Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 13:26

La Mula

Comentario sobre la última película dirigida y protagonizada por Clint Eastwood.


Clint Eastwood fue un matón a sueldo. Fue un actor de reparto. Fue un vaquero en el ocaso del viejo oeste. Fue Harry el sucio. Fue un astronauta. Fue un entrenador de boxeo. Fue un anciano racista que ayudó a unos jóvenes coreanos. Fue un reo que escapaba de la policía. Fue un fotógrafo destinado a tener un amor fugaz pero eterno.

Clint Eastwood es, en la actualidad, uno de los mejores directores de Estados Unidos. Y lo confirma con La mula. Esta película es una especie de road movie mezclada con el género de redención (que muy bien sabe usar Eastwood; véase Gran Torino). Eastwood actúa y además dirige.

Creo que Víctor Hugo dijo que toda obra que aspira a ser clásica es imperfecta, y en guiarnos en su imperfección está la habilidad del narrador. Esta premisa es válida para toda obra de arte (véase al “David” de Miguel Ángel, con uno de los brazos más largo que el otro, pero que cuando se ve el cuerpo entero, los ojos fieros, el rostro tenso antes de la batalla, no parece ser así).

Clint Eastwood aspira a ser un clásico del cine. La mula es una obra imperfecta pero que no desentona en su conjunto.

Aquí un resumen, sin spoilers: un nonagenario jardinero, que gana premios y se despreocupa de su familia, después de diez años en la industria de las flores queda en bancarrota. Su casa y su trabajo quedan embargados. Su hija lo detesta. Su exesposa lo detesta. Su nieta es la única que saca cara por él.

Entonces: en la fiesta de compromiso de su nieta hay problemas. Su exesposa le dice que sólo piensa en él y que jamás pensó en otras personas. El anciano decide irse, pero aquí empieza el nudo de la narración: un amigo de la nieta le ofrece un trabajo sencillo. ¿Cuál? Llevar cargamento de un lugar a otro de los Estados Unidos. ¿Qué cargamento? El anciano no lo descubre hasta su primer envío.

Está claro que la historia es sencilla. Y Clint Eastwood lo sabe. Y la narra acercándose a la estructura clásica de contar una historia: introducción-nudo-desenlace. En la primera parte describe el oficio del anciano y cómo actúa en el mundo que lo rodea (El Paso-casi frontera con México). En la segunda parte narra el problema ético de pasar la droga a través de los Estados Unidos. Y en la tercera parte hace que el personaje busque la redención (de su vida, de su alma, de sus acciones).

Esta misma historia en manos de un director joven se hubiera convertido en una película de acción y de explosiones. Clint Eastwood decide contar la historia como una anécdota que se cuentan dos amigos en un bar y de fondo se oye música country y hay varios veteranos de alguna guerra que sucedió en el siglo XX.

También parece una carta de despedida (cuando la vi sentí lo mismo que cuando Hayao Miyazaki dirigió Cuando el viento se levanta o cuando Sergio Leone dirigió Érase una vez en América). Tal no es así y Clint Eastwood tiene aún mucho para dar (fijarse bien en la escena donde el anciano planta una flor; mirar el rostro del anciano ante la flor, esa mirada de deslumbramiento y de cansancio, esa mirada de camino recorrido).

Frente al negocio de las películas y las filas que se hizo la anterior semana para ver el final de una era de algunos superhéroes. Frente a la prensa que publica la cantidad de millones que gana una película y que si no logra esa cantidad es un fracaso. Frente a las películas que son una especie de úselo y tírelo, Eastwood se mantiene impertérrito y consecuente al siglo en que nació (1930): busca ser un clásico..



Periodista y escritor - [email protected]