Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 22:07

Jorge Alaniz tuvo un sueño

Jorge Alaniz tuvo un sueño



Reseña de la obra que el elenco cochabambino La Mala Teatro presentó el 14 y 15 de abril en el mARTadero, espacio donde se volverá a presentar este viernes 21 y sábado 22, a las 20:00, con la pieza Los insignificantes.

Una noche de sábado en 1920, Otto Loewi, un reconocido fisiólogo alemán, padre de la teoría química de la transmisión nerviosa, tuvo un sueño. Dormía mal y solía tener sueños agitados. Un insomne obsesionado con la idea de que las contracciones musculares eran producidas por un impulso químico y no por uno eléctrico, atormentado por su incapacidad para demostrarlo. Eso hasta aquella noche de 1920. Entonces, Loewi tuvo un sueño, una visión, acaso una serendipia. Entonces, la historia cambió. 

Lo mismo debió sucederle al director de La Mala Teatro al momento de concebir Los experimentos. Imagino a Jorge Alaniz, ese es su nombre, en su papel de dramaturgo, despertándose agitado en medio de una noche lluviosa, con la certeza y la necesidad imperiosa de descargar, en el papel o la pantalla del ordenador, las divagaciones y tormentos de su ensueño.

En ¿Qué es la filosofía?, Deleuze y Guattari decían “la filosofía, la ciencia y el arte quieren que desgarremos el firmamento y nos sumerjamos en el caos. Solo a este precio le venceremos”. Caos, vacío, miedo, duda, desconocimiento, ignorancia, ese lugar único e imposible para la mayoría de nosotros en el que Loewi hace uno de los descubrimientos más poéticos de la ciencia y en el que Alaniz se acerca, ¿sin saberlo?, a una de las revelaciones más importantes de la ciencia médica en el siglo XX. Bien dice el artista conceptual uruguayo Luis Camnitzer,: “la ignorancia es un fascinante campo más allá del conocimiento. Es un campo de misterio, de exploración”. Epifánico caos.

Volviendo a Loewi

El científico alemán, un día después de aquel presagio onírico, decidió unir dos corazones a través de una cánula. El primero con su inervación vagal intacta, el segundo completamente denervado. Pasando la sangre del primero al segundo, descubrió que también se transmitían los estímulos. Todo lo que sucediera en el corazón que aún sentía, provocaría una reacción similar en el otro, desprovisto de inervación. Y esa misma es la trama que propone Alaniz. Un médico, que en realidad tiene la apariencia de un carnicero, ha logrado extirpar de casi toda la humanidad los sentimientos amorosos. Excepto en un hombre, quien, dolido por un reciente abandono, parece ser un caso perdido. En su ambición por alcanzar su meta de eliminar el amor de la faz de la tierra, el doctor se empecina en curar a este último paciente y fracasa. Este fracaso provoca una nueva y descontrolada epidemia de emociones románticas.

En clave de comedia, Alaniz explora una distopía, el absurdo de un planeta anhedónico, desensibilizado y una ciencia abocada al destierro de las pasiones más íntimas del espíritu humano. Lo hace desde una identidad ya definida, en la que combina una dramaturgia impregnada de gags humorísticos bien logrados, breves monólogos de quiebre emocional, además de interpretaciones de gran intensidad, siempre al borde del sobresalto, por momentos atropelladas, que se compensan con una escenografía y puesta en escena pulcra y simétrica, casi aséptica.

Una apuesta visual y sonora que denota un gusto refinado, bordeando cierto esteticismo, que funciona como el contrapunto ideal a un texto y actuaciones que se mueven enérgicamente entre emociones desbordadas, el pleonasmo y la cursilería.

Volviendo a Deleuze y Guattari.

Como en un sistema rizomático de organización del conocimiento (¿y las sensaciones?), en Los experimentos no existe una subordinación jerárquica de emociones e ideas, sino que se trata de un flujo continuo en el que todos los elementos pueden afectarse entre sí y dar lugar a desenlaces inesperados. Del mero goce estético a posibles referencias científicas, de la empatía por experiencias extremas a una reflexión sobre las sociedades contemporáneas, o a la ciencia y su deshumanización, o la crítica social de un ejercicio médico irresponsable, o al humor más básico y efectivo, la obra de Alaniz deja todas las puertas abiertas y ofrece un paseo por cada uno de esos espacios, siempre a elección del espectador. “La filosofía, la ciencia, el arte” desgarrándonos en una caótica y exquisita experiencia teatral.

Los experimentos es la segunda parte de una trilogía, acaso el pico más sobresaliente, que La Mala Teatro ofrece en una breve temporada, en la que resta solo un fin de semana.

Crítico - [email protected]