Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:00

DISCURSO INAUGURAL DEL 2DO FESTIVAL LATINOAMERICANO DE CINE DOCUMENTAL A CIELO ABIERTO FINALIZADO AYER

Al mismo tiempo y bajo el mismo cielo

Al mismo tiempo y bajo el mismo cielo



*Alba Balderrama



Al mismo tiempo en que intercambiábamos cartas con los que serían nuestros invitados. Al mismo tiempo que imaginábamos esta 2da versión del Festival Latinoamericano de Cine Documental A Cielo Abierto, un festival de cine universitario en Santa Cruz movilizaba, en julio, a no solo estudiantes sino a grandes figuras de cine nacional e internacional.

Al mismo tiempo que uno de mis directores favoritos me decía con los ojos, con el alma, que tenía una peli para estrenar en el festival, un amigo en La Paz con sus colegas y grupo de críticos radicales organizaban un inaudito festival de cine al margen de toda institucionalidad. Y en Sucre un festival de cine llevaba a esa tranquila ciudad películas sobre derechos humanos.

Al mismo tiempo en que imaginábamos nuestro cielo azul en un logo con un ojo que nos mira desde siempre, un laboratorio de guiones y proyectos cinematográficos tuvo lugar en estos mismos ambientes.

Al mismo tiempo en que se perfilaba y armaba un equipo del festival, que una escena y un programa encontraba la luz…

Al mismo tiempo en que trabajábamos y lo hacíamos porque creemos que el cine en el país necesita más plataformas, más espacios, más mercados…

Al mismo tiempo en que hacíamos todo eso, por el cine, que buscábamos e imaginábamos el mejor espacio para recibir al cine…

El cine ya nos había inventado, había inventado su propio lugar amplio, libre, expandido, un lugar dentro de cada uno.

El cine que llevamos dentro buscó su espacio, su propia plataforma para salir, para movilizar a directores, críticos, gestores, instituciones, técnicos, asistentes, talleristas para que construyan e imaginen el Festival que juntos queremos.

Estamos aquí por la poderosa fuerza del cine, porque nos hemos abandonado a ella y queremos estar a la altura.

En estos cinco días el Festival A Cielo Abierto abre sus espacios para convertirse en el lugar próximo, íntimo y cercano donde los ojos del público resplandezcan ante la luz de los documentales latinoamericanos que participan en las muestras y ante las ideas que los profesionales del cine y documental internacionales y nacionales compartirán en los talleres y charlas magistrales programadas para el Festival.

La muestra oficial del Festival, “El cielo de Latinoamérica” cuenta con importantes directores de documental creativo que desde miradas únicas, una apuesta personal y flexible nos hablan de historias y acontecimientos de este continente. Para presentar sus películas llegan siete directores: Manolo Sarmiento de Ecuador con su película La muerte de Jaime Roldos (2013), Flavia de la Fuente de Argentina que presenta una película íntima y autoral sobre su relación con el paisaje, con el mar, 15 días en la playa (2013); el joven cineasta paceño Miguel Hilari que con sus intensas reflexiones sobre la ética de la mirada, de quien filma y quien mira estrena en nuestro Festival El corral y el viento (2013). Otros importantes estrenos documentales bolivianos son Nuestra lucha (Our Fight, 2013) de Sergio Bastani, Los girasoles de Martín Boulocq y la presentación oficial del proyecto ganador del Fondo a la Producción Documental A Cielo Abierto 2011, Con la noche adentro de Sergio Estrada. Cada proyección estará seguida de una charla magistral de su director y un crítico invitado, con el fin de tener una mejor aproximación al documental presentado y a su autor.

Recordar y revisitar la obra de los grandes maestros del documental latinoamericano es una tarea que el Festival emprende pensando siempre en la formación del público y del medio documentalista. Este año nuestra invitada especial llega desde Colombia, la documentalista Marta Rodríguez quien representó en la década de los 60 la reivindicación del poder creativo de la mujer en Colombia, del cine social comprometido con la realidad de su tiempo, de la poesía del documental.

El Festival también realiza un tributo al desaparecido documentalista brasilero Eduardo Coutinho con la muestra “Coutinho, el conversador” con una selección de sus mejores películas. Y finalmente la muestra “Pantalla Lakino”, una selección de cortometrajes del Festival de Cine Latinoamericano de Berlín.

