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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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ENTREVISTA CON EL DESTACADO LITERATO COCHABAMBINO, INVITADO AL IX ENCUENTRO DE ESCRITORES IBEROAMERICANOS, CELEBRADO HASTA AYER EN EL CENTRO SIMÓN I. PATIÑO.

Hasbún: “Lo que no se dice termina siendo más relevante que aquello que sí”

Hasbún: “Lo que no se dice termina siendo más relevante que aquello que sí”



“Rodrigo Hasbún: recuerden ese nombre”, sugirió hace exactamente una década el escritor Edmundo Paz Soldán. La recomendación encabezó la contratapa de Cinco (2006), primer libro -de relatos- de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981). No han faltado desde entonces los motivos para tener siempre presente al literato al hablar de las letras nacionales.

En 2007, fue invitado al encuentro Bogotá39 como uno de los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años más importantes del continente, y la revista Granta lo incluyó en 2010 en su selección de los mejores escritores jóvenes en español.

El también autor de Los días más felices (2011, cuentos), Cuatro (2014, cuentos), Nueve (2014, cuentos) y El lugar del cuerpo (2007, novela) terminó de hacerse un buen nombre en la escena literaria con Los afectos (2015), novela ampliamente reseñada dentro y fuera del país, y elegida en Bolivia como el mejor libro del año pasado.

Editada por El Cuervo (la primera edición en España estuvo a cargo de Penguin Random House), la obra ficciona el desmembramiento de la familia alemana Ertl que, a mediados del siglo pasado, vino a residir al país tras el colapso nazi. Las rupturas de los lazos parentales son un pretexto, un marco que hábilmente tomó Hasbún para retratar lamentables episodios de la historia nacional.

Sobre esa novela, entre otros trabajos que fueron traducidos al inglés, italiano, holandés y portugués, dialogó la RAMONA con Hasbún, uno de los invitados al IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos que ayer concluyó en Cochabamba.

¿De qué modo particular le son útiles los encuentros de escritores?

La escritura es un oficio solitario y los encuentros te sacan de ese encierro. Durante unos días puedes oír a otros escritores (a los que en el mejor de los casos has leído y admiras) y, eventualmente, a uno o dos lectores que aprecian lo que haces. También puedes perderte por ahí, en ciudades que conoces bien o que desconoces por completo. Ves cosas, las oyes, acumulas sensaciones, te desentumeces, y todo eso hace que algunos encuentros sean gratos y provechosos. La contraparte es que desordenan tu rutina. Interrumpen la escritura y te obligan a ocupar, a menudo de forma incómoda, el rol social del escritor, con todas las expectativas y desentendimientos que eso conlleva.

Su ponencia para el encuentro se denomina “Buenas tardes a las cosas de aquí abajo”. ¿Cuáles son esas cosas y de qué manera le ayudan en su literatura?

Es un título que le robé a Antonio Lobo Antunes. Por un segundo me lo imaginé como una especie de mantra que algunos escritores podríamos repetir antes de sentarnos a escribir. Buenas tardes a las cosas de aquí abajo, podríamos decir entonces. Buenas tardes a las horas libres por delante, al dolor de rodillas, a la taza de café. Buenas tardes a los viejos amores y a los nuevos amores, a las canciones que nos mueven en el tiempo, al recuerdo de ella desnuda en una cama. Buenas tardes a las cosas que se pierden y a las que se rompen, pero también a las que persisten, a todas esas formas que tenemos de sobrevivir. Son la materia prima de la escritura. Lo que la motiva y le da sentido.

Por su temática, vinculada a la narración de la lucha armada de la izquierda en Bolivia, se ha dicho que Los afectos guarda cierta relación con Los fundadores del alba (1969), de Renato Prada Oropeza. ¿Cree eso posible?

Leí Los fundadores del alba hace casi veinte años, en mi último año de colegio, y la recuerdo poco. Así que me costaría darte una respuesta convincente más allá de lo obvio: que las dos novelas comparten algunas preocupaciones y una época. Sería interesante leerlas lado a lado, ver qué puede decir cada una de ellas sobre los años de guerrillas y también sobre el momento en el que fueron escritas.

“Crecer es deteriorarse. Así se podría resumir una de las tesis de Los afectos”, dice una reseña de su última novela en estas mismas páginas. ¿Está de acuerdo?

Como decía Fitzgerald, al menos desde cierta perspectiva, toda vida es un proceso de demolición. Al mismo tiempo, con los años nos vamos multiplicando por dentro, y nuestra mirada se ensancha y fortalece. Son dinámicas que felizmente no se excluyen. A mí antes me interesaba sobre todo la primera, pero ahora mismo la segunda ha empezado a intrigarme más.

Otra reseña, publicada en El País, señala: “De Los afectos (…) conviene destacar, de entrada, la extrema concisión de una prosa que sugiere más de lo que está contando”. ¿Cuán difícil es lograr esa concisión para narrar sin hacerlo en detalle?

Soy de los que creen que lo que no se dice termina siendo más relevante que aquello que sí. Para mí el misterio de los libros y su capacidad de existir después de que terminas de leerlos están directamente ligados a los silencios que contienen, a las preguntas que dejan abiertas, a lo que sugieren nada más. Para intentar lograr algo de eso la etapa de la edición es decisiva. Las primeras versiones siempre son más excesivas y vuelteras. Hace falta acallarlas un poco.

¿Qué líneas de continuidad en su escritura halla entre El lugar del cuerpo (su primera novela publicada en 2007) y Los afectos?

Prefiero prestarle atención a lo que la diferencia más que a lo que las une. El lugar del cuerpo es una novela introspectiva, y solo un personaje importa realmente. En Los afectos, en cambio, varios deambulan por el libro, y unos se atestiguan a otros, y su viaje interior se contrasta con la aventura exterior. En alguna medida, escribir un nuevo libro es responder a otros, intentar hacer mejor aquello en lo que se falló antes, y creo que sucedió algo de eso entre las dos novelas. Por otra parte, sin embargo, siempre terminan emergiendo algunas persistencias (y es en esas persistencias donde vemos de qué está hecho un escritor), en el tono y el ritmo, en los detalles, en su forma de mirar.

Acerca de Los días más felices, cuya reedición ha adelantado la editorial El Cuervo, ha señalado hace unos años que en esa obra “abundan los jóvenes que miran hacia delante, con incertidumbre y miedo pero desde un presente que parece interminable”. ¿Es una mirada que comparte actualmente?

Así es como piensan y viven los personajes de ese libro. Son jóvenes en su mayoría y no parecen tenerlo miedo a nada y más o menos asumen que van a vivir para siempre. En mis últimos dos libros, que ya escribí pasados los 30, los personajes en general están algo más viejos y sus cuerpos empiezan a mandarles señales inquietantes y mantienen otra relación con el presente, que para ellos aparece condicionado por la memoria, por todos los que fueron antes de ser los que son o creen ser. Yo, claro, ando en las mismas.

¿En qué proyecto literario trabaja?

He estado escribiendo ensayos y cuentos sueltos, y hace poco comencé algo que quizá termine siendo una novela. Esas cosas a veces se desmoronan de un segundo a otro, así que no me atrevo a decir mucho más.

Periodista - [email protected]