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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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[La Lengua Popular] Hasta Siempre, Dictador

[La Lengua Popular] Hasta Siempre, Dictador



“Está mal que los padres entierren a sus hijos, pero ¿los padres a sus mascotas?”, se pregunta el escritor en voz alta mientras aspira su cigarrillo que se consume al mismo ritmo que nuestra efímera vida. Yo escuché su conversación interna que solo agudizaba la acidez del café que tenía al frente. En esta triste ocasión nos encontrábamos en el lugar que se ha convertido en mi espacio de pensar, leer y escribir, el lugar en el que se escribe esta misma memoria, el Capresso, donde encontré el mejor café de la ciudad.

Con el dolor de la noticia, la fortaleza del café y el mareo del cigarrillo, el jefe del Dictador continuó con su conversación interna en voz alta. “Estamos colgados de un hilo en la nada”. Sus ojos inexpresivos hacían recuerdo a lo que hasta horas previas era el Copito en manifestación física. Su hilo de vida fue cortado y se fue. Pero, en palabras del trovador cubano, “¿A dónde van las miradas que un día partieron?/ ¿a dónde van los pequeños (enormes, en este caso) terribles encantos que tiene el hogar?/ ¿acaso flotan eternas…?/ ¿acaso nunca vuelven a ser algo?/ ¿acaso se van?/ ¿y a dónde van?”. El Copito puede ser que se haya marchado, pero eso no significa que se haya ido. Nunca se irá.

“Ninguna muerte me había hecho reflexionar en tantas cosas (léase ‘mierdas’) ni una me había hecho pensar tanto”. Debo admitir que a mí tampoco. Me hizo reflexionar sobre la muerte y sobre la vida. A fin de cuentas, no son muy distintas.

La vida solo cobra sentido cuando se comprende a partir de la muerte. Tiene significado cuando se sabe, de alguna u otra manera, consciente o inconscientemente, que el mundo ya estaba antes de tu existencia y continuará luego de la misma. Es decir, el mundo, la vida, el encanto de la vida, tiene propósito a partir de la mortalidad de la misma. El encanto, entonces, es un sentimiento del que solo los mortales se pueden jactar.

Me gustaría citar ahora (creo que por primera vez en este suplemento) a un científico. Richard Dawkins sostiene, maravillosamente, que “(n)osotros vamos a morir y eso nos convierte en los afortunados. Mucha gente nunca va a morir porque ellos nunca nacerán. Las posibles personas que podrían haber estado aquí en mi lugar pero que de hecho nunca verán la luz del día exceden en número a los granos de arena en el desierto del Sahara. Por supuesto que aquellos fantasmas sin nacer incluían a poetas más importantes que Keats y científicos más importantes que Newton. Nosotros sabemos esto porque el conjunto de posibles personas permitidas por nuestro ADN excede tan masivamente al conjunto de personas reales. A pesar de estas asombrosas posibilidades, somos tú y yo, en nuestra normalidad que estamos aquí. Nosotros, los pocos privilegiados, que ganamos la lotería de la vida en contra de todas las probabilidades. ¿Cómo nos atrevemos a lloriquear por nuestro inevitable regreso a ese estado anterior del cual la inmensa mayoría nunca ha despertado?”.

Considero que Dawkins expresa perfectamente que el encanto es solo para los mortales. Sin embargo, quisiera agregar un punto más a la cita del científico. No son solo aquellos que nunca han nacido los que no se encantarán con la vida. Pasa lo mismo con los seres eternos o los inmortales (dos características que no son iguales), los dioses, si se quiere. Por esto es que el encanto es algo completamente humano, por esto es que es tan necesaria la muerte en nuestras vidas. Al igual que Aristóteles sostenía que solo las bestias y los dioses podían vivir sin la sociedad, solo los no nacidos y los dioses pueden, y están condenados a vivir sin el encanto, pues nunca morirán en este mundo.

La vida del Copito y la conversación que compartí con su dueño en Capresso, rememorando la larga existencia del Dictador, fueron también llenas de encanto. Los juegos que compartieron, las protecciones de uno hacia el otro, el acompañamiento brindado, las charlas luego de borracheras mortales y finalmente su muerte, entre muchas otras cosas, fueron los aspectos que le brindaron encanto a las vidas de hombre y mascota.

El único consuelo que nos queda ante la muerte es la idea del nacimiento. La certeza de que la muerte nos es más que un renacer. Estoy seguro de que, si hay algún “más allá” perruno, el Dictador ocupa el lugar más alto. En aquel lejano y cercano lugar, el Copito está en libertad total, siendo quien es, siendo el Dictador. De esta manera me despido. Seguiremos adelante, como junto a ti seguimos, hasta siempre, Dictador.

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