El espíritu del Festival es el de inculcar la libertad de mirada en el público, una libertad ganada con conocimiento, con formación, con trabajo y consciencia. Es por eso que el Festival este año hace especial énfasis en la formación crítica del público pero también de los críticos pues en su ejercicio critico es donde reside la democratización de criterios de lectura, de intercambio de saberes y del surgimiento de una sociedad de personas formadas y cultas con participación masiva y critica en los procesos de construcción y expresión cultural. En el aspecto formativo esta versión del Festival organiza varios talleres en torno a la crítica cinematográfica y a la realización documental: como el “Taller criticar la crítica”, en el marco de las 2das Jornadas de Periodismo Cultural, este taller será impartido por los reconocidos críticos Quintín (Argentina) y John Campos (Perú) y el “Taller de Archivo y cine Reciclado” dictado por el chileno Miguel Angel Vidaurre y Paulina Obando.

Completan estas actividades formativas dos charlas magistrales: “El documental de creación contemporáneo. Ensayos para una definición” a cargo de Marta Andreu (España) coauspiciada por el Centro Cultural de España en La Paz y la Embajada de España en Bolivia y “World Cinema Fund / Berlinale - Apoyo y aplicación de proyectos cinematográficos en Alemania” a cargo de su director Vincenzo Brugno, este es también un trabajo conjunto con el Goethe Institut.

El compromiso del Festival con el documental boliviano se materializa en la creación del “Fondo de Fomento a la Producción Documental A Cielo Abierto” que otorga 10 mil dólares a un proyecto de documental creativo de un director boliviano. Este año a la vez, que estrenamos la película del proyecto ganador de la primera versión del festival haremos entrega del premio al proyecto ganador de este año cuyo objeto será el fomento y promoción permanentes de la industria documental cinematográfica nacional.

Con todas estas actividades, con toda esta ilusión, el Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño, dependiente de la Fundación Simón. Patiño, asegura una segunda versión del Festival A Cielo Abierto a la espera de que las miradas del público se enciendan y se incendien bajo el cielo de Cochabamba y que iluminen a la sociedad para construir hombres creativos, activos, comprometidos.

___

*Gestora cultural y coordinadora del acontecimiento organizado por el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño, dirigido por Elizabeth Torres.

El documental El corral y el viento, de Miguel Hilari, se estrenó en A Cielo Abierto

Registro de historias al interior de un corral de burros

Mary Carmen Molina Ergueta

Cinemascine.net





Atardecer en el Lago Titicaca. Un hombre recoge una red de pescar, mientras la lancha a motor se mueve incesante por el oleaje. La marea está alta y el sonido del agua toma todo el espacio. Vemos al hombre solo en un extremo de la rudimentaria nave, de espaldas a la cámara y frente al horizonte de un cielo ya oscurecido. Las olas mueven la lancha de forma circular y la cámara permanece fija detrás del pescador. El que filma se encuentra en el otro extremo del barquito, detrás del hombre y frente al mismo horizonte que acoge a éste: la cámara se queda fija y crea el horizonte de este hombre solo ante una inmensidad palpable, íntima, del lago y el cielo, el sonido del agua y el trabajo de las manos y el cuerpo del pescador.

Esta imagen condensa muchos de los sentidos y cuestionamientos del primer largometraje documental del boliviano Miguel Hilari, El corral y el viento. Narrada en primera persona, la película puede verse como se mira o como se imaginaría un álbum familiar: la memoria construye y destruye momentos, inventa cosas perdidas, las recupera para un tiempo distinto, donde las distancias entre lo que se es y la historia que nos sostiene se vuelve un campo inmenso de tensiones, espejos, muros, tejidos, imágenes y canciones. La historia que presenta el documental es compleja en cuanto lo que vemos son aristas, momentos concretos y herméticos dentro de los que se desenvuelve una trama que comenzó décadas, siglos atrás. A partir de la premisa de filmar Santiago de Okola, el pueblo de su padre, Miguel Hilari hace un recorrido imaginario por su propia historia, en una suerte de impulso testimonial y, a la vez, ficcional: en la vida cotidiana del campo, a través de las imágenes de los pocos pobladores de esta comunidad a orillas del lago, Hilari traza un recorrido hasta su experiencia propia, sus recuerdos, los que le pertenecen y los que no, sus visitas al pueblo de niño, su tío y su padre aymaras, su diario infantil escrito en alemán.

