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FERIA LIBRE

Poderes de la novela

Poderes de la novela
Revisito un libro de ese título al cual podría aplicarse el tan manoseado adjetivo de “increíble”. Su autor es el sociólogo francés Roger Caillois. Tenía 28 años cuando llegó a Buenos Aires a dictar unas conferencias sobre temas literarios. Se quedó por seis años para fundar revistas, colaborar en publicaciones y viajar por nuestro continente. Sus conferencias quedaron reunidas en un volumen que trata de las potencialidades o los poderes (según se traduzca puissances), del género literario que conocemos en español como novela (roman en francés, palabra que refleja mejor su filiación). El libro fue impreso en Buenos Aires en 1945, en una editorial dedicada a publicar libros en francés. De allí lo “increíble”: la riqueza de la veta intelectual argentina.

Al analizar algunos movimientos artísticos de vanguardia del siglo XX, como el simbolismo o el surrealismo, Caillois plantea que terminaron por arribar a callejones sin salida, tras haber dado algunos frutos en poesía lírica o en artes plásticas. Sin embargo su legado no se perdió, ya que llegaron los novelistas a depredar: “La novela, sin demasiadas preocupaciones teóricas, se permite todas las licencias, ensaya todas las audacias, acrecienta siempre sus alcances y sus ambiciones. Se diría que se enriquece de todo lo que las demás artes pierden, desdeñan, abandonan o arruinan”.

En tal contexto, afirma el sociólogo francés, la libertad del novelista es total para picar información de cualquier lado, distorsionar e interpretar, ridiculizar la realidad y dar rienda suelta a los engendros de su imaginación. Las emprende con la ciencia y la filosofía. En función de la necesidad de sus tramas novelescas, actúa con una impunidad que ningún otro género permite. Una vez que se ha dado cuenta que frente a él se halla una cantera inagotable de materia prima dispuesta a que se le dé forma, el novelista, según Caillois, “se aboca a reportar lo que ha experimentado o vivido. No mete en escena otro personaje aparte de sí mismo... No analiza más que sus pasiones, no cuenta más que sus experiencias, no comparte más que sus propios recuerdos. Viajero, narra sus viajes; amante, sus amores; periodista, sus pesquisas; surrealista, sus sueños. Y si no sabe actuar ni sentir, expone el vacío de su vida y de su alma”.

No es ocioso señalar el predominio tardío de la novela en la literatura, que eclosiona en el siglo XIX. Para el autor esto se debe al desarrollo del folletín de aventuras, género narrativo omnívoro, popular, propio de la prensa y del cual se sirvieron los más grandes narradores, comenzando por Balzac. (Hace unos días reví Los cuatrocientos golpes, la película de Truffaut, y la imagen de Antoine Doinel prendiendo una vela al autor de La comedia humana para sacar buena nota, me provocó sed de pura emoción...).

Opiniones del autor: a menudo la novela es más eficaz cuando está mal escrita, un estilo demasiado elaborado la puede arruinar. El sentido inmediato de las palabras es lo que cuenta, la ciencia de juntarlas bien es dejada de lado. Inferimos, leyendo al joven Caillois, gran latinoamericanista, que la curiosidad es la principal arma del novelista, elemento clave para un género que abarca tantas dimensiones, desde lo universal a lo íntimo. Si esa curiosidad no se despierta, más vale dedicarse a otra cosa, que en materia de prosas somníferas no hacen falta aportes, con los que hay basta y sobra.

Bartolomé Leal