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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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La crítica e investigación como contracampo del cine boliviano

La crítica e investigación como contracampo del cine boliviano

Este texto fue leído en el acto de presentación en Cochabamba del libro Una estética del encierro: Acerca de una perspectiva del cine boliviano, de Sebastián Morales Escoffier. 

UNO La noche del 24 de noviembre de 2016, un terremoto 7.5 puntos en la escala de Richter hizo temblar la frontera entre Perú y Brasil, muy cerca también del norte de Bolivia. En ese momento, Sebastián Morales y yo nos encontrábamos en el tercer piso de un suntuoso hotel de Rio Branco (al norte de Brasil, capital del Estado de Acre), haciendo hora para marchar a ver alguna de las películas programadas para esa noche por el Festival Pachamama-Cinema de Fronteira. Por fortuna, el terremoto no dejó daños de consideración, ni humanos ni materiales, a más del susto de algunos incautos cinéfilos. Sin embargo, el recuerdo del temblor me ha acosado en estos días de lectura del libro Una estética del encierro: Acerca de una perspectiva del cine boliviano (2015), escrito precisamente por el compañero de habitación y de oficio que también se sobresaltó por el remezón. Sin ánimo de ser conclusivo, se me antoja que la evocación del movimiento telúrico fue una suerte de preámbulo de otro sismo, aunque de diferente naturaleza. Porque fue también en Rio Branco, en esas horas de espera y de digestión de las películas del festival, que el Sebas me anunció que tenía un texto sobre cine boliviano que quería compartirme para que lo leyera y le diera mis impresiones. Aun en su informalidad, lo que me dijo revestía una importancia insoslayable. Por lo que entendí se trataba de un potencial libro, uno dedicado al cine boliviano. Y bien se sabe que así como las películas escasean en nuestro medio –algo rebatible en el último tiempo- , la carestía de publicaciones dedicadas a estudiar y valorar el cine boliviano es aún más dramática. Por eso es que ese anuncio provocó otro temblor, al menos en alguien como yo, interesado y dedicado, desde hace algún tiempo, a ver, pensar y escribir –generalmente mal- sobre filmes nacionales. Cómo no iba a ser un sismo aquel anuncio. Si los libros sobre cine boliviano escritos en Bolivia son más infrecuentes que los terremotos, y para suerte nuestra (lo digo por los terremotos, por si fuera necesaria la aclaración).

Y henos aquí, reunidos pocos meses después de esos temblores en Rio Branco, para celebrar el anunciado libro/terremoto de Sebastián Morales Escoffier, al que, de antemano, agradezco por la invitación para comentar su trabajo y con quien también aprovecho para disculparme, dado que mi lectura del texto ha sido bastante ulterior a cuando me lo compartió, algo atribuible a una crónica dejadez que suelo disfrazar, también crónicamente, con el ajetreo laboral.

DOS Terremotos y disculpas aparte, quisiera comenzar mi comentario del libro saludando un gesto que avala, de principio, el rigor con que ha sido trabajado por su autor: la exhaustiva revisión documental. Más allá del apartado teórico, de este volumen hay que resaltar el esfuerzo por combinar la búsqueda de elementos nuevos -mediante el análisis meticuloso de las películas y las entrevistas del autor a algunos realizadores- con la recuperación de contenidos ya publicados –extraídos de fuentes bibliográficas y hemerográficas, fundamentalmente- que le son funcionales a sus hipótesis. El valor de la bibliografía revisada y empleada por Morales no está en la ampulosidad sin ton ni son, sino en el criterio para dar con los documentos más útiles a su análisis. Así, encontramos en su trabajo referencias a libros y tesis sobre el cine boliviano reciente, sobre todo el de la última década, pero también a críticas y entrevistas publicadas en medios nacionales.

Para alguien como yo –sí, voy a hablar un poco más de mi experiencia, lo siento-, que se reparte, no siempre proporcionalmente, entre el periodismo y la investigación-crítica sobre cine, resulta particularmente grato constatar, por ejemplo, que varias entrevistas realizadas a cineastas bolivianos hayan tenido una vida útil más allá del coyuntural estreno de una película y/o del inevitable pavoneo de su hacedor. Dicho de otra forma, me tranquiliza saber que esas largas páginas de diálogo sirvan para más que poner en la agenda semanal alguna cinta nacional y/o para inflar desproporcionadamente el ego de alguno de los realizadores entrevistados.

Y eso para no hablar de los libros revisitados, con los que el autor dialoga críticamente, no siempre para rescatar y avalar sus asertos, sino también para cuestionarlos y problematizarlos. Como implicado en dos libros dedicados al cine boliviano de los últimos 30 años, he leído con asombro la forma en que algunos de sus contenidos han sido tomados por Morales para encaminar sus hipótesis, pero me han resultado aún más estimulante la forma en que rebate algunos otros. Valoro, particularmente, su abierta impugnación sobre una hipótesis sobre la que trabajamos Andrés Laguna y yo, en sentido de que el digital marcó una ruptura con el cine precedente. Es, pues, una invitación a repensar algunas ideas y convicciones. Pondero, asimismo, el intensivo uso que hace de Por tu senda: Las “road movies” bolivianas, crónicas de un viaje de un país, tesis doctoral de Andrés Laguna (cuya publicación en forma de libro habría promover a la brevedad posible).

En fin, lo que me interesa destacar es la seriedad con que Sebastián Morales ha tomado la bibliografía disponible sobre el cine boliviano reciente para, aun en sus limitaciones, reconocerla, visibilizarla, vindicar su utilidad, problematizarla. Es, pues, el gesto de alguien que sabe que no está caminando sobre terra incognita, que conoce bien los territorios ya explorados y habitados por la investigación y crítica sobre cine boliviano, pero que tiene claro qué caminos seguir, cuáles eludir y a qué lugares quiere llegar.

