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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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[DESDE LA BUTACA]

Catre de fierro, un espejo paceño

Catre de fierro, un espejo paceño



Nadie tiene ojos más amplios que aquellos forasteros que llegan de ultramar, con una cabeza formada en otros ambientes, y quieren conocer y aprehender sobre otra cultura, en este caso desde la profunda Inglaterra hasta Los Andes y ahí descuartizar la complicada sociedad rural paceña a lo largo del intenso Siglo XX.

Y nadie mejor que Alison Spedding (Belper, 1962) para adentrarse en la saga de una familia de hacendados pobretones y provincianos: los Veizaga con sus ramificaciones legales y de hijos “naturales”; el paisaje emblemático del quiebre que trajo la Reforma Agraria en los poblados valles interandinos: Saxrani, Suri, Inquisivi; la participación política desde los cubretachos liberales, los movimientistas hasta el mirismo de una clase que nunca logró ser aristocrática y ni siquiera burguesa; y los entreveros de personajes típicos de la urbe más indígena de la América morena con su cultura inalterada en 500 años.

Catre de fierro

Catre de fierro (Plural, La Paz, 2015) es la ficción más ambiciosa de la reconocida autora, que deja atrás la trilogía fantástica de sus saturninas para retratar los cambios sociales y culturales en la estructura sociocultural boliviana (paceña), a través de una familia impactada por la Revolución nacionalista de 1952 y desbordada por los excesos de sus sucesivas generaciones.

 La novelista no se desprende de la rigurosa académica, de la antropóloga, que ha vivido en las entrañas de su objeto de estudio. No es casual que la obra comience sus 460 páginas de denso contenido con la presencia del “albañil”-el mejor personaje andino para unir el campo y la ciudad- y el ritual a la madre tierra precolombino con el edificio ultramoderno. Describe aquella noticia susurrada de los entierros humanos en las esquinas de puentes o grandes construcciones en La Paz. La metrópoli orgullosa intentando no mirar a los yatiris del Faro Murillo, a sus ayudantes y artilleros que manejan sus hilos oscuros y profundos.

Ese “catre de fierro” es como un resumen del argumento, catres que existen aún en los alojamientos o en hoteles baratos pueblerinos y que en un tiempo eran signo de grandeza. Catres donde se unen las parejas vinculadas por un juez y un cura y las otras de raptos o juegos clandestinos, donde el victorioso es el mestizaje indómito. Ahí mismo nacerán los vástagos legales, los reconocidos y los achacados. Catres donde morirán los viejos. Colchones olorosos al paso del tiempo, de la abuela, del hijo, de la amante, del bastardo, del orín y del semen.

“Todos habían sido hermanos”

Aunque la novelista despliega una cantidad de nombres intercalados por un tiempo narrativo desordenado y demasiados escenarios rurales y citadinos, el lector atento tiene en las voces narrativas de los personajes secundarios (Matías Mallku, el yatiri, Jorge el huérfano, Nemesio, el preso) el hilo de Ariadna para no perderse en el laberinto.

Las mujeres son la columna vertebral que impulsa el desarrollo del relato, sobre todo las más aymaras, las cholas. Clotilde, Dorotea, Justina superan a las patronas y a las universitarias por su fuerza para vencer el abandono como hijas del pongueaje, la violencia sexual, la exclusión e imponerse al final con sus puestos de comida, de bebida, de prostitución o con la venta en el Shopping La Whipala en plena Eloy Salmón.

Aunque la trama principal sigue las ambiciones económicas y políticas de los hombres de la familia Veizaga, sus fracasos y sus amoríos frustrados, son estas hembras las que caracterizan a la comunidad que describe Spedding, abigarrada, barroca y compleja, como la foto que acompaña la contraportada del libro.

Voces narrativas

Spedding es siempre original y su escritura no se enmarca en otros autores bolivianos o andinos, aunque reconoce su gusto por el estilo de René Bascopé y de Adolfo Cárdenas para describir La Paz, logrando lo más difícil: dar el tono creíble y justo a los personajes andinos y cholos. Probablemente su conocimiento profundo del inglés, del español y del aymara le permite narrar con un lenguaje incorrecto, de sintaxis fatal y lleno de verbos secundarios, tan característico de los collas.

Cada matiz, cada tono, de las voces narrativas, permite imaginarnos el rostro y las actitudes de los miembros de un clan que aparenta ser oligárquico pero no puede esconder su mestizaje real, hasta los tuétanos.

El relato es trágico y a la vez cómico, lleno de detalles de objetos y rituales que  compartían las abuelas y las sirvientas de una época decadente y a la vez nueva con la llegada del Movimiento Nacionalista Revolucionario al poder. Una bacinica, vaciada a la madrugada, está tan llena de nostalgias como la tienda siempre semi vacía en una calle pueblerina, atendida por la antigua patrona para evitar aburrirse, para evitar irse a la ciudad donde nadie la conoce.

El mundo oscuro de la Sagárnaga hacia las callejuelas de esa aún desconocida Chuquiago Marka, con sus yatiris y brujos y Matías se convertirá en un contrapunto a la historia familiar llena de amores esquivos, militancias políticas fracasadas y ambiciones económicas burladas por el comercio informal que gana la partida.

Aunque formalmente aparece como la historia de una larga venganza, de los resentimientos sociales individuales y colectivos, y una novela para encontrar al asesino, la obra es sobre todo un retrato sutil de La Paz. Spedding es capaz de crear personajes reales y no indígenas prefabricados (“buenitos”) o mestizos políticamente correctos o blancos “for export”.

La vida en la hacienda, los viajes a mula en los años 40 por la ruralidad terrateniente, las costumbres, las comidas, las bebidas, la hoja de coca y su influencia, el narcotráfico, las cárceles sin candado, el Panóptico de San Pedro, las pensiones, las casas de inquilinos en el centro paceño, la vejez, las muertes, son los otros puntos de apoyo en este libro que ha sido considerado el mejor publicado en el último quinquenio.

Historiadora y periodista - [email protected]