tan graves, pero tenían la suficiente violencia como para sacar al otro de su cómoda situación de no responder a la pregunta por la autenticidad y la muerte.

Recordé a Violadores del Verso. Recordé el oficio de Sócrates: partero de ideas. Parece que el oficio socrático no es solo ayudar a parir ideas, sino también engendrarlas en un violento diálogo de plaza pública. Rap y filosofía hacen de la plaza un campo de batalla contra cualquier actitud confortable. Da igual que sea una plaza ateniense o la plaza 14 de septiembre cochabambina; el rap y la filosofía son públicos, se hacen accesibles para todos o no se hacen. Pero esa accesibilidad para todos no significa que todos sean capaces de apreciarlos. Hay, además, cierto orgullo marginal gracias a la incomprensión de los demás. Como dice la Mishu, “qué chido es ir a una fiesta de jailones y que tú y tus amigas le pongan las rolitas de Santa Grifa… (ser) las únicas de barrio”.

Cualquiera puede nacer en barrio, pero no cualquiera se atreve a hacer de esto un significado ético (de ethos, modo de ser), recibiendo la discriminación y transformándola en orgullo. Cualquiera puede hacer filosofía, pero no cualquiera se atreve a vivir filosofando, haciendo que la inseguridad de no poseer la verdad se convierta en la dicha de buscarla. Ni ese orgullo ni esa dicha son químicamente puros. A menudo el orgullo se mezcla con un sentimiento de inferioridad y la dicha con una profunda angustia. Por eso la batalla es necesaria, del conflicto surgirán frutos y se repartirán entre los contrincantes.

Así pasó cuando el Gato terminó su freestyle y entregó a su contrincante la mitad exacta de todo lo que en la gorra había recaudado. Después de dejar las cuentas claras, regresó al lado de sus amigos, me observó intrigado y dijo, al fin, “Entonces, ¿qué hacen los filósofos?”. Y respondí, esta vez más segura: “Lo mismo que tú, sólo que de manera mucho más lenta: un freestyle que puede durar milenios, un freestyle de preguntas que responden a quien (o a aquello que) violentamente interpela al ser humano, una batalla que reparte las ganancias (los saberes encontrados) entre los contrincantes, un ir y venir de respuestas que irán cambiando según el beat, un estilo libre que no debe perder el sentido: buscar palabras que rimen con verdad”.

Filosofía y Letras, UCB - [email protected]