Solo reconociendo ese aporte bibliográfico e intelectual, aun pequeño y torpe, este libro se lanza a ir más allá, a explorar territorios apenas visitados o entrevistos. Hablo de la voluntad por hacer un análisis estrictamente formal, de examinar las apuestas estéticas de un puñado de películas nacionales de la última década, pero también de otras más clásicas que hacen parte de nuestro canon. Un ejercicio que conduce a la identificación y construcción de las ideas que desprenden las formas, las elecciones de estilo, la imágenes pensantes. No es poco. De hecho, me animo a sostener que este libro ha cumplido, en buena medida, una promesa ineludible que en libros precedentes, como los que Andrés Laguna y yo pergeñamos hace ya algunos años, dejamos pendiente, acaso porque no teníamos las herramientas conceptuales y metodológicas que sí ha demostrado tener el Sebas. Como fuere, lo que importa es que, desde su propio título, estamos ante un ensayo –acaso uno de los primeros hechos en el país- resueltamente abocado a trabajar teórica y metodológicamente sobre la estética, por encima de los temas, para articular un discurso de amplio alcance, en torno a nuestro cine y, cómo no, en torno a este país.

TRES Sin ánimo de abundar en el corpus teórico y conceptual del libro que nos ocupa, me atrevería a resumir que Morales direcciona su perspectiva en función de un puñado de categorías que permiten analizar las cualidades espaciales de una obra cinematográfica. De Éric Rohmer, imprescindible teórico y cineasta de la Nueva Ola Francesa, toma los conceptos de espacio arquitectónico, espacio pictórico y espacio fílmico y los aplica a película bolivianas, en apariencia disímiles, como Zona Sur (Juan Carlos Valdivia, 2009), Lo más bonito y mis mejores años (Martín Boulocq, 2005), Ciudadela (Diego Mondaca, 2012), por nombrar algunas de las más citadas y sin ingresar a cintas clásicas como La nación clandestina (Jorge Sanjinés, 1989) o Vuelve Sebastiana (Jorge Ruiz, 1952). El análisis conduce a darle nombre a los lazos que unen a estas obras: la estética del encierro. Una estética que alude a la cotidianidad como un escenario de encierro vital, que se manifiesta a través de una circularidad con o sin rumbo; un vagabundaje crónico, en el que el territorio propio ya no es escenario de autoafirmación sino de dislocación identitaria, en el que el encuentro con la otredad no lleva necesariamente a la redención, sino al desencuentro con uno mismo.

De las tres categorías de espacio que emplea Morales, hay una que me resulta particularmente estimulante: la del espacio fílmico. En ella se consuma la interacción entre el campo y el fuera de campo. No siendo el afán de estas líneas abundar en los hallazgos específicos de este libro, prefiero servirme del concepto para reivindicar la importancia de un trabajo como el de Sebastián Morales y, por extensión, de la crítica e investigación sobre cine en Bolivia. Se me ocurre, pues, que el espacio fílmico puede también aplicarse para comprender la utilidad de pensar el cine. Así, si asumimos al cine boliviano como el campo, el espacio visual que aparece efectivamente ante nuestros sentidos, no sería descabellado reconocer en la crítica e investigación sobre el cine boliviano un fuera de campo o contracampo a partir del cual también se constituye el primero. La crítica e investigación se erige como un escenario que, aun no siendo visible para el espectador, contribuye a visibilizar al cine boliviano, a reconocer su existencia, a valorar sus cualidades estéticas y discursivas. Quizá no ayude a identificar a todo el cine boliviano, pero probablemente sí facilita la visibilización de ese que –retomando las palabras del Sebas- cabe considerar relevante para construir una memoria de y con el cine. Para cerrar la idea, así como no es posible entender cierto cine sin la relación entre el campo y el fuera de campo, es inconcebible comprender un cine boliviano sin una crítica e investigación que le reconozca un lugar y un sentido en el imaginario y en la historia de este país.

CUATRO Y ya que nos gusta tanto, vamos a abusar del concepto de espacio fílmico. Porque si entendemos este libro como una obra en torno al cine, habrá que reconocer que su autor también ha operado bajo una lógica similar a la que emplean los directores de películas a la hora de definir qué mostrar y qué no mostrar. El ensayo de Morales elige, pues, poner su foco en determinadas cintas bolivianas en detrimento de otras. Esta decisión, motivada por los intereses investigativos del autor, es iluminadora en dos sentidos. En una primer sentido, nos arroja luces sobre las apuestas estéticas particulares en cada una de las obras analizadas, pero también sobre los puentes que el análisis del libro permite tender entre cintas que, en apariencia, no guardan relación. Y en una segunda dimensión, es una alerta sobre películas y autores del cine boliviano más reciente que han sido deliberadamente omitidas por este trabajo. Así pues, este ensayo es una invitación a (re)descubrir el cine que encarna la estética del encierro, pero también a redirigir la mirada hacia ese otro cine que ha sido deliberadamente ignorado y hacia las razones por las que ha sido ignorado. En suma, estamos ante una elocuente exhortación a seguir (re)visitando y (re)pensando la cinematografía boliviana. No es poco. Como todo temblor que se precie, lo mejor/peor de este que ha provocado Sebastián Morales es que promete réplicas. No se me ocurre un logro mayor para un libro dedicado a nuestro cine.

Muchas gracias.

Periodista y crítico de [email protected]