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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Colanzi, con un pie en la selva y otro en Marte

Colanzi, con un pie en la selva y otro en Marte



La cruceña Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981) fue incluida recientemente en la lista Bogotá39, en su versión 2017, diez años después de que saliera la primera, en la que figuraba Rodrigo Hasbún. Del momento que vive y sus nuevos emprendimientos, alejándose un poco de los reflectores, conversó con la RAMONA.

En 2007 Liliana Colanzi era un nombre que muchos no conocíamos. Ese mismo año, Rodrigo Hasbún, era seleccionado entre los 39 mejores escritores de América Latina, menores de 40 años. Y con esa selección se inauguraba Bogotá39, una hoja de ruta de las letras a este lado del mundo

Tres años después, Colanzi publicó su primer colección de cuento, Vacaciones Permanentes (El Cuervo, 2010), título con el que logró ubicarse en la primera línea de una nueva camada de la literatura nacional.

Así, su nombre comenzó a resonar poco a poco, no solamente desde la ficción, sino también desde la crónica. Entonces, en la escritora se adivinaba una voracidad lectora que iba más allá de los libros y la literatura. Hoy, esa sospecha se confirma y queda claro que la de Colanzi es una mirada abarcadora, capaz de descifrar códigos inherentes al mundo mismo, que para la mayoría de nosotros pasarían desapercibidos. “Siento que Liliana tiene una comprensión absoluta del mundo y eso a mí me conmueve”, usando las palabras de Selva Almada.

Nuestro mundo muerto (El Cuervo, 2016), es el libro que ha despejado cualquier duda, en lectores y crítica, sobre la obra de la cruceña y los elogios, como las publicaciones, se propagan con rapidez, apenas toca un nuevo territorio.

Ya ha sido publicada y antologada en Bolivia, Chile (Montacerdos) y México (Almadía). Además, en los últimos meses se alistan traducciones al inglés, francés e italiano de su última selección de cuentos. Recientemente participó de la Feria Internacional de Buenos Aires, en el que tuvo una gran exposición mediática.

Sin embargo, a pesar del momento que vive, Colanzi prefiere esquivar el éxito y seguir trabajando en sus obsesiones literarias, ya sea como lectora o escritora.

Es así que, a poco de publicarse la lista de Bogotá39, anunció el lanzamiento de Dum Dum Editora, un proyecto editorial que pretende hacer de “puente entre el pasado y el futuro”. De este emprendimiento, sus intereses y obsesiones, habló en la siguiente entrevista.

Recientemente tu nombre apareció en la lista Bogotá39, a diez años de lanzarse la primera ¿Cómo veías entonces a esos escritores? ¿Qué nombres se te vienen a la mente primero y porqué?

A algunos de los integrantes de esa lista ya los había leído, pero también me sirvió para descubrir a otros autores con proyectos muy interesantes como Claudia Hernández, Álvaro Bisama y Guadalupe Nettel. Por otro lado, se me vienen a la cabeza escritores que no estuvieron en ninguna lista como Mariana Enríquez y Yuri Herrera y que tienen voces muy poderosas. Las listas proponen algunos nombres, pero la literatura siempre está en otra parte.

En 2007 aún no habías publicado tu primer libro y tu territorio estaba más bien entre los suplementos culturales y la blogósfera. ¿Algún momento imaginaste todo lo que vino en tu carrera después?

Primero quise escribir un libro, y cuando lo logré me pasé los siguientes años tratando de escribir otro para olvidar el anterior. Ahora quiero ver si me da la luz para escribir un tercero, y si puede ser diferente a los otros dos.

En este momento en el cualquiera diría que te sumergirías más en tu obra, decides dar un paso hacia el oficio editorial, a la publicación y difusión de una autora que si no desconocida, bastante oculta. ¿Por qué?

Editar es una forma de compartir un libro que te deslumbró, deseando que alguien más tenga esa experiencia de lectura. Poder proponer una autora de otra época, con un mundo extraño y una estética diferente, me resulta un desafío muy estimulante.

Hay escritores que tardan algunas generaciones en encontrar a sus lectores, y creo que eso es lo que ha ocurrido con Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931), que en los últimos años ha sido redescubierta en Argentina. Eisejuaz (1971) es una novela excepcional, que está sola dentro de la literatura argentina. Habla del ocaso del mundo indígena en el norte argentino, en esa frontera compartida con Bolivia. Lo hace con un lenguaje novedoso y con una visión del mundo que resulta inusual.

En mi caso, leer Eisejuaz me hizo querer convertirme en editora. He tenido mucha suerte de encontrar un equipo excelente, con Aimara Barrero a cargo del diseño y María José Vera como ilustradora. Y el prólogo de Mónica Velásquez es una lectura muy lúcida y completa de la obra de Gallardo.

Si bien Gallardo ha sido poco leída en Bolivia, algunos la conocen por su amistad con Jesús Urzagasti. Ella reseñó la novela Tirinea e inspiró el personaje de Sara Estefanía en De la ventana al parque.

