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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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[CELEBRANDO LOS 10 AÑOS DE LA RAMONA]

El arte de la columna

El arte de la columna



El próximo 1 de mayo se habrán cumplido 10 años desde que se publicó el primer número de este suplemento cultural. Más de 520 ediciones dominicales ininterrumpidas después, fundadores, editores y colaboradores fijos de la RAMONA celebramos nuestra primera década reflexionando en torno a notas, coberturas y sucesos artísticos que marcaron nuestro trabajo. Continuamos este espacio fijo, que se prolongará este y el siguiente mes, con el texto encargado al destacado escritor chileno Bartolomé Leal, nuestro más importante y fiel columnista a lo largo de todos estos años, y quien reflexiona sobre su aporte.

Cuando fui honrado con la invitación a participar en la fundación de la RAMONA, instante renovador cuyos demiurgos fueron Vilma Tapia y Andrés Laguna, sin olvidar la aquiescencia amigable de Marcelo Paz Soldán y Cachín Antezana, me planteé el desafío de contribuir de una manera que fuera a la vez homogénea y variada. Lejos de las contingencias de la realidad cultural boliviana, sabiéndome incapaz de abordarla, propuse a mis queridos amigos la temática más amplia de la narrativa universal. Como dentro de este rubro la novela se lleva la preferencia de los lectores, así como las utilidades de los editores y las vitrinas de los libreros, opté por el género del cuento, más modesto, menos taquillero, aunque a menudo más difícil y exigente que la narración de largo aliento. Algo para mí evidente por experiencia propia.

Así nació Cuentos & Cuentistas, una columna que procuró ocuparse de los grandes y pequeños cultores del género en la literatura mundial, pero también de la producción cuentística de autores no necesariamente conocidos por sus relatos cortos. Para mí había casi infinitos tesoros por descubrir, lo confieso. En el rubro cuentos cargaba extensos páramos de ignorancia, a pesar de ser un cuentista ocasional. No le había hecho justicia a un género que, me fui enterando, había sido cultivado por innumerables narradores, desde la Antigüedad. De allí que la columna no fuera sólo sobre los cuentos sino sobre los cuentistas, buscando claves de su forma de abordar el género.

Señalo que fue un período un tanto caótico. Escribía textos del tamaño que se me ocurría y mis pacientes editores, Andrés primero, Sergio y Santiago después, no sé cómo se las arreglaban para meterlos dentro de las páginas de la revista. Si esto sirve de autocrítica, pláceme. Moraleja: los columnistas deben escribir un texto lo más atado posible a un formato. Los escribidores de periódicos (diarios, revistas, blogs) sabemos que lo que se dice en 2.000 palabras se puede poner en 1.000 y también en 500 o menos. Depende del tema, claro; sin embargo hay otros espacios donde expandirse, no en una revista cultural de porte reducido y plazo perentorio...

Abandoné los cuentos, no porque me disgustaran, sino porque me sentía motivado a ocuparme de otros géneros menores (¿?), que me atraían sobremanera. Por eso nació la columna Memorialistas & Viajeros. En muchos casos era una búsqueda en los patios traseros, los desvanes o los subterráneos de los artistas. Hay autores imprescindibles que han entregado sus recuerdos o percepciones vitales, con frecuencia reveladoras para entender su obra. Hay otros que escriben sus memorias para ocultar sus miserias, lavar su imagen o cobrarse venganzas; pero eso era parte del juego que emprendí. Del mismo modo, los relatos de los viajes, un género de larga prosapia, me motivó a buscar a los autores especializados y ocasionales; muchos de ellos tenían bastante que decir sobre los lugares visitados o la gente encontrada.

En esta segunda columna sí que fui estricto en materia de tamaños, aunque a veces me quedaba la impresión de que me excedía. La concisión y la síntesis me buscaban. El ansia por escribir de otras preocupaciones, culturales por cierto, me atraía. Así nació Feria Libre, una concesión de mis editores que no imaginé iban a aceptar. Sobre todo por el hecho innegable que en una columna de ese tipo manda la subjetividad, al revés de las anteriores, donde hay una componente de información que prima. Me impuse un tamaño para esta columna, del orden de 550 palabras, y una hechura que acordamos. Sólo puedo decir que me ha complacido hacerla, he deslizado relatos y confesiones. Espero continuarla en esta segunda década, a menos que los lectores pidan mi cabeza.

Aunque tal vez lo más memorable para mí fue haber publicado con la RAMONA el folletín Memorias de un asesino en serie. Creo que mis queridos Andrés, Sergio y Santiago se jugaron por estos textos que contenían una sarta de obscenidades, truculencias, vulgaridades y trasgresiones que bordeaban lo delictual. Me dieron la contraportada, un honor que nunca había tenido antes. Me contaba Sergio que algunos quiosqueros ponían la RAMONA al revés, mostrando dichas contraportadas para que se vieran los potentes dibujos del notable comiquero Walter Gómez. Fue algo grandioso y no puedo mejor que sentirme agradecido.

En este caso también me impuse un tamaño. Andrés escribió una bella introducción, que espero lo encabece cuando el folletín salga como libro (si es que encuentro al ilustrador, perdido en la jungla urbana cochabambina); y si es que consigo editor (risas).

En suma, para nuestros potenciales columnistas: a controlar el tamaño (que eso ayuda a pulir los vicios de escritura), a ajustarse a la temática elegida (que por eso nos leen), a buscar continuamente la perfección (por algo somos escritores, ¿no?), y a poner frescura y originalidad en cada entrega... Es la módica lección que puedo dar para avanzar en el dominio del “arte de la columna”.

mauroyberra.cl