Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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“POR FORTUNA, EN NUESTROS LARES, EN NUESTRAS CALLES Y MERCADOS, EL LOCO SIGUE SIENDO LO QUE ES: EL VERDADERO AMO DE LA CIUDAD”, AFIRMA EL AUTOR DEL SIGUIENTE ENSAYO.

Breves apuntes sobre los locos

Breves apuntes sobre los locos

Acerca del loco, Saenz en sus Imágenes paceñas dice: “Pariente carnal del aparapita, y dueño de un tiempo que se remonta al tiempo en que no hubo tiempo, divagando con un mundo a cuestas, el loco de la ciudad es por derecho propio el genio de la ciudad”.

No obstante hubo un tiempo en que el loco careció incluso de ciudad. Durante la alta Edad Media, los locos eran expulsados extramuros, se les abrían las puertas de la ciudad (recintos fortificados, sumamente territorializados) y se les invitaba a proseguir su senda errabunda por los campos apartados en un viaje desconocido y sin retorno. El loco, situado en la exterioridad absoluta.

Objeto de mofa y de escarnio durante la Edad Media, el loco, por una asombrosa mutación de perspectivas, devendrá durante el Renacimiento objeto de fascinación. Cardano dirá: “La Sabiduría, como las otras materias preciosas, debe ser arrancada a las entrañas de la Tierra”. El hombre del Renacimiento, ansioso de saber, establece un plano de inmanencia cuyo horizonte no es otro que los misterios de la naturaleza. La locura fascina en la medida en que se le atribuye un saber, un conocimiento esotérico y cerrado, sobrecargado de pluralidad de signos, plétora de significaciones que rebasan el discreto orden de la razón. En su santa bobería, el loco expele palabras que revelan la oculta verdad de las cosas, “la locura infecunda que existe en el corazón de los hombres” (Foucault). El Elogio de la locura de Erasmo pintará con magistral ironía el elemento de “pequeña locura” que pernocta en la inútil cotidianidad mundana.

El loco, el bobo, the fool. Era costumbre cortesana que entre los bufones que divertían al rey, permaneciera en un lugar privilegiado la figura del bobo, el loco de las palabras enmarañadas: “El fool es un inocente, un retardado, pero de su boca salen verdades…” (Lacan). El loco de la corte está por hablar, todos atienden, incluso el rey, sobre todo él; tras un mueca grotesca the fool suelta al aire sus palabras, tan solo cuatro o cinco palabras, pero que hacen arder las orejas, pesadas como plomo y no obstante ligeras, aéreas, cuyo sinsentido los sabios se esfuerzan por descifrar… y el loco ríe para sus adentros, en su inocencia. A propósito de the fool o del knave, ¡qué hermosa canción aquella de Paul Mc Cartney, Fool on the hill!

¿Qué sabiduría se le atribuye al loco? La del saber prohibido. No ciertamente un saber útil, en todo caso inútil, pero un saber que tienta, que ha devenido objeto de deseo. Lo que al Renacimiento le fascina no es ni Dios ni el Diablo, sino la Locura. Y en La nave de los locos (Stultifera Navis), que el Bosco tan mágicamente pintó, se advierte que el mástil de la nave es el leño de un árbol, es decir, el árbol prohibido del conocimiento, que ahora es la proa que orienta la errátil barca de los locos, entre las altaneras olas del mar. El océano infinito, otra figura de la locura. Un viaje hacia la verdad entre las aguas de la bobería y la insensatez, un rojo océano ante el cual la razón tiembla. En su admirable Historia de la locura, Foucault dice: “Puesto que es el saber prohibido, sin duda predice a la vez el reino de Satán y el fin del mundo; la última felicidad es el supremo castigo; la omnipotencia sobre la Tierra y la caída infernal (…). Es el gran Sabbat de la naturaleza; las montañas se derrumban y se vuelven planicies, la tierra vomita los muertos, y los huesos asoman sobre las tumbas: las estrellas caen, la tierra incendia, toda vida se seca y muere”.

Entre espasmos delira el loco, pero en su delirio advierte hacia dónde se encamina la historia. ¿Habría estado tan loco el loco? ¿Justamente ahora que el progreso ha convertido la naturaleza en no-naturaleza y en mero depósito de energía utilizable, vendible e intercambiable dentro los circuitos del capital?

Con el pálido reino de la razón –o la llegada de la modernidad- acontece lo que yo llamaría el “crepúsculo de la locura”. El loco ya no es fascinante, es un extraviado que perdió la razón. La locura como emblema de la sinrazón, más aún, como castigo que le aguarda a quien desafíe lo racional. El elemento trágico (medieval) sucumbe al elemento crítico (moderno). Se trata de un castigo, en el sentido literal. En las sociedades modernas, el loco recobra la ciudad, pero se trata de una ciudad que lo encierra y lo condena en su interior. Objeto de vigilancia y castigo, de estudio y “tratamiento”: terapias de electrochoque, cuerpos amarrados que son aventados en una silla giratoria a velocidades “locas”, chorros de agua caliente vertidos sobre su cabeza… en fin, toda la desquiciada historia de la psiquiatría. Saenz: “Un millón de almas hurgan en su ser, y le quitan el sueño; un millón de almas, con interminable pesadilla que, de día, es más horrenda que de noche”.

La ciudad moderna crea un “afuera” para el loco, se trata de un afuera absoluto construido en su centro interior.

¡Y es que sería una completa locura acabar con la locura misma! Pascal: “Los hombres son tan necesariamente locos que sería estar loco de alguna otra manera el no serlo”.

Por fortuna, en nuestros lares, en nuestras calles y mercados, el loco sigue siendo lo que es: el verdadero amo de la ciudad. Cochabamba es su ciudad, y way del que lo niegue. Basta caminar por La Cancha para comprobarlo. ¿Quién que haya recorrido por los pasillos de San Simón no recordará a aquel simpático loco, a ese enigmático personaje autodenominado “James Bond”, que se paseaba a sus anchas por toda la universidad para colar en cada corredor o columna sus investigaciones sobre la CIA? Para aquel loco, la universidad era su universidad, como para el loco del mercado La Pampa es su mercado.

Saenz: “Conoce el loco a cada habitante –y cada habitante se sueña con él, cada noche. El loco es un misterio. La ciudad no existiría, sin este misterio”.

Amén.

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