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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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[La Lengua Popular] Un mundo llega a su fin

[La Lengua Popular] Un mundo llega a su fin



Entre temperaturas anonadantes y campañas asfixiantes, enero nos trajo muchas sorpresas, unas más pirotécnicas que las otras. Empezando por la increíble y absolutamente inesperada “abuenada del siglo” entre Axl y Slash para revivir al monstruo de los 80, pasando por la novelesca recaptura del Chapo Guzmán, cuyos protagonistas, además del sorpresivamente calenturiento Chapo, fueron el siempre miope Sean Penn y la exmuchachita Kate del Castillo; terminando en la muerte del polifacético e icónico David Bowie. Sin embargo, dentro de toda estas “súper noticias”, bombardeadas hasta el hartazgo en la red, hubo un hecho cardinal que estuvo soberanamente ausente de la boca, las conciencias y los muros de la gente. Este hecho ignorado fue que el pasado 6 de enero murió en Baden Baden, Alemania, el que fue quizás el músico mas poderoso e influyente del siglo XX y el último coloso del serialismo integral, último eslabón de la música culta occidental. Estamos hablando del irreverente, gracioso e indudablemente ácido Pierre Boulez.

Creo que es imprescindible realizar un pequeño homenaje a esta figura tan constructiva y creativa como demoledora, transgresora y fanática. Con Boulez muere, indudablemente, ese modo alternativo de pensar, componer, comprender, estructurar y manufacturar la música. Tal modo o sistema trataba imperiosamente de huir de la superestructura tonal que se había saturado a lo largo de los vastos y ricos siglos de la historia de la musical occidental. Hablamos, nada más y nada menos, que del serialismo integral y toda la vanguardia musical que se gesta a partir de Arnold Schönberg.

El principio del serialismo es muy simple. Las doce notas de la escala cromática son dispuestas bajo un orden fijo: la serie. Esta puede ser utilizada en la generación de melodías y armonías, y permanece obligatoria en toda la obra. La serie se convierte de esta manera en una especie de tema oculto y base para toda la construcción y concepción de la obra.

El serialismo nace con Schönberg por la necesidad de darle un método al atonalismo libre que había nacido, como decíamos, para sustituir a la saturación irremediable a la que había conducido el sistema tonal. Schönberg y todos los compositores que le siguieron (Anton Webern, Alban Berg, Stockhausen, Messiaen y el propio Boulez, entre otros) consideraban, con diferentes matices y variaciones, a esta nueva concepción no como un cambio revolucionario. Más bien, consideraban a este giro como el único paso posible para proseguir con la tradición de la música occidental. Es decir, este cambio de paradigma y estructura musical era considerado como una absoluta necesidad y natural continuación de aquel sistema bajo el cual, aún ahora, todos “nos movemos”, escuchamos y comprendemos la música. Desde Bach hasta Enrique Iglesias, con el perdón de la comparación.

Es justamente bajo estos criterios que toda la camada de compositores relevantes del siglo XX se adscribirán en mayor o menor medida a esta concepción. Sin embargo, será Boulez el más osado e irreverente, llevando a la máxima expresión el desarrollo y evolución del serialismo. Combinando, además del serialismo duro, un serialismo integral que le añadía, a la serie intervalar de 12 notas, series y estructuras de ritmos e instrumentaciones, pensadas (por lo menos en teoría) como una combinación casi matemática en cuanto al método. Tal combinación estaba asociada a una construcción composicional altamente instintiva y desligada de academicismos excesivos y rígidos. Siguiendo esta lógica, Pierre Boulez intentó hasta el último día de su vida crear obras cuyo contenido estético, teórico, formal y específicamente musical esté totalmente aislado de la memoria y de cualquier tipo de tradición (lo imposible, en mi opinión).

A diferencia de Schönberg y sus principales referentes vanguardistas, que dentro del serialismo continuaban obedeciendo a formas e instrumentaciones clásicas, Boulez siempre trabajo fanáticamente para suprimir el pasado y para desarrollar nuevos lenguajes y nuevas formas para comprender la música y su contenido. Es por eso que le fascinaba Wagner, porque según Boulez es con él que todo empezó. Trazando esa arqueología de la ruptura con el tonalismo, Boulez pudo percibir que es con Wagner con el que empieza la destrucción. Percibió que el genio de Bayreuth armaba la gran música a partir de pequeñas partículas. Fue una lección que se le grabó de por vida y que le nunca abandonó.

En este afán imperioso de diluir, reniega y critica ácidamente a todos sus maestros y antecesores seriales. Boulez fue un sujeto arrogante, agitador de conciencias y emociones. Sin embargo, fue un hombre muy gracioso que tenía la soltura para afirmar cosas como esta: “La historia de la música empieza con Bach y pasa por Haydn, Beethoven, Wagner y Mahler, para luego, a través de Schönberg y Webern, llegar a Stockhausen y a mí. El resto es irrelevante”. Su certeza era inquebrantable y su arrogancia casi humilde. Rechazaba a Mozart por “trivial” (muy cierto, en mi opinión) y a Shostakovich por reaccionario. Menuda opinión y arrogantísima postura aparente. Pero el más familiarizado con su personalidad sabrá percibir, con cierta facilidad, que, lejos de denotar una arrogancia narcisista y megalómana, lo que Pierre Boulez posee es ese efecto Sheldon Cooper que hace que simplemente diga las cosas como son. Es decir, simplemente manifiesta verdades que son confundidas con ofensas. Bueno, en este caso, problema del ofendido.

Lastimosamente, este intento evolutivo fanático de Boulez nunca llegó a calar más que en círculos eruditos y casi iniciáticos, es decir en un mundo totalmente alejado de la realidad. Y creo que es justamente este snobismo involuntario (si se quiere), asociado a la poca potabilidad de la audición serial, lo que hizo desvanecer a este nuevo orden musical.

Quizá el siglo XXI vea todo esto de manera algo borrosa e incomprensible. Pero la historia futura y unos oídos mejor educados tal vez consigan hacerle justicia a una música digna de la conquista del espacio y de las generaciones que la soñaron.

Solo nos queda (emulando a Boulez) el deber de agitar conciencias y emociones, incomodar para reordenar referencias y límites. Y hacerlo con rabia. El arte y la música tienen más poder que nunca en un mundo que pierde referencias y se enfanga en la banalidad. Por desgracia, no hay nadie que nos auxilie. Necesitamos muchos Boulez para agitar y gritar, desde el silencio de la creación y de la convicción, con todas las armas de nuestro lenguaje sin palabras, la música.

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