A partir de la imagen del hombre navegando en el lago -eje desde el que se planteará a lo largo del documental las complejas formas y sentidos que adquieren la mirada y el arraigo- la película insiste en las maneras de entender, trabajar, tensionar y proponer el registro, en sus distintos niveles y figuras. Así, el primer gesto del registro es el de la memoria, la que aparece en las líneas del diario infantil de Miguel, escrito en alemán; los recuerdos de la llegada del abuelo a la ciudad, La Paz extraña. Este gesto se teje con otro, que es la condición ficcional del registro de la cámara, del impulso de la mirada como documento de su propio discurrir: el registro tardío, o la reconstrucción de lo vivido pero, sobre todo, de lo recordado, lo que tal vez no se vivió pero que halla, desde siempre, un asidero en un imaginario más complejo de las historias íntimas y familiares. En la historia de Miguel, filmar es registrar, en tanto esto significa ver en los otros, ahora, una historia que dialoga con la propia.

El lugar que escoge el documental para aglutinar este encuentro temporal y cultural de la memoria es la infancia. Miguel se acerca, desde la primera secuencia de la película, a los niños de su familia en Santiago de Okola, sus primos posiblemente, parientes por el tío Francisco, el único hermano que se quedó en el pueblo. Así, vemos a dos hermanos jugando, disfrazándose frente a la cámara, en un diálogo de complicidad fraternal con ella y con quien pregunta detrás de ella. Con una inteligente mirada paródica respecto a la solemne escritura de la historia de las naciones, sus reivindicaciones, sus victorias y sus derrotas, a través de planos que juegan de forma irreverente con el civismo y sus escenificaciones escolares, Miguel hace una serie de cuadros con niños recitando poemas sobre las culturas ancestrales, poemas políticos en contra del imperialismo, cantando canciones del lugar, con wiphala, pollera y poncho. Los rostros, voces y expresiones inolvidables de estos niños contrastan con la historia que le da título al documental: décadas atrás, el abuelo de Miguel demando a las autoridades de Carabuco, pueblo cercano a Santiago de Okola, aprender a escribir y leer en castellano. Como respuesta fue encerrado en un corral de burros.

El corral y el viento se estrenó en el Festival Cinéma du Réel el domingo 23 de marzo, dentro de la sección de Primeros filmes. Miguel Hilari trabajó esta película desde 2010: el proceso largo corresponde con una manera de entender la relación de la mirada y lo que se mira, en este caso, la memoria íntima y su tejido con aquella más colectiva, cultural. Con el festival francés el documental inicia su recorrido internacional. En abril se presentará en la sección Panorama del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente – BAFICI.

El documental ecuatoriano se estrenó en Bolivia en el Festival A Cielo Abierto

La muerte de Jaime Roldós y la urgencia de la memoria

Mijail Miranda Zapata



Encaminarse hacia una reconstrucción de la historia es siempre una tarea compleja. Así como lo plantean algunos de los planos iniciales del documental La muerte de Jaime Roldós, enfilar hacia el pasado, hacia alguna de las posibles formas en las que puede ser recreado, alguno de sus incontables rostros, es conducirse por una ruta estrecha propensa al barranco y con el horizonte completamente desdibujado por esa densa bruma que es la oficialidad.

Este documental ecuatoriano es un atípico filme que sitúa su atención sobre la figura y tragedia del primer presidente democrático postmilitarismo de ese país, Jaime Roldós, (presuntamente) asesinado en 1981. Es atípico porque en el intento de plantear una posible génesis en la narración, las posibilidades son varias y todas válidas. Así también, al proyectar el conflicto como tal, la desaparición del gran caudillo guayaquileño, no se habla de “la muerte”, sino de sus “dos muertes”. Además, en su construcción formal, la estructura del relato sigue tanto el rigor del periodismo de investigación y el ensayo histórico, como la emotividad del relato íntimo, testimonial, visceral. Todo hilvanado por una voz en off que deja clara su tuición sobre lo contado. Es el artista -desprejuiciado y antipedagógico-, el que habla, el que escarba, el que incomoda, el que desarma, reacomoda y devela.

Este documental -dirigido a cuatro manos (Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera)-, por esa clara muestra de compromiso que excede los límites de lo convencional y está más bien ligado a una responsabilidad por visibilizar el oprobio, por dar voz a los silenciados, por dignificar la condición humana por encima de las mezquindades del poder -cualquiera que este sea-, es uno de los grandes descubrimientos que nos ha dejado la muestra latinoamericana del II Festival A Cielo Abierto.

