Kallawayas, “autónomos” médicos que buscan conservar su cultura
En Charazani, la capital de la provincia paceña que es cuna de la cultura kallawaya, muy difícilmente se puede tomar contacto con un kallawaya. Es que este pueblo indígena, cuya ciencia y cosmovisión fueron proclamadas en 2003 por la Unesco como "Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad", si bien tiene paralizado su proceso legal de autodeterminación, la practica de facto, al menos por parte de sus más conocidos representantes, los médicos tradicionales, hace notar el dirigente campesino Raúl Yanawaya.
No lo son oficialmente, pero bien podrían las palabras viajar y autonomía ser sinónimos. Viajar todo el tiempo por Bolivia y el mundo es lo que hacen los kallawayas, curando diversos males del cuerpo y el alma, desde incluso antes del incario. Por ello es que, regularmente, se los puede hallar con mucha dificultad en Chazarani y Curva, Chari y Chacaya, entre otras comunidades de donde son originarios. Por fortuna, en el primer pueblo citado, ubicado a seis horas de viaje al noroeste de la ciudad de La Paz y a 3.250 metros de altura, los periodistas sí pudimos tomar contacto con varios de ellos. Nuestra visita, a inicios de septiembre, coincidió con la celebración de un congreso campesino.
Precisamente, uno de los desafíos de la reunión era delinear planes para revertir lo descrito en principio. “Muchos vienen de todos lados a buscar kallawayas, pero a veces no encuentran y se vuelven decepcionados”, señala el médico tradicional Freddy Quispe Llano, de 41 años, quien a su vez es vicepresidente de la Salvaguarda de la Medicina Kallawaya, una repartición de la Alcaldía de Charