Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 22:24

Diez



Una década después de haber sido el único boliviano que integró la primera lista Bogotá39, el escritor Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981) evalúa en esta entrevista el impacto que tuvo para su carrera esa selección, que este 2017 se ha renovado con una nueva camada de autores latinoamericanos.

“Podría ser interesante repetirlo cada 10 años”, dijo la española Cristina Fuentes del Hay Festival de Colombia, en 2007, como quien lanza una premonición, cuando le preguntaron sobre la posible continuidad del Bogotá39-2007, que ponía nombres, caras y nacionalidades a 39 escritores latinoamericanos menores de 40, la sangre nueva de la literatura de este lado del mundo. Esta lista de 39 nombres se ha convertido en la gran lupa que resalta los nombres de algunos de los mejores escritores jóvenes de la región y, casi sin querer, les instala un GPS gracias al cual los lectores querremos siempre volver a ellos, a sus libros.

Hace diez años, con la misma sacudida premonitoria con que Fuentes se adelantaba a una posible selección Bogotá39-2017, los nombres de algunos de esos 39 escritores aparecían ya en negrillas, como una promesa. Escritores hoy tan conocidos y leídos como los argentinos Pedro Mairal y Andrés Neuman; los chilenos Alejandro Zambra y Alvaro Bisama; Juan Gabriel Vásquez y Antonio García, de Colombia; la cubana Wendy Guerra; Claudia Hernández, de El Salvador; los mexicanos Jorge Volpi, Fabrizio Mejía y Guadalupe Nettel; los peruanos Ivan Thays y Santiago Roncagliolo; Junot Díaz, de República Dominicana, y Rodrigo Hasbún, de Bolivia, conformaron, entre otros, esa lista de Bogotá39-2007, que fue presentada en el marco de “Bogotá Capital Mundial del Libro 2007”.

Esa lista o especie de canon, como la que este año se presentó, es una selección que se hace a partir de los nombres propuestos por escritores, casas editoriales y un jurado, que en 2007 estuvo compuesto por Piedad Bonnet, Oscar Collazos y Héctor Abad Faciolince. La selección generó un gran interés y difundió la obra y los nombres de estos escritores fuera de sus países.

Coincidiendo con el décimo aniversario del primer Bogotá39, el 5 de mayo de este año se presentó una nueva selección de los 39 mejores escritores de ficción menores de 40 años de América Latina, entre los que se encuentra la cruceña Liliana Colanzi. Coincidiendo también con ese aniversario entrevistamos a Rodrigo Hasbún, quien, diez años después del Bogotá39, tiene su propia percepción de lo que significó ser parte de esa selección. Del otro lado del espejo, para los lectores que la seguimos, la selección Bogotá39 ha demostrado todo lo que sus organizadores buscaron promover: la gran diversidad de la producción literaria de la región, la buena salud de la literatura, que la circulación y difusión de la literatura latinoamericana es posible gracias a estos encuentros, que con Rodrigo Hasbún la literatura en Bolivia se ha abierto a nuevos espacios y lectores.

Rodrigo Hasbún estuvo en esa lista cuándo tenía 26 años y había publicado su primer libro de cuentos, Cinco (2006), y es, más allá de Bogotá39, uno de los escritores más importantes de Bolivia. Más allá de que la revista Granta lo haya incluido, en 2010, en su selección de los mejores escritores jóvenes en español, es uno de los autores de esa generación que en estos diez años ha producido libros valiosos como las novelas El lugar del Cuerpo (2007) y Los afectos (2015) y los volúmenes de cuentos Los días más felices (2011), Cuatro (2014) y Nueve (2014). Libros que dan fe de que siempre fue un escritor exigente con su propio oficio, un escritor que a los 26 ya se había pasado diez años sabiendo que escribir suponía no transar, no aflojar, no dejar de escribir, pase lo que pase.

¿A qué edad y cómo empezaste a sentir que tu relación con la escritura era la de un escritor con su futura obra?

