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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Diarios de invierno

Sobre la novela autobiográfica del escritor estadounidense Paul Auster (1947), publicada en 2012.
Diarios de invierno



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Hay autores que son maestros. Hay otros que son entretenimiento. Los autores que son maestros son los que importan. Entonces, boten los libros de Dan Brown. Entonces boten los libros de Edmundo Paz Soldán (en el caso boliviano). Entonces compren los libros de Paul Auster, y sobre todo, Diarios de invierno.

Algunos pasos en la creación literaria (o breve charla sobre la creación de personajes en un café de la plaza Abaroa).

Primero: Auster tiene la capacidad de crear un personaje sólido (él mismo), que en un principio da lástima, luego nos enfurece, nos desborda y luego nos guía por esa maraña de edificios y departamentos que es Nueva York, por esa maraña que son los recuerdos y por esa maraña que es la sangre de nuestra estirpe: loca, distante, a veces sórdida.

Segundo: tenemos al personaje Paul Auster y tenemos a los personajes que lo rodean. La capacidad de un escritor es saber crear personajes y su mundo, en ese mundo a tu personaje principal, en ese mundo a tus personajes secundarios. Auster lo sabe y entrelaza vidas y anécdotas como un buen director de orquesta.

Tercero: para que exista una relación con el lector se debe crear al personaje más difícil de crear: el narrador. Paul Auster crea un narrador en segunda persona, que habla con Paul Auster (personaje) y a la vez reflexiona (en su estructura decide escribir párrafos largos, con muchas comas, como es el pensamiento, incluso a veces sin comas) y cuenta su historia a sí mismo, en un presente que es frío y de cemento. Borges estaría contento y también Edgar Allan Poe (el Edgar Allan Poe de William Wilson).

Un ejemplo: «Una mujer preciosa, en realidad, una joven con un cuerpo muy atractivo, de pechos generosos, brazos y hombros magníficos, trasero soberbio, caderas espléndidas, piernas fastuosas, y al cabo de tres largos años de frustración y fracasos, empiezas a sentirte feliz, más de lo que te has sentido en momento alguno desde que empezó tu adolescencia».

Otro ejemplo: «Tu cuerpo en pequeñas y grandes habitaciones, tu cuerpo subiendo y bajando escaleras, nadando en estanques, lagos, ríos y mares, tu cuerpo atravesando laboriosamente campos cubiertos de barro, tu cuerpo tendido en la alta hierba de prados solitarios, andando por las calles de la ciudad, ascendiendo trabajosamente por lomas y montañas, tu cuerpo sentado en sillas, tumbado en camas, estirado en playas, montando en bicicleta por carreteras comarcales, caminando por bosques, praderas y desiertos, corriendo por pistas de ceniza, saltando en suelos de madera, de pie bajo la ducha, metiéndose en baños calientes, sentado en retretes, esperando en aeropuertos y estaciones ferroviarias, subiendo y bajando en ascensores, yendo incómodamente sentado en coches y autobuses, caminando en medio de tormentas sin paraguas, sentándose en aulas, mirando en librerías y tiendas de discos (R.I.P.)».

Para alguien que quiere escribir, es una buena escuela. Es la mejor escuela. Carlos Decker Molina me lo recomendó. Me dijo: «Te ayudará». Y estuvo en lo cierto. Y fue el mejor regalo que alguien pudo darme (bueno, no. Sacar mi cédula de identidad en menos de cuatro horas es el mejor regalo acá en Bolivia).

Léanlo, Paul Auster se lo merece.

Periodista - [email protected]