Hay algo de Sara Gallardo, de Eisejuaz, en tu último libro de cuentos, en ese intento por reproducir la voz del indio sin filtros, escuchar al otro, más que reconstruirlo o interpretarlo, ¿dónde nace esta necesidad de buscar esta conexión con el universo indígena?

Eisejuaz es un personaje complejo, contradictorio, que sigue un llamado espiritual incomprensible (Dios le habla en el monte a través de una lagartija), que no responde a nada de lo que se espera de él, y por eso es un gran personaje. La novela de Gallardo no reproduce una lengua, más bien inventa una. Me siento cercana a ese gesto, que también encuentro en Guimarães Rosa en la manera en que tuerce el lenguaje hasta volverlo extraño.

Me interesan las palabras indígenas que subsisten en el castellano que hablamos en Bolivia y que apuntan a una historia que se ha perdido y que en muchos casos ya no vamos a poder recuperar, porque esos pueblos no existen más.

El mito del mestizaje feliz en las tierras bajas ha borrado la historia particular de cada etnia y nos ha servido para no hacernos cargo de nuestra responsabilidad con la historia indígena. La industria del oriente (la goma, la castaña, la zafra) se desarrolló desplazando a comunidades indígenas o usándolas como mano de obra, en muchos casos esclava. Pero esa es una realidad que el discurso del mestizaje feliz tiene a invisibilizar. Por eso me pareció necesario volver a hablar de lo indígena y explorar cómo nos relacionamos con ello en el oriente boliviano, y es algo que se fue deslizando en varios cuentos.



Tu “obsesión” por el protagonista de Eisejuaz, te llevó a buscar su rastro hasta Salta, Argentina, 50 años después de que Sara Gallardo hiciera lo mismo y acabara después escribiendo su novela.

A fines del 2015 leí una entrevista con Lisandro Vega, el cacique wichí que había inspirado la novela de Sara Gallardo. Luego me enteré de que Gallardo hizo un viaje a Salta en 1967 buscando historias para su columna en el semanario Confirmado, y que conoció a Lisandro Vega (Eisejuaz es su nombre wichí, que quiere decir Este También) en un hotel de Embarcación. Él era empleado en ese hotel. Pasaron horas conversando, y de allí surgió la idea de la novela que Gallardo publicaría en 1971.

Hace poco viajé a Embarcación para hablar con Cristina Vega, hija de Lisandro, porque él falleció en 2014. Fue fascinante descubrir cuántos de los lugares y de las anécdotas que hay en la novela se corresponden con la realidad, y también supe que Eisejuaz era muy conocido en Embarcación por haber inspirado el libro. Él hablaba de la novela como “su” libro. Pero sobre todo me impactó la situación de los wichí. Vi a muchos jóvenes aspirando pegamento en las calles y en la puerta misma de la escuela. La drogadicción se ha convertido en un problema gravísimo en esa comunidad.



Para nombrar tu proyecto editorial elegiste Dum Dum, el suplemento que Hilda Mundy fundó en Oruro, en 1935. ¿Esta elección funciona a manera de tributo y marca el sino de lo que será la editorial?

Sin duda es un tributo a Hilda Mundy y a su publicación. Me gustó el gesto de una mujer joven orureña que crea una publicación para sacudir la sensibilidad de su tiempo y proponer algo nuevo. Pero también es un nombre muy ligado al rock: “Dum Dum Boys” es una canción de Iggy Pop, Dum Dum es el álbum de The Vaselines.



La de Hilda Mundy fue una voz fuertemente política y feminista, ¿estas son también las características de Dum Dum?

¿Fue feminista Hilda Mundy? No lo sé. En todo caso, quizás podríamos hablar de un proto-feminismo, pero ni de eso estoy segura y no me atrevería a dar una respuesta contundente. Es difícil leer a Hilda Mundy sin proyectar en ella la ética de nuestra época. Feminismo y política son dos ejes que me interesan personalmente. Pero si algo define a Dum Dum editora es el deseo de ser un puente entre el pasado y el futuro, por eso su lema es “Tenemos un pie en la selva y otro en Marte”. Me interesan los proyectos que no encontraron un lugar en el canon como en el caso de Eisejuaz, o los que dialogan con otras disciplinas, y también el ensayo y la ciencia ficción.



Recientemente Giovanna Rivero y Magela Baudoin anunciaron que también se lanzarán al mundo editorial con la colección Mantis. ¿Ves en estos emprendimientos un gesto político? ¿Desde las escritoras, no solo en Bolivia, sino en América Latina, se está reasumiendo el papel político de las letras?

Me alegro muchísimo por la aparición de Mantis, que es una editorial con una intención política explícita de publicar solamente a mujeres y que está dando a conocer autoras latinoamericanas en Bolivia. En el caso de Dum Dum Editora, la apuesta pasa por una estética.

Aprecio mucho el trabajo que están haciendo otras escritoras latinoamericanas que también son editoras, como la mexicana Verónica Gerber en Tumbona o las chilenas Lina Meruane con Brutas editoras y Claudia Apablaza con Los Libros de la Mujer Rota. Más que reasumir un papel político, yo hablaría de continuarlo y profundizarlo. Por suerte tenemos muchos modelos a seguir.

Periodista – [email protected]