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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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[EL NIDO DEL CUERVO]

Sobre ese mítico ser

Sobre ese mítico ser



El mito que se ha generado en torno a la vida y obra de Jaime Saenz ha hecho de este autor un ídolo al que venerar, una figura plasmada en uno de los vitrales del templo de nuestra identidad nacional. La palabra de Saenz no buscaba otra cosa que hablar de lo oculto, lo marginal, de una realidad extraordinaria que llamaría “La Noche”, también título de su obra, un espacio opuesto al cotidiano día. Él, cual profeta, intentaba hablar de lo sagrado con una voz mortal.

El Vacío, ese espacio de creación, es propiciado por la Noche, la verdadera, en la que ingresa el poeta y donde se reconstruye el mundo. De acuerdo con M. Fernández en “La noche. El horror vacui en la poética de Jaime Saenz”, se crean nuevos significados para los significantes. El vivir es el modo de ser con el que las personas, la gran mayoría, enfrentan el mundo. En Recorrer esta distancia, Saenz habla de la actitud de aquellos que viven en el día, y dice: “Vivir es difícil: cosa difícil no decir nada”. El mundo del día está hecho para reprimir, nos obliga a permanecer callados y eficientes para servir al sistema en el que se vive (sin preferencia); debido a su influencia, el día logra que aquellos que lo habitan aborrezcan y teman a lo que permanece fuera de dicho sistema, esto es lo marginado, esto es la Noche. Lo marginado se entiende como aquello que no vive de acuerdo a las normas, lo moral, filosofía del mundo de las “habitantes del alba”. Estos sectores marginados como el de los vagabundos, alcohólicos, prostitutas, etc., son el punto desde el cual Saenz accederá a la Noche y enfrentará al mundo del Día. Es cuando el poeta se niega a ser un “actor” o un “espectador” de esta farsa que es el Vivir que decide morir para renacer en la Noche.

La Vida consiste en un dejar de representar algo que no somos, algo que debemos ser en el mundo del día, para ser lo que realmente somos; pero llegar a la Vida conlleva sacrificios y decisión. En Felipe Delgado, al principio de la obra, el padre del protagonista le dice a su hijo que se debe buscar la soledad “para sufrir, para meditar, para morir, en fin para crecer con el mundo...”. Este morir y renacer para la Vida es un sacrificio que pocos, elegidos o condenados, están dispuestos a hacer, debido a que conlleva un abandono de todas las imágenes que hasta ese momento guiaron su vida, conlleva el enfrentarse con su destino, enfrentarse con el Vacío.

M. Fernández comprende el Vacío como un aniquilador de todo lo que existe, pero, en realidad, el vacío es similar al límite entre el mundo del vivir y el de la Vida. La Vida se entiende como creadora, constructora, como poesía. El vivir no puede admitir a la Vida, no puede admitir que haya un espacio sin nada en él, y el hombre que lo habita “no puede comprender otra cosa que no sea el vivir”. Es por eso que el hombre teme al vacío, teme a tener que crear, a ser partícipe de algo por su propia cuenta, en fin, teme a quedarse solo en la inmensidad de la nada sin algo que lo oriente. La idea del vacío absoluto no es lo que aterra, sino la idea estar consciente del vacío, de enfrentarse a él. Esto es lo que ocurre cuando aquellos que habitan en el vivir se enfrentan con lo marginado, los adoradores del alba ven una fisura en su mundo al enfrentarse con lo que permanece oculto durante el día y tienen miedo de recrear el mundo desde la nada para que abarque la verdadera realidad. El poeta es aquel que ya ha superado ese miedo y que habita en el espacio del Vacío, espacio de Creación, de Vida, no teme ser partícipe de su destino.

“En las profundidades del mundo existen espacios muy grandes

— un vacío presidido por el propio vacío,

que es causa y origen de terror primordial, del pensamiento y del eco” (Recorrer esta distancia).

Según B. Wiethüchter, en la obra de Saenz se puede ver el paso de una orilla a la otra a través de un salto ontológico. Dicho salto es producto del abandono del vivir, es mediante el morir que renacemos a la Vida, entonces la Muerte y la Vida se convierten en iguales. Este salto nos conduce a otro “modo de ser”, en el que el tiempo ya no es transitorio y el espacio ya no está delimitado. El Vacío se hace presente en este momento. El “espacio sagrado” es el lugar al que accede el poeta luego de haber muerto para el vivir, pero esa muerte, como ya lo mencionamos, es un sacrificio muy doloroso y a la vez extenso. En La Noche, el protagonista refiere que no cualquiera puede ingresar a la Noche, solo aquellos bebedores que han estado durante mucho tiempo bebiendo al borde de la muerte acceden a entrar en los dominios de la Noche.

Lo que se puede interpretar a partir de este pasaje es que ni siquiera si cumplimos con el ritual podríamos estar seguros de acceder a La Noche. Los “predestinados” son los únicos capaces de volver de los dominios de la Noche. En la antigua Grecia se consideraba que solo aquellos con un favor divino podían ingresar al inframundo, reino de la muerte, y regresar al reino de los vivos. Dentro de la tradición judeocristiana, solamente los profetas, elegidos por Dios, lograban estar en presencia de lo sagrado. Del mismo modo, podemos equiparar esas imágenes con la del poeta; Dante en su ascenso al Paraíso (espacio sagrado), tuvo que pasar primero por el infierno; del mismo modo, para ingresar a la Noche el poeta debe pasar dolor y angustia, y solo a él le está permitido volver de los territorios del “más allá”.

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