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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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FERIA LIBRE

Cócteles

En esa deliciosa película de los hermanos Coen titulada El gran Lebowski, es imposible no quedar con ganas de probar el misterioso cóctel que el personaje brillantemente interpretado por Jeff Bridges (el hijo del “Investigador Submarino”, como me gusta llamarle) prepara o solicita en cada ocasión que puede. Aquello le provoca tal placer que cualquiera se contagia. Pues se trata de un “Ruso Blanco” y es tan simple como esto: una porción de vodka, media de licor de café y media de crema ligera, más bastante hielo, todo bien revuelto aunque sea con el dedo. Es un alimento casi completo: alcohol, azúcar, cafeína y leche. Solo falta la nicotina para paladear el paraíso. Refrescante por añadidura. Pues en mi guía de bolsillo de cócteles (edición pulp del año 1940, con perdón), bajo el nombre de “Oso Ruso” aparece el mismo combinado pero con licor de cacao en lugar de café. Ya que estamos con el vodka, no puedo dejar de mencionar el mítico “Bloody Mary”, dicen que nacido en los años 20 en el café New York de París. Según mi guía, el preparado clásico lleva: una porción de vodka, dos de jugo de tomate, un tercio de jugo de limón, una pizca de salsa inglesa (Worcestershire Sauce), más sal y pimienta al gusto. Algunos le meten un poco de salsa picante (Tabasco, por ejemplo). Todo al hielo, bien entendido.

A mí me pasa lo que a muchos trabajadores intelectuales, o sea que nuestro trabajo no es remunerado o mal remunerado, y siempre ando corto de plata. De modo que cuando tengo ganas de beber tengo que batirme con lo que hay en casa. Suele haber ron y tomarlo con Coca-Cola, la deleznable “Cuba Libre”, me parece un asco (“el inmundo brebaje del imperialismo” solía decir el presidente Allende). De modo que recurro a mi guía. Encuentro varias soluciones, como el Bacardi (que es una marca): mezcla dos porciones de ron, el jugo de medio limón y dos pizcas de almíbar (jarabe de azúcar). El limonero de mi patio trasero provee la cuota cítrica. Hay una segunda versión, de color rojo, que en lugar de almíbar pone granadina. ¿El daiquiri es lo mismo? Pues más o menos, aunque usa azúcar flor (glas) en lugar de almíbar. Ahora, el daiquiri en la literatura, ni hablar: el protagonista de Islas en el golfo de Hemingway ingiere cantidades en el Floridita y después se agarra a bofetadas con quien pilla, como solía hacerlo el escritor. Yo mismo pedí uno en ese bar imperdible de La Habana, me cobraron un ojo de la cara por cumplir el ritual. También es aficionado el protagonista de Nuestro Hombre en La Habana de Graham Greene, que se permite además teorizar en el Havana Club sobre la diferencia entre Bacardi y daiquiri.

Cuando estoy de cumpleaños me suele llegar de regalo una botella de bourbon, el whisky de maíz que fabrican los gringos. No olvidaré un cumpleaños que pasé en el Kosovo, cuando una mujer policía de Chicago, con quien hice una afable y divertida amistad, me obsequió una caja con seis botellitas de bourbon, la mayoría de Kentucky, donde nació ese destilado. Venían los infaltables Jack Daniels y Jim Beam pero también otros no tan conocidos para mí, como el Hudson Baby (que es de Nueva York), el Old Forester y el Four Roses, marca centenaria. Todos gustosos aunque me quedo con el Wild Turkey por el nombre, la riqueza de sabores secundarios y la etiqueta. Los cócteles con bourbon son los mismos que los del whisky escocés de granos de cebada malteada y otros (los “blended”), pero lo prefiero “on the rocks”, con hielo de baja temperatura y un toque de agua mineral gaseada.

Frank Sinatra es recordado como gran bebedor de bourbon, se aclaraba la garganta con una buchada de Jack Daniels y pidió que lo enterraran con una botella. La leyenda dice que nunca le pagaron por esa publicidad gratuita. Un guitarrista egregio llamado Keith Richards es otro devoto del Jack Daniels, tanto que según se sabe el maniático y dictatorial Mick Jagger lo prohibió en los camerinos de los Rolling Stones.

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