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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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La gran Velia Calvimontes Entre libros e inocencia

Escritora cochabambina. Comúnmente asociada a la literatura infantil, Velia no desea contribuir a la separación. Con una fantástica carrera en el arte de la palabra, prefiere la universalidad: “literatura es literatura y s
La gran Velia Calvimontes Entre libros e inocencia



“Yo crecí entre libros y muñecas”, afirma Velia Calvimontes Salinas, sentada en una sala repleta de pequeñas figuras de cerámica y porcelana (representando distintos nacimientos navideños) y un buen número de libros. Algunas cosas no cambian. Qué bueno.

Nacida en Cochabamba, el año 1935, Velia llegó a completar el hogar de Flora Salinas y Leónidas Calvimontes. “Mi mamá fue la primera escritora de libros para niños en Bolivia”, recalca Velia. “Antes de que ella escribiese lecturas infantiles, estas tenían que importarse de España, Chile y Argentina; lo que también dificultaba a la gente muy pobre entrar a las escuelas, porque eran libros caros”. Su padre, otro aficionado de la literatura, se mostraba más como lector.

“Recuerdo que muchas personalidades venían a visitar a mi mamá, ella era muy conocida y apreciada (…) y yo permanecía en la sala, nunca nos prohibieron a los niños entrar cuando estaban los mayores”, relata.

“Y Velia, ¿tú qué vas a ser cuando seas grande?”, le preguntaban a menudo. “Yo voy a ser escritora”, les respondía la niña. “Bueno, nunca he sido grande, como verá”, dice, en un claro guiño a su pequeña estatura, pero vaya que cumplió su temprana declaración.

De esta forma, junto a su hermano mayor, Günther, vivió una infancia estimulante, pero no libre de penas. Cuando Velia tenía apenas siete años, su madre falleció.

Evidentemente, este episodio tuvo un fuerte impacto en su vida; la huella es clara en “Imágenes de mi edad de oro” (2015), una obra con la que parece sanar del dolor de la orfandad.

INSTRUCCIÓN ALEMANA

“Yo he estudiado en el colegio Alemán, el legítimo Alemán”, precisa, refiriéndose a esa escuela fundada en plena década de los 40 por un grupo de religiosas alemanas, en la esquina noreste de la plazuela Colón.

Así, bajo el estricto esquema europeo, Velia comenzó su formación en Humanidades. “Y vino la guerra”.

El conflicto bélico mundial, en el que Alemania era parte del elenco estelar, provocó que los profesores del colegio Alemán, prácticamente varones alemanes en su totalidad, fueran extraditados a Estados Unidos, dejando miedo e incertidumbre entre las monjas del colegio, las estudiantes y sus padres. Los temores iniciales, sin embargo, fueron despejados gracias a la correspondencia que Leónidas mantenía con el exdirector de la escuela, quien le aseguró que los maestros estaban siendo muy bien tratados en el norte.

Recuerda que tras este impase, las religiosas cambiaron el nombre de la unidad educativa a “Tadeo Haenke” —en homenaje al botánico que trabajó tanto tiempo en nuestro país— tal vez para evitar ser asociadas a la cada vez menos estimada imagen de Alemania. “Pasaron los años, y ya más tranquilas, las monjitas vieron que no había nada que temer, y le pusieron colegio Santa María”, relata Velia. Poco después, el establecimiento quedó con su nombre definitivo: Alemán Santa María.

MAESTRA BILINGÜE

Con la Revolución Nacional concluida, en 1952, Velia se graduó como bachiller, y se mudó a La Paz para estudiar Medicina. Sin embargo, las clases de esta carrera ya habían iniciado, por lo que pospuso su inscripción.

Su papá, nada entusiasmado ante la idea de que su hija perdiera tres o cuatro meses solo esperando, le sugirió asistir a clases de inglés, en la Normal Simón Bolívar; lo que hizo, en calidad de oyente, con la autorización del entonces director, Carlos Carrasco.

Al finalizar el primer periodo académico, Velia había rendido excelentemente cada prueba, por lo que decidió quedarse con esta opción profesional.

