Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

Tataque Quisbert: “Soy feliz. He vivido”

El recordado boxeador dejó este mundo hace una semana. Su vida estuvo llena de gloria y reconocimiento.
Tataque Quisbert: “Soy feliz. He vivido”


Aquejado por la diabetes, a los 66 años de edad, el emblemático bo-xeador y luchador libre sucumbió en su última pelea y cerró los ojos para siempre. Walter Tataque Quisbert murió el lunes pasado generando tristeza entre aquellos que admiraban su carrera.

Tataque nació en La Paz en 1958 y se inició en el ring a los 14 años. La fama internacional le llegó en 1977 cuando ganó la medalla de oro en los Juegos Deportivos Bolivarianos. Pocos años después, en 1980, se convirtió en campeón sudamericano en Brasil.

Hace un año, el periódico OPINIÓN le reali-zó una extensa entrevista en su domicilio en Cochabamba. En aquella ocasión la sonrisa del luchador cubría un rostro ya aquejado por la edad y las enfermedades. Este es un homenaje al “gigante” de Bolivia.



LA FORTALEZA DE DOS METROS

Quién pudiera anclarse en el pasado, atrasar de forma presurosa, casi desesperada, las manecillas del reloj y congelar por fin el ins-tante, de modo que el espacio y el tiempo confluyan y coincidan en una imagen: la de Walter Tataque Quisbert, aquel gigante boliviano de 2.25 metros (lejano a cualquier personaje fantástico), invitando al deleite con la oda de sus puños como aplanadoras.

Quién pudiera pedirle bondad a los años y pretender que no avancen, que se queden estáticos, que de pronto adopten poderes mágicos y esfumen su diabetes, enfermedad que controla a diario y le demanda un viaje por mes a Buenos Aires, Argentina, además de un estado de alerta constante para no excederse con el azúcar.

O ir por más, ser ambiciosos y exigirle al tiempo, con vehemencia, que lo traiga intacto, que le devuelva la fuerza, equivalente a la de 200 toneladas contenidas en un golpe. Ser mezquinos está bien, esta vez, para aquellos que no pudieron verlo en acción, para los que deben conformarse con recurrir a videos en blanco y negro, para los que repasan fotografías suyas de los 70, década en la que aplastó a su rival ecuatoriano en la final de los Bolivarianos, cuando se presentó en la pelea con más sed de victoria que técnica.

En ese entonces, era poco más que un atleta en desarrollo. Lo habían incluido a último momento, por petición de un entrenador chileno. La apuesta dio frutos, y el sacrificio del personaje, su paso inminente a la historia boliviana.

Pero nada de eso es posible. El tiempo no vuelve. Hoy, nuestro “gigante” está retirado del boxeo. A los 65 años, controla una diabetes que se presentó de forma silenciosa y de un trancazo, para poner fin a los refrescos y las comidas generosas que solía ingerir (su amigo, el pesista potosino Édgar Dávila, dice que el Tataque podía comer cuatro platos llenos en el almuerzo).

Cambió sus buenos gustos por verduras y agua. Variaron también su ritmo al caminar, su visión y sus reflejos, por mandato natural, pero lo que no mudó fue su claridad para ver las cosas. Su humildad continúa intacta, al igual que su mirada franca.

Su capacidad de ir al grano y no dar vueltas es la misma con la que señala que el fútbol un “desastre”, que ya es hora de que las autoridades se “pongan las pilas”, que el bo-xeo amateur se muere “poco a poco” y que es necesario apostar por lo nuestro, por lo boliviano.

Para él, no valen las excusas al momento de poner la vara sobre la situación del balompié local. Es por ello que cuestiona el hecho de que los clubes ligueros contraten técnicos de otras nacionalidades. “¿Acaso no tenemos aquí? Toda la vida hay que apostar ¿Cuándo vamos a confiar en nuestra gente? Los talentos están en el campo”, dice.

Además, que se anima también a exclamar su inquietud en forma de recitación improvisada. Y lo hace desde la sala de su casa, en Cochabamba. “Usted, que es joven, pelee por el deporte amateur. Pelee. Con eso, un día será grande. Apoye harto. Se lo pido por favor. Hágalo siempre. No apoye al fútbol. Es un desastre”.

Más que una veta de tristeza, más que melancolía, lo que se posa sobre sus ojos y direcciona sus palabras es la preocupación. Sí. La incertidumbre de no saber qué sucede-rá con el deporte que eligió y por el que dejó el baloncesto cuando era un muchacho.

Se declara humilde. Y sus modos lo confirman. Sin embargo, siempre hay un vestigio de orgullo. Y esa característica es, por regla, inherente a aquellos que hicieron del triunfo su mejor aliado. “Yo dejé el deporte. No él a mí. Para hacer ridículos, no es bueno (seguir)”, expresa. ¿Cómo pensar haciendo algo estrafalario a quien fue capaz de lograr que las palmas comenzaran a sentir escozor, de tanta fricción (aplausos), tras cada hazaña?

Lo casi tangible es que el Tataque sigue siendo del pueblo. Se debe a la gente, la que le confirma que continúa vigente, que la memoria es selectiva y que escoge lo mejor para el archivo.

El “gigante” de carne, hueso, piel y sentimientos, que en la última parte competitiva de su carrera se dedicó a la lucha libre (se inició en Panamá y fue acogido en Colombia), es un amante de los negocios. Tiene “pasta” para el dinero. Por eso, ahora caza talentos y lanza a las cholitas al estrellato mediante la lucha libre. Él mismo se encarga de los contratos en Europa. “Si un domingo no estoy en un campo deportivo, put.., me enfermo. En la flota cargamos el ring y nos vamos a Los Yungas. Soy feliz. He vivido”.

Abuelo de siete nietos, bromea y sonríe al decir que es un “chibolo” (niño, en jerga peruana).

¿Que si conoció a Monzón, el campeón mun-dial en peso mediano de la década del 70? Le pone la firma. “Claro...era mi amigo. Cuando me veía, me decía: hey, bolita, vení acá”.