Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 11:18

“EN LA PLAZA [14 DE SEPTIEMBRE] HIERVE LA VIDA”, DICE EL AUTOR DEL SIGUIENTE TEXTO, PERIODISTA Y ESCRITOR, PARA LUEGO ENUMERAR A LOS VARIOPINTOS HABITANTES DE ESTE ESPACIO QUE ES PATRIMONIO DE TODOS.

Es Nuestra Plaza

Es Nuestra Plaza



Dijeron que nos la devolverían a fines de diciembre. Ya agonizaba enero y nuestra Plaza seguía cautiva y hasta anteayer no más, empaquetada como una escultura efímera de Christo.

Este retraso alimentaba los rumores.

Uno decía que se convertiría en el patio, en un club de cierta clase media, como la de Santa Cruz. Allá donde van “las familias” a tomar fresco, mientras una empresa, con cafeteros uniformados, es la única autorizada para hacer negocios. Pobre de la colla o camba que se acerque con sus refrescos, golosinas o pasankallas para calmar el antojo y la sed de los paseantes, la Policía Municipal cargará contra ella para alejarla del paradójico espectáculo de la privatización de un sitio público.

Otro, que se quiere utilizar su reapertura para publicitar el No. Esta eventualidad es probable, pero carece de importancia.

Pero, que suceda lo primero…, queremos creer que es solo una conjetura. Y falta de imaginación, añadamos.

Porque aquí, no, aquí, no nos dejaremos.

En esta ciudad, hay un delicado límite entre el conformismo y la rebelión. Es igual que la difusa frontera entre el norte y el sur. El hedonismo de allá es la impaciencia de aquí. La Plaza, la cuerda que sostiene al volatinero entre estos dos mundos.

¿Quién vive en La Plaza? No son ni Dios, ni Gobernador ni Alcalde. Esos solo tienen sus oficinas aquí.

En la Plaza hierve la vida. Aclaremos quiénes somos sus habitantes:

Las relleneras que traemos desde el campo el alivio baratito al hambre de la mañana; las jugueras y dulceras, cafeteros, en fin, todos dispuestos a servir a los comensales acomodados en los bancos.

Somos los jubilados, una de las “jotas”, sobreviviente del viejo y monótono abecedario: jubilados, judíos, jóvenes…; los más antiguos, usamos este patio como trampolín para zambullirnos en el río Estigia.

Los niños, somos. Nos gusta este patio con cientos de palomas para sobresaltar y quedarnos fascinados con el potente rumor de alas subiendo al cielo. Volamos con ellas, dejados los globos olvidados ahí abajo con la forma de nuestros padres, cada vez más chiquititos.

El flautista ciego vestido de un letrero, en el que te pido no tu aplauso, sino tu caridad, cuando sé que es al revés. Leo una partitura doblemente escondida, en la ceguera y en la memoria.

Somos, asimismo, los agitadores políticos, que convertimos el centro de nuestra residencia en una pequeña y vivaz ágora y esperamos la aparición de nuestros rivales para proferir nuestros argumentos.

Las proveedoras de granos de maíz, parte de la cadena que une cielo y tierra, no simples negociantes, como nos consideraría un… neoliberal.

Los vendedores y lectores de periódicos. Nos encanta leer que ha caído el puente; nos disgustaría que por el puente pasaran no solo coches, sino seres humanos con su variada carga.

Los humoristas procaces; inventamos ese humor sin más sentido que el sexo y la miseria humana, para reír con nuestro público… procaz.

El solitario predicador: creo, en verdad, en ese fantasma harapiento que es la religión, cualquiera que sea.

Las globeras, con nuestro cargamento de superhéroes que los niños se antojan ser, o por lo menos, que lo sean sus padres, pero…

Los lustrabotas, aunque nunca lustramos botas, máximo algunos botines. Pero, eso sí, nos gusta dar a conocer nuestro punto de vista charlando con los zapatos porque nos basta con ese dato para saber quién está allá arriba, en el sillón.

Los dibujantes de las tareas de los colegiales venimos al triunfo en el servicio desde el fracaso en el arte.

Los perros, no muchos, pero aquí estamos de pasadita camino al mercado 25, atentos al mendrugo, tirado u ofrecido, y para espantar unas cuantas palomas.

Las palomas; simulamos ser inocentes y hasta tontas, pero recurriendo a la metáfora humana, sabemos dónde echar nuestras heces. Lo hacemos preferentemente sobre la casa de Dios y de rato en rato en la cabeza de otra persona, antipática como Él, y luego, vuelta a jugar con los niños y ¡a comer!

¡Los ratones!, claro que somos ellos. A pesar de ser los más numerosos, somos los menos visibles. Caemos bien a los niños, pero no a sus madres. Es que ellos se han quedado en Disney, pero ellas han avanzado en la cultura. Al cura no le gustamos. Un intruso que intenta echar a los dueños de casa...

Les damos la bienvenida a manifestantes, protestantes, reclamantes, revoltosos, indignados, enamorados, oficialistas, opositores, funámbulos y saltimbanquis. Les damos la bienvenida como a visitas que pronto se irán.

Inconsciente, entonces, el que pretenda, el que se anime a imaginar siquiera, reemplazar su población, modificar su abigarrada y vital textura, desalojarnos.

Habrá que advertirle que no basta el garabato de una ordenanza para cambiarnos.

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