Después de cuatro años de estudio reglamentario, se graduó como maestra de inglés, tras lo cual, casi inmediatamente, se fue a Estados Unidos, donde su hermano Günther ya residía algunos años. Esa primera estadía fue corta. “Era un medio tan diferente al que yo estaba acostumbrada”.

De regreso en la Llajta, encontró trabajo como traductora en una compañía norteamericana de estudio de suelos llamada Chaco Petroleum Company.

“Y me encantó. Y de ahí me casé y me fui a Estados Unidos”, resume. Así, su unión con Manuel Rodríguez Negrete (†) marcó la siguiente etapa personal y profesional de Velia. Además de esposa y madre, pronto se convertiría en la escritora que siempre deseó ser.

con SUS propias PALABRAS

Con varios textos inéditos, Calvimontes vio que era momento de difundir su trabajo, sin esperar a que alguien lo hiciera por ella. “Recuerdo que fui a una imprenta pequeña, sobre la calle Nataniel Aguirre; charlé con el dueño, le pregunté si podían imprimir mi libro, y no me cobraron caro, eran muy correctos”, recuerda. Así, con menos de 300 ejemplares de su primer libro, una colección de cuentos llamada “Y el mundo sigue girando”, se movilizó ofreciendo la edición a colegas y amistades.

Pero el empujón real se dio gracias a los premios que ganó. El otorgado por el Ministerio de Educación, a inicios de los 90, hizo posible la publicación total de siete narraciones, enviadas por Velia a esa convocatoria.

“Así, así se empieza”, manifiesta.

A partir de ese logro, su carrera despegó, pero ella se mantuvo con los pies en la tierra, escribiendo y trabajando con el Comité de Literatura Infantil y Juvenil de Cochabamba, en actividades de motivación a la lectura. Al respecto, atesora la ayuda de Rosángela Conítzer, hija de Yolanda Bedregal (miembro fundador de este comité), quien ayudó a gestionar una beca, que les permitió conseguir un pequeño espacio para su biblioteca, ahora ubicada sobre la calle Francisco Bedregal, el padre de Yolanda. Poética coincidencia.

La obra de Velia Calvimontes aparece atravesada por sus vivencias y las imágenes de su propia historia. “El uniforme” (Y el mundo sigue girando) —el cuento de apertura de su primer libro, obra que logró conmoverme como pocas— surgió de la observación de una experiencia real de exclusión en un evento cívico. Esa preciosa historia, humilde y humana como sus protagonistas, simboliza bien la prosa de Velia, nunca presuntuosa, sino real y cálida, como ella también, tal vez pequeña en su presentación, pero enorme en espíritu.

El inicio

Aunque Velia escribió siempre, no fue hasta su adultez que lo hizo “seriamente”.

“Todos los años, 0 al menos una vez al año, recuerdo que decía ‘yo voy a escribir un día’, pero nunca me he forzado ni he sido una escritora precoz”, cuenta.

Ya en la adultez, la inspiración finalmente le llegó. “Así, una tarde otoñal, sentí ganas de escribir, y dije ‘ha llegado el momento’, y desde ese día, hasta hoy, no he dejado de escribir, ni de leer”, manifiesta.

Premio sin premio

Uno de los primeros reconocimientos que Velia recibió se dio gracias a su cuento “Regalo de Navidad”, que postuló a un concurso de la universidad Tomás Frías de Potosí. “Lo mandé, y nunca supe nada, hasta que unos amigos de mi papá lo llamaron, felicitándolo porque leyeron en la prensa que yo había ganado el primer lugar”. Sin embargo, el premio nunca llegó. ¿Qué pudo haber pasado? Hoy, Velia prefiere no pensar más en ello.

División

A lo largo de su carrera, Velia recibió varios reconocimientos, nacionales e internacionales, como el prestigioso Premio "Jorge Luis Borges", del que fue acreedora en tres ocasiones.

Si debe indicar qué plaquetas o medallas guarda con más orgullo, Velia no hace distinción, todos valen. Para ella, la verdadera recompensa es encontrarse con algún lector, en la calle o en una feria, y escuchar cómo disfrutaron de una obra suya.