[CELEBRANDO LOS 10 AÑOS DE LA RAMONA]
Leer poesía es hacer que el poema respire una vez más
El próximo 1 de mayo se habrán cumplido 10 años desde que se publicó el primer número de este suplemento cultural. Más de 520 ediciones dominicales ininterrumpidas después, fundadores, editores y colaboradores fijos de la RAMONA celebramos nuestra primera década reflexionando en torno a notas, coberturas y sucesos artísticos que marcaron nuestro trabajo. Continuamos este espacio fijo, que se prolongará este y el siguiente mes, con el texto encargado a la poeta Vilma Tapia, en muchos sentidos una madre del suplemento y quien siempre seleccionó los mejores versos para nosotros.
¿Qué otra cosa es la RAMONA sino las personas que la crearon, sostuvieron y defendieron, luchando por ella a capa y espada, de todas las adversidades, incomprensiones y voluntades pobres que innumerables veces atentaron contra su vida? Caballeros, sí, de los antiguos. ¿Y qué es sino sus lectores, que desde los más diversos sectores sociales siguieron su trayectoria haciendo suyas cada una de las publicaciones?
Diez años de trabajo arduo, realizado desde su fundación de manera honoraria. Me uno a tan importante celebración, pues. Felicito a “la troupe” entera, presentes y ausentes, y a todas las demás personas que colaboraron para que este suplemento se mantenga elocuente.
La RAMONA acogió también la poesía. Agradezco por el espacio que tuve para leer poesía acompañada de muchos ojos. Recuerdo especialmente las semanas de “Poema Memoria”, una experiencia en verdad entrañable para mí, de esas páginas extraigo estos poemas fundamentales.
La lluvia (de Jesús Urzagasti)
La lluvia es para mí lo que yo soy para el mundo. Con eso está dicho todo. Pero ahora llueve en algún patio, en algún camino, en algún cementerio donde los muertos abandonaron sus tumbas para cobijarse bajo los árboles. Llueve para los que murieron en una tibia tarde de primavera. No llueve para los que murieron escuchando el rumor de su propia muerte, porque para ellos ya llovió en mi corazón cuando quise alabar la transparencia y el color azul de las montañas…
Notas sobre una expedición no realizada a los Himalayas
(de Wislawa Szymborska)
Así que estos son los Himalayas.
Montañas corriendo hacia la luna.
El momento de la partida eternizado
en la tela rasgada del cielo.
La llanura de nubes con agujeros.
Confianza en nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.
Yeti, abajo tenemos un miércoles,
un abecedario, pan.
Dos por dos son cuatro.
Hay una manzana partida,
rosas y violetas azules.
No solo crímenes
podría haber entre nosotros,
Yeti. No todas las palabras
condenan a muerte.
Heredamos la esperanza
y el perdón.
Verás cómo damos niños
a luz entre ruinas.
Yeti, tenemos a Shakespeare,
Yeti, tocamos el violín,
Yeti, cuando anochece
encendemos la luz.
Aquí no es la tierra, ni es la luna.
Las lágrimas se congelan.
Oh! Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y regresa.
Entre las cuatro paredes de avalanchas
estoy llamando al Yeti,
zapateo para calentarme
sobre la nieve
eterna.
Al buen Pedro (de José Martí)
Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras
Porque tras mis orejas el cabello
En crespas ondas su caudal levanta:
Diles, ¡bribón!, que mientras tú en festines,
En rubios caldos y en fragantes pomas,
Entre mancebas del astuto Norte,
De tus esclavos el sudor sangriento,
Torcido en oro, lánguido bebes,-
Pensativo, febril, pálido, grave,
Mi pan rebano en solitaria mesa
Pidiendo ¡oh triste! al aire sordo modo
De libertar de su infortunio al siervo
¡Y de tu infamia a ti!-
Y en estos lances,
Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa
Faltar la monedilla que reclama
Con sus húmedas manos el barbero.
La partida (de Jaime Saenz)
Por tu modo de morir, por ese modo de conocer yo adiviné,
viajabas en la antigüedad.
Tus ojos miraban mi manera de vivir, mi manera de ser,
tú sabías estas cosas.
Un abandono misterioso, un permanente silencio.
Unos latidos en la lluvia y tú,
en esta húmeda oscuridad, y también mis huesos,
yo siento la pena infinita con que me van a dejar.
Te lo ruego:
cuando mires no me mires.
La vida nueva (de Raúl Zurita)
Como una vergüenza que yo tenía empecé a soñar,
mire sí, soñé que estaba acurrucada contra la
pared igual que una india chamana y que una
gran cantidad de gente me rodeaba mirándome y
yo toda sola, muerta de vergüenza, trataba de
cubrirme. Iba a parir, y mi terror era qué
hacer para cortarle el cordón a la guagua cuando
ella saliera. Cada vez más encogida ya no sabía
dónde poner la vista, y lo único que quería era
hacerme más chica y más chica para desaparecer
de los ojos que me observaban. Parí. Entonces
le tomé el cordón con la boca y lo corté
mordiéndolo. Creí que todo había pasado, pero
detrás venía otra pujando. Cuando ya estaba
afuera también le corté el cordón con los dientes.
Pero todavía venía una más y detrás de esa otra;
y luego otra y otra y otra más, que igual parí,
una por una, rebanándoles el colgajo a
mordiscos. Entonces me fui para adentro y me
vi entera las entrañas. Me veía como por una
ventana transparente, toda por dentro me miré
y allí estaba el cordón umbilical colgando,
igual que una tripa, cortado, goteando sangre.
La Luz del Regreso (fragmento, de Eduardo Mitre)
Encontrar la salida: el poema
Octavio Paz
Bajo la misma luz de la infancia
encorvado
por el frío y los años
sobre la página
a la intemperie
de la memoria tatuada
por lo perdido y amado
busco el poema:
tenue hilo de Ariadna
ángel terrestre
en el tiempo sin cara
aparece
amanece en silencio
palabra a palabra
camino a su encuentro
su cuerpo encarna
y de la mano me lleva
no a la entrada del Paraíso
ni a la salida del laberinto
sino
de vuelta
a esta mañana de invierno
donde la luz en el pájaro vuela
y plantada
en el árbol se queda.