Empecé a sospechar que quería ser escritor a los dieciséis, y a los diecisiete o dieciocho ya no tenía dudas. Supongo que a esa misma edad muchos otros descubren que quieren ser médicos o maestros de escuela o cocineros, ¿no? En ese sentido, para mí la escritura es un oficio más, una vocación como cualquier otra, y creo que deberíamos despojarla de todo romanticismo o aura mística. Ese entendimiento tan expandido en Bolivia, a mi parecer atenta contra lo que la escritura es (un trabajo rutinario, con buenos y malos días) cuando el escritor dispone de ciertas condiciones materiales mínimas para dedicarse a ella de manera constante. A la larga, reunir esas condiciones es una de las tareas más difíciles para todo escritor, a veces incluso más que la escritura misma, sobre todo en países como el nuestro.

Tu obra está centrada en las relaciones familiares e íntimas. ¿Qué es lo que te interesa explorar en ese tema y desde qué lugar?

Me gusta pensar a la literatura como una especie de mirador desde donde nos asomamos a las posibilidades de lo humano, y mi manera de acercarme a eso es prestándole atención a cómo mis personajes lidian con lo que tienen más cerca, y también consigo mismos. Otros escritores abren más el lente y ven cómo funcionan los personajes en su sociedad, o enfrentados a la naturaleza o a lo desconocido o a ciertas ideas. Para bien y para mal, yo tengo la mirada más puesta en lo que sucede en la intimidad. El desafío, claro, es escarbar en ese ámbito hasta intentar entrever lo que confluye y lo que se esconde en él, eso que siempre está debajo.

En tu novela más reciente Los afectos, muchas cosas no se dicen, se sugieren. Se dice mucho a partir de los silencios, de las anécdotas, en apariencia, inofensivas y cotidianas. ¿Crees que la literatura es capaz de decir más que la oralidad?

Me cuesta ponerlas en polos opuestos. En más de un modo, la literatura trabaja de cerca con la oralidad, con todo lo que se dice y se calla allí afuera, con el rumor social y las formas que adopta el idioma bajo distintas circunstancias en un lugar dado. En términos narrativos, por lo demás, creo que algunas lógicas similares están en marcha en cualquier relato. Todos tenemos un tío que tarda diez minutos en contar una anécdota, deteniéndose en detalles innecesarios o en antecedentes que no llevan a nada o en ideas que solo él cree interesantes, y todos tenemos una vecina que nos involucra en sus historias desde el principio. Luego, claro, está lo demás: quién mira más atentamente y quién tiene intuiciones menos predecibles y quién es más sensible o profundo o arriesgado. Yo creo que al final todas esas esferas van un poco de la mano, en la literatura y también fuera de ella.

¿De qué manera ha afectado en tu carrera como escritor pertenecer al grupo de escritores Bogotá39?

Más que nada, el encuentro de Bogotá39 me brindó la posibilidad de conocer a varios escritores que admiraba, y a compartir unos días con ellos. Tenía 26 años cuando me tocó participar, solo había publicado un libro y nunca antes me habían invitado a un encuentro internacional, así que todo eso era nuevo para mí. No está de más señalar que hace diez años los escritores estaban bastante menos conectados entre sí y que el panorama se sentía más fracturado (no había redes sociales y la movida de las editoriales independientes recién comenzaba, por mencionar un par de asuntos decisivos), por lo que el encuentro nos ayudó a los participantes a descubrir en serio qué andaba sucediendo alrededor. Para mí fue una experiencia estimulante y enriquecedora, que además facilitó que mi trabajo empezara a leerse fuera de Bolivia.

¿Bogotá39, de alguna manera, ha definido un público o lectores específicos de tus libros?

Espero que no. Y confío en que los lectores entienden que instancias como Bogotá39 proponen mapas tentativos, a menudo valiosos pero necesariamente provisionales y arbitrarios, que no agotan ni mucho menos lo que está sucediendo en las distintas literaturas que confluyen en eso que por comodidad o flojera llamamos literatura latinoamericana. Cuando se hizo el primer Bogotá39 otros 39 escritores hubieran podido conformar la lista, y lo mismo sucede ahora con la nueva selección. Lo importante, creo (y el Hay Festival apuesta fuerte en ese sentido), es saber que la literatura escrita en español está muy viva, y que vale la pena darse una vuelta.

¿Crees que ser parte de un grupo así como Bogotá39 supone una exigencia implícita para seguir escribiendo?

La única exigencia para seguir escribiendo se la pone siempre uno mismo.

Productora y gestora cultural - [email protected]