Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 11:51

[El Nido del Cuervo] El libro alado de la memoria

[El Nido del Cuervo] El libro alado de la memoria
El legado platónico más hermoso aún vigente en nuestros días quizá se resuma en la anatomía de las alas. Pensar en volar todavía resulta grato e idóneo, el sueño humano al que más se recurre para hablar de cosas que nos hacen felices. El mito de Ícaro y su padre Dédalo muestra a dos incomprendidos humanos que, en un intento desesperado por huir de la ciudad que los aprisiona (Creta), construyen para sí mismos alas. Platón, por su parte, caracteriza al filósofo como un ser de mente alada, que goza de una memoria de buena calidad, en cuyo recinto conviven rastros de un paradisíaco lugar anterior. Pero no solo la filosofía tiene el privilegio del vuelo, sino también el amor y la poesía. Por Sócrates nos enteramos de que los albores celestes de esta última germinan en el arrebato (entusiasmo) al que somete la musa al bardo, el ser frágil que gracias a ella poetiza. Para el amor la situación es análoga: la visión o sensación de algo bello destapa cierto deseo aéreo.

Estas situaciones que despiertan intuiciones aladas se explican en base a una potencialidad: todo hombre es capaz de volar, pero no todos lo logran satisfactoriamente. La universalidad de esta afirmación data de un tiempo anterior al natal, donde, en efecto, el virtual humano se desplazaba en pos de las rutas del cielo gracias a sus órganos voladores, en aquel entonces íntegros y vigorosos, y, ahora, tristemente mermados. La memoria de aquel peregrinaje subyace en el ala averiada y atisba una posibilidad de salir a la luz en actividades entusiastas como las descritas, con la esperanza de desplazar al olvido.

El amor por lo bello es la fe más inmensa de lo mnemónico. La locura de Afrodita y Eros, como la llama Platón, sensibiliza a cualquier humano y lo hace propenso a ser alado, aun cuando esta cualidad pudiese descarriarse o anularse. Las constreñidas alas, que antes estuvieran macizas y completas, se pueblan ahora de un inusitado calor líquido que las relaja y acompasa. En la tina del amor, henchidas del deseo sobre el cual flotan y descansan sus cuerpos, van recobrando aquella fuerza pasada. El brío es engañoso, y algunos creen que ya están listos para el despegue. Desesperados, prosiguen a zarpar sin siquiera haber completado las valijas de un larguísimo viaje. Obnubilados por la primera impresión, agitan sus alas a la par del viento, deseando llegar lo más lejos posible, a los lugares más altos del orbe. No escuchan consejos; como Ícaro, desobedecen al padre, y, animosos y extasiados por alguna fogosidad extrema y bella, se desplazan más allá de las nubes.

Ícaro se ve entre las aguas del mar, que amenazan con mojar sus alas e imposibilitarle el vuelo, y el sol, cuya intensa calidez representa también un peligro. Ante el vozarrón del padre Dédalo, Ícaro tan solo finge oír. Los rayos del sol, pálidos y potentes, impactan aún de lejos sobre su piel y sus fabricadas alas de artesano. El amor de Ícaro por el firmamento y la inexplicable sensación, ensoñada y familiar, de desplegar unas alas, lo conducen, fatal e inevitablemente, al cumplimiento de las predicciones paternas: el sol deshace, finalmente, sus alas. Ícaro cae, trágicamente, a las olas azules del mar que se bambolean bajo su vuelo.

El asomo de alas no implica una certidumbre inmediata de despegue. Los desprevenidos alados que se aventuran sin más hacia el cielo, peligran, como Ícaro, olvidar algo. El amor que brinda memoria ante la contemplación de algo bello es susceptible de caer en las redes tramposas del olvido, su contraparte, que en realidad no es más que la evocación dormida y estática, la remembranza que hiberna. Ícaro cae al agua, y, con él, sus alas, que, desprendidas ya de su cuerpo, son absorbidas en forma de restos hacia el fondo del mar, el olvido donde reposan miles de tesoros. Ícaro siempre tendrá presente, entre sus recuerdos, aquellas alas y la bella sensación de su posesión, y a menudo intentará recuperarlas de alguna u otra manera aquí, en esta vida, como un muchachillo ansioso de cierto amor no olvidado, sino tan solo buscado en otros cuerpos, en otras vidas, en otros movimientos, en otros ojos y en otras pasiones.

Filósofa - [email protected]