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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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UN HOMENAJE DE ORACIONES “INCOMPLETAS” AL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL ESCRITOR

Los nacimientos de Cortázar

Los nacimientos de Cortázar



Enterarse de que un amigo habría cumplido cien años y tú sigues vivito y coleando, es para morirse de susto. Repuesto, uno se dice que claro que tiene que estar muerto, pero

Este prodigio humano llamado Julio Cortázar había nacido en 1914 en no sé qué polvoriento pueblo argentino, renació muchas veces, como todos los que no hemos muerto todavía y los demás, pero él

“Tengo, vamos a ver” (parafraseando a Nicolás Guillén, que también en él renació) que renació: como Julio Denis (con la ingenuidad de la biografía de una mano), rerenació muchas veces en París, en un café del Boulevard Saint-Germain (donde, desde la puerta o una mesa estratégicamente situada para salir corriendo, Gabriel García Márquez lo espiaba con fervor, admiración y pavor, como espiaba al doctor Barboza, en su niñez, para ver sus ojos amarillos “de perro del infierno”, esos ojos que próximo a su muerte, García Márquez recordaría con amor y gratitud); en el Pont des Arts, al que le dotó del amor y del desamor (aquél que se derrumbó por los peores símbolos que puede tener el amor, inventados por el turismo parisino); en sus recorridos por calles y boulevards del París de las afueras de París, por sus paredes y sus zaguanes y sus letreros y carteles; con el conocimiento de sus habitantes lejos de todo estereotipo; en Mayo del 68, en Odeon, la Sorbonne, Nanterre, en el que Cortázar se cambió al periodismo literario más sublime y nos transmitió que era prohibido prohibir, que seamos realistas y pidamos lo imposible, situándose él mismo en esa masa de individuos que encontraban la libertad en la protesta contra el dinero y sus sacerdotes (a propósito, también había un lema que decía que seremos libres el día que ahorquen al último cura con las tripas del último sociólogo). Fue el representante latinoamericano en la revuelta que no termina y que seguirá hasta

Renació en La vuelta al día en 80 mundos, el álbum por el que conocimos a Lezama Lima; nos sedujo con el poeta Jack de Ripper y el ave llamada Isadora Duncan. En la desencadenada Nicaragua, en la revolución cubana con Fidel y el Che, en un socialismo que no pasaba por Moscú, y lo haría con seguridad en el proceso boliviano actual; en sus poemas (conmovedoramente malos, como dijo un amigo suyo), en sus instrucciones para vivir los grandes acontecimientos como subir gradas, en su desdén por el poder y los ambiciosos de él, en sus miles de amigos (él no “reclutaba” lectores, hacía amigos); en sus particulares “clases sociales” formadas por famas, esperanzas y cronopios, en las que se acomodan todos a pesar de

Uno de sus nacimientos más apoteósicos fue, sin duda, Rayuela, su autobiografía, aunque con esta definición se moleste Oliveira, y La Maga, madre y criatura de Cortázar, sonría meciéndolo en sus brazos con el pseudónimo de Rocamadour; la del Pont des Arts en el que encontraría a La Maga. También en sus otras novelas injustamente olvidadas como la metáfora de Los Premios o la cotidiana Libro de Manuel, la más latinoamericana que transcurre en París y su otro libro que

Menudean homenajes estos días, incluso escribirán los críticos y comentaristas, muchos obligados por su bufonería pequeñoburguesa, hasta Vargas Llosa que habla bien de él para hablar mal, sin

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