Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

La Presa o la pérdida de la inocencia

El autor propone una lectura de la primera novela del escritor japonés, Kenzaburō Ōe. Rodríguez emparenta La presa con la novela Pies descalzos, de Kenji Nakazawa.
La Presa o la pérdida de la inocencia



Unos niños juegan en la tierra. En el cielo, un fuego cae hacia bosque. Se oye un estruendo. Luego silencio. Así inicia (más o menos) La Presa, del escritor japonés, Kenzaburō Ōe. Fue su primera novela y en ella trata sobre la guerra, las decisiones y la pérdida de la inocencia.

Esta historia se emparenta mucho con Pies descalzos, de Kenji Nakazawa, escritor de mangas y casi contemporáneo con Ōe. En las dos historias los protagonistas son niños que pierden, poco a poco, la inocencia y caen en cuenta de que el mundo de los adultos es cruel y destructor. El mundo de los adultos te hunde. La muerte es real. No existe esperanza (aunque Nakazawa hace una historia algo más esperanzadora).

El escenario de La presa es un pueblo pequeño, alejado de lo que llaman La ciudad. Los días son iguales hasta que cae un avión estadounidense cerca del pueblo. El niño que cuenta la historia se maravilla ante la caída del avión. Y todo cambia en el pueblo. El sobreviviente, un soldado negro, es conducido hasta el pueblo.

Kenzaburō Ōe es mucho más conocido por su novela El grito silencioso, que la publicó en 1967 (aunque muchos confunden con el título de una novela de Carlos Cuauhtémoc, que en realidad se llama Un grito desesperado: sí, las distancias son enormes e insondables entre estos dos autores).

En ella cuenta la historia de Bird y de su hijo, que nació con malformaciones (de hecho: es la novela más autobiográfica de Ōe, que tiene un hijo autista y padece una discapacidad mental).

Creo que fue Faulkner que dijo en una entrevista que todo escritor escribe acerca de sus demonios o de sus infiernos. En Una cuestión personal, Ōe se enfrenta a sus demonios-postguerra (los mismos demonios de un Japón derrotado) y sus demonios-pensamiento sobre la posibilidad de matar o no a un hijo que nace con alguna discapacidad.

En cambio, en La presa se enfrenta a los demonios-invasores. Los niños tratan al soldado negro como un animal, que apenas puede comunicarse. Como una atracción de feria. Y casi, al final, como un animal domesticado, que en cualquier momento sacará su instinto de sobrevivencia y atacará sin piedad. Ya sea a niños, ya sea a adultos.

Ōe publicó La presa en 1957. Japón ya era un país derrotado, con la esperanza de salir de la ocupación estadounidense y postrado en lo precario. No es coincidencia que ese mismo año se estrenara Trono de sangre, de Akira Kurosawa (una película acerca de la traición. Si se quiere, una versión japonesa de Macbeth). Ni es casual que pocos meses después el mismo Kurosawa estrenara Los bajos fondos (una especie de película Noir, que muestra la descomposición de la sociedad).

Kenzaburō Ōe y Akira Kurosawa, cada quien, a su modo, tal vez estaba presentando un discurso de lo que era el japonés de la postguerra: un lobo que mata otros lobos para la sobrevivencia.

Un lobo carente de recursos que quiere aferrarse al poder.

Un lobo que espera que los estadounidenses abandonen Japón.

Un lobo que se pregunta quién es su verdadero hermano.

El niño que relata la historia de La presa pierde la inocencia cuando el soldado negro lo utiliza como rehén. Pero no importa, al final el soldado negro muere.

“En un instante, la muerte brutal, lo que se lee en la cara de un muerto, unas veces la melancolía y otras el esbozo de una sonrisa, había llegado a resultarme tan familiar como a los adultos de la aldea”.

Periodista – [email protected]