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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Aldo Martínez, un maestro apasionado y dedicado

Enseñanza y felicidad. El reconocido profesor de música cree que todas las personas deberían ser docentes de escuela alguna vez en la vida, porque es una gran experiencia.<BR>
Aldo Martínez, un maestro apasionado y dedicado



Música y arte alegría y educación

Su amor por la enseñanza lo llevó a cultivar el arte en varias

generaciones de estudiantes.

Aldo Martínez Villarroel es un destacado profesor cochabambino, que durante los 41 años de ejercio profesional, supo fusionar la educación musical con el amor al arte, inculcando importantes conocimientos de la música a un gran número de estudiantes, tanto del colegio San Agustín como del Instituto Eduardo Laredo.

Aldo, -hijo de Max Martínez, un melómano incansable, y Ana Villarroel, una virtuosa pianista-, nació en 4 de abril de 1950. Tuvo una infancia y juventud llena de dicha junto a sus cuatro hermanos: Carlos, Rodolfo, Alberto y Patricia, dentro de una casa donde el amor por la música y el arte se fusionaron para crear un hogar perfecto.

Una formación integral

El profesor estudió y se graduó en 1972 del Instituto de Educación Integral y Formación Artística Eduardo Laredo. Unidad escolar que fue declarada, en 2015, Patrimonio Cultural e Inmaterial de Bolivia, donde vivió las experiencias más gratas de su vida, hasta el día de hoy, según él mismo afirmó.

Entre sus recuerdos más atesorados, se encuentra su formación a lado de Franklin Anaya Arce, creador y exdirector de dicha escuela de artistas, quien lo impulsó, junto a sus compañeros, a luchar por sus sueños y ser felices, y por eso se convirtió en su inspiración.

Aldo recuerda que durante el último año de colegio, él junto a 11 estudiantes, tuvieron la idea de crear un coro y dar una gira por Bolivia. Como jóvenes soñadores, decidieron comentarle la idea a su director.

“Nos acercamos a don Franklin pensando que rechazaría nuestra idea, sin embargo, nos apoyó. Hizo contactos en otras ciudades y viajamos por cuatro ciudades del país, durante 14 días, en los “quinienteros” de esa época, una especie de vagoneta. Él quería que seamos felices”, recordó.

Otra etapa de vida

Al culminar el colegio, al igual que muchos compañeros de su generación, Martínez no sabía qué rumbo tomar, pues la universidad pública estaba cerrada por las circunstancias sociopolíticas de esa época. Fue entonces que se le presentó la oportunidad de estudiar en la Escuela Nacional de Maestros Mariscal Sucre y decidió aprovecharla. “Los profesores preparaban a los alumnos para cantar en horas cívicas, les enseñaban himnos y eso me decepcionaba un poco, aunque, no pensaba ejercer como profesor de música”, comentó Martínez.

Al culminar sus estudios, en 1976, recibió dos ofertas laborales, que marcarían el camino de su vida, dedicado a la enseñanza musical. “Me llamó mi maestro, don Franklin Anaya y con una voz gruesa, me dijo: ‘usted tiene que venir a trabajar aquí’. Al día siguiente me llamaron del colegio San Agustín, para ofrecerme el mismo cargo. Desde entonces, a la fecha, son 41 años, que ejerzo como profesor de música”, comentó con una sonrisa en los labios.

Para él, estas oportunidades laborales, transformaron su vida, pues se dedicó a enseñar, pero con una metodología dinámica y divertida, que iban acorde a sus objetivos, era algo que hasta ahora lo hace muy feliz.

Martínez comentó que durante 30 años dirigió el coro del Laredo, con los que llegó a viajar a Sucre y Potosí para dar conciertos, una actividad que le servia para apreciar el arte de otras ciudades. También, durante cuatro años, fueron invitados por el liceo chileno “LEA”, -similar en educación al Instituto Laredo-, para realizar intercambios culturales. “En una oportunidad llegó un grupo y cuando tenía que partir recuerdo ver a una jovencita, que con lágrimas en los ojos, que le decía a su profesor que quería quedarse a estudiar en nuestro colegio. Es que el Laredo siempre fue un hogar donde todos aprendemos y somos felices”, comentó. Pero, también, los “agustinos”, jóvenes del colegio San Agustín, disfrutan la materia, ya que Martínez enseña ahí historia de la música y el arte, pero sobre todo a apreciarla. “Los chicos descubren la música, parece que se abriera una puerta a un jardín desconocido e infinito al cual hay que explorar. Preparo a mis alumnos desde el ámbito del arte, la pintura, escultura, arquitectura y, claro, música”, comentó.

Familia de artistas

En febrero de 1976 se casó con Sonia Achá, pianista y también profesora del Laredo. “Ambos nos graduamos del colegio y salimos juntos profesionales. En Sucre se intensificó la amistad y nos enamoramos. Nos casamos y tuvimos una fiesta sencilla con la familia y algunos amigos. A los pocos días de casado comencé a trabajar”, comentó.

En diciembre de ese mismo año nació Paola, su hija, quien también estudió en el Laredo, los convirtió en abuelos de Gabriel, que tiene 15 años, y Rafael de cinco.

Martínez comentó que su matrimonio es especial, pues siempre han sido una pareja muy unida y nunca tuvieron peleas. “Es por eso, que cuando cumplimos 25 años, Bodas de Plata, decidimos celebrarlo en grande y revivimos nuestro romance”, comentó.

Tiempo libre

Fuera de las aulas, Martínez practica golf desde muy pequeño, deporte que lo llevó a participar en algunos torneos y ganar premios.

“Mi padre jugaba golf y me enseñaba. Tuve 40 años de receso, luego regresé y obtuve algunos trofeos nacionales. Me divierto y sirve para relajarme”, dijo.

Martínez comentó que en algunas oportunidades practica este deporte en la cancha de golf en Sipe Sipe, junto con algunos amigos.

Además, durante las noches, Martínez continúa con sus actividades académicas, enseñando a grupos de señoras sobre el arte de la música.

Para él es prioridad que sus estudiantes tengan cultura musical. “Muchos afirman que no les gusta la música clásica, pero es porque no la entienden. Mi trabajo es que mis alumnos sean capaces de escucharla, la puedan disfrutar y aprendan. Lo mismo pasa con la pintura”, comentó.

Filosofía

Para Aldo Martínez la enseñanza es parte esencial de su vida.

“Dicen que para ser hombre hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Yo aumento uno cuarto que es enseñar en una escuela, ese es uno de los más importantes que hacen dichosa mi vida”, comentó con la simpatía que lo caracteriza.

Alumnos

Las vivencias con sus estudiantes han sido muchas. Los recuerdos, travesuras y ocurrencias con cada uno de ellos son muy apreciados por este reconocido y querido profesor.

“Cuando me encuentro con mis alumnos o exalumnos siempre nos abrazamos y expresamos nuestras simpatías. Muchos de ellos me cuentan sobre sus viajes y los lugares que visitan. Por ejemplo uno que fue a la Capilla Sixtina recordó mis clases al observar los frescos de Miguel Ángel”, destacó emocionado.