Y no sólo por eso, sino también por su experimentación sin estridencias, su transparencia, la ausencia de panfletos y la carencia total de esa pretensión que las más de las veces distancia al público de las obras y sus discursos, ya sea abiertamente o bajo la dinámica de una engañosa seducción. También, y este apunte es curioso, por ser una cinta urgente, que merece y obliga ser vista.

Porque los engranes de la historia no se detienen nunca y mientras más tardemos en reconocernos en el pasado, menos chances tendremos de enfrentarnos y desafiar el futuro. Porque han pasado más de 30 años y las heridas siguen abiertas y muchas voces siguen acalladas. Porque esta película, tan ecuatoriana, con una taquilla de más de 50 mil espectadores en el hermano país, no deja de ser una versión más de Bolivia. O de Chile, Paraguay o Brasil. Porque si algo hizo aquella confabulación continental, el Plan Cóndor, fue reafirmar, renovar y crear lazos que nos atan más allá de las circunstancias geográficas.

En el epílogo de la cinta se suceden dos escenas fundamentales. Un viejo documentalista, con uno de los archivos fílmicos más importantes de su país, empecinado en ocultar uno de los episodios más sangrientos de la historia. Un posible seguidor de Roldós, con una colección de vinilos con los discursos del expresidente que confiesa nunca haber oído. Dos reflexiones distintas y a la vez símiles respecto al ejercicio de la memoria. Dos interpelaciones directas a quienes deberíamos practicarlo, a quienes lo han desechado, a los que estando en las condiciones y la obligación de cultivarlo elegimos callar, ignorar, o peor aún, tergiversar lo sucedido y sus consecuencias.

[email protected]

Reseña del filme argentino 15 días en la playa, también estrenado en el Festival

El reverso del mundo

Mijail Miranda Zapata



En el marco del II Festival de Cine Documental A Cielo Abierto, el pasado jueves se estrenó el filme argentino 15 días en la playa. Flavia de la Fuente, crítica cinematográfica, fotógrafa y ahora cineasta, elogiada por el público del Festival de Cine de Mar Del Plata 2013, presentó su opera prima ante el público cochabambino y después conversó con el mismo sobre los detalles de la producción.

A modo de bitácora audiovisual, la cinta es un retrato íntimo de la obsesión por el detalle, la necesidad y búsqueda de desestructurar tiempo y espacio, la forma como vemos, oímos y nos vinculamos al mundo, la inquietud del insaciable ojo de Dziga Vertov volcada sobre la playa, el viento, el mar, la arena.

Dividida en 15 fragmentos, la obra entiende la naturaleza como un hecho profundamente poético. Así lo revela en la amalgama de imágenes que se suceden develando en algún instante el quiebre de las constantes, es la revelación de lo inesperado. El montaje de las secuencias es clave para producir este efecto de extrañamiento, sorpresa, encandilamiento y repudio. A veces críptica, esta forma de diálogo visual promueve una constante actividad en el espectador, una dinámica que consigue, a pesar del metraje y las características de la cinta, conservar la atención y la necesidad de concluir el visionado.

Aunque bien podría cuadrarse esta obra dentro los cánones del videoarte y otras formas similares del arte contemporáneo, ésta no deja de pertenecer al género documental. Es ese otro de sus grandes méritos, el transgredir los límites de lo cinematográfico y aun así adscribirse a su tradición. Una obra que en sí misma contiene el reverso del cine y por tanto el reverso del mundo.

Esta película no es solamente el retrato fílmico de una región costera, es también una colección testimonial de voces y cuerpos que casi nunca son escuchados ni vistos. Los animales, canes errando por la estela que deja el agua en la arena al volver sobre sí, un ave que más que volar parece estar suspendida y petrificada en el lienzo de la inmensidad, el hombre y la pesca, sus angustias, sus necesidades, las estridencias de un tractor irrumpiendo en medio de una duna y exhibiendo su danza mecánica.

No nos encontramos, entonces, frente a un relato lineal y monofónico, sino ante secuencias cargadas de tensión en las que los bramidos del mar se enfrentan a los del viento, en el que las representaciones del tiempo -sumidas a un continuo vaivén en la primera, lineales y sin retorno en el segundo- se contraponen. Un coro de voces, una multitud de formas y cuerpos entregados a una singular coreografía: la documentalización de un espectáculo cotidiano e invisible.

Evidentemente 15 días en la playa es una experiencia altamente sensorial y poética que merece ser vista, pero que también requiere cierta predisposición. En esos términos, resulta excluyente en alguna medida y quizás podría sintetizar su exuberancia lírica que a momentos bordea la línea entre el agobio y el tedio.

[email protected]