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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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RESEÑA A LA SANTA CRUZ DE SADE, ESTRENADA EN COCHABAMBA LA SEMANA PASADA

Sade vive, la lucha sigue

Sade vive, la lucha sigue



Una adaptación e intervención deliberada del texto clásico La filosofía en el tocador del Marqués de Sade es la nueva propuesta del elenco Kikn Teatr, en trabajo conjunto con la productora cruceña Aldea Cultural. Este último montaje, dirigido por Diego Aramburo, tiene, precisamente, la particularidad de ser el primero en la trayectoria del cochabambino en abordar el entramado social y cultural de la capital oriental.

Eugenia (Nancy Cronen), una muñeca rota, una averiada muchachita punk, es la virgen en busca de grande revelaciones, oficia de redentora. Ella -de la mano de Domancé (Winner Zeballos), Madame de Saint Ange (Gabriela Sandoval) y el propio Marqués (Hugo Francisquini)-, trata de trascender los convencionalismos, acceder a lo más recóndito del entendimiento a través del placer, para imaginar y concretar la realidad más perversamente posible y así liberarse -liberarnos- de las ataduras que, presiente, la condenan a un sino de violencia, infelicidad y anhedonia.

Con una estructura fragmentaria, el hilo narrativo y la secuencia dramática no son más que pretextos para la construcción de imágenes, acciones y discursos. Estos últimos, claro, íntimamente ligados a los dos primeros y sin relación con las nociones didácticas y maniqueas a las que estamos tan mal acostumbrados. Todo lo contrario. Las voces que se alzan en la última puesta de Kikn Teatr son gritos de dolor y rebeldía, sonidos sediciosos y apócrifos, la suma del descontento, el hastío y la necesidad de insurrección.

Hablamos de una dramaturgia en la que lo metateatral desborda sus propias capacidades conceptuales y acaba siendo una expresión enana. Aramburo juega con una narración en planos diversos, incluso paralelos, cuyas mayores cualidades son el ruido y el caos. De esta saturación verbal, semántica, espacial y visual, se rescatan, paradójicamente, códigos y mensajes pertinentes a cada espectador, permeando su turbación y dejando, no reflexiones ni conclusiones, sino cuestionamientos, incertidumbres, acaso temores. Los excesos en la retórica teatral en la trayectoria del cochabambino nunca fueron tan oportunos. Porque no son sólo recursos artísticos para sustentar esta obra, sino que se corresponden y confrontan a los mecanismos, arbitrarios y agresivos, de los que se vale toda arquitectura mediática para reproducir roles estereotípicos y sus inherentes relaciones de dominación.

Aunque a momentos completamente inaccesible, el hermetismo de La Santa Cruz de Sade encuentra válvulas de escape en soliloquios confesionales y catárticos en los que los actores, además de entregarse sin miramientos, acercan al público a experiencias más tangibles e inmediatas. Este vínculo provoca una reacción empática en el oyente que, por más extraviado o indignado que se encuentre, en tanto se confronta a un discurso complejamente codificado y altamente provocativo, se ve reflejado y representado sobre el escenario.

Ahora bien, si algo puede reclamarse, es precisamente ese hermetismo que impide a una parte considerable del público acercarse a este tipo de experiencias artísticas. No creemos que un teatro intelectual y vanguardista deba estar escindido de un intento de diálogo más abierto con el espectador. Aunque desde este espacio seguimos y valoramos el trabajo de Diego Aramburo, no todos los que se acercan al hecho teatral tienen nuestra predisposición. Propuestas que interpelan a la sociedad, ambiciosas discursiva y estéticamente, que merecen y exigen mayores auditorios, también tendrán que ofrecer ciertas concesiones, en pos de formar nuevos y mejores espectadores.

En conclusión, la gran apuesta del director cochabambino quizás resida en el interés por representar un imaginario social, constituido por múltiples niveles de entendimiento, relacionamiento y emocionalidad. Es probable que esta intención se refleje en la disposición espacial de los personajes y todos los elementos que componen la escena en La Santa Cruz de Sade. Porque, resulta evidente, la superposición de planos, desplazamientos y acomodación de acciones e imágenes, no responde a meras exigencias técnicas, sino a la necesidad de reproducir y reflejar en el escenario la forma en la que construimos ideología, o proyectamos deseos, o reprimimos impulsos. Es decir, la forma en la que nos constituimos seres sociales, a partir de órdenes represivos y preestablecidos. Reconstruye, en última instancia, las dinámicas que instrumentalizan y objetivizan la sexualidad, como expresión máxima del sujeto –de su intimidad y su develamiento-, condenándola a un frío ejercicio mercantil en el que se intercambian lo mismo bienes emocionales, físicos o económicos.

Apunte no menos importante, es el justo y merecido desagravio que desde este lugar del mundo y a manera de homenaje, se le hace a uno de los más grandes creadores de la historia de la humanidad que, desde siempre y aún ahora, ha sido víctima de persecuciones, prejuicios y desaprobaciones. Donatien Alphonse François de Sade, a más de un gran escritor y filósofo, fue también un valiente revolucionario al que no le caben aquellos ignominiosos epítetos de decadente y perverso.

Lamentablemente, para nosotros, también libertinos irredentos, el texto de Sade, a pesar de haber transitado más de 200 años, no pierde validez. Nuestra sociedad sigue sumida en la hipocresía y la doble moral está institucionalizada. Como en esa Santa Cruz que tan bien retrata Aramburo, esa en la que crucifican públicamente a un hombre de la periferia por abusar sexualmente de un perro, pero eligen por sexta vez un alcalde que ejerce sistemática e impunemente violencia contra las mujeres de su entorno y, simbólicamente, las de toda esa capital. Pero la ciudad de los anillos no es más que el reflejo de un estado machista y falocéntrico que, en cuanto la heterosexualidad de su Vicepresidente despierta sospechas, obliga a montar la boda más mediática y grandilocuente de la historia política boliviana. Las contradicciones de este país van más allá de lo indio y lo colonial, de lo mestizo y lo originario, de lo camba y lo colla. Detrás de tanta vistosa máscara, hay otras pieles, supurantes y hediondas. ¿Estamos dispuestos a verla? ¿Estamos dispuestos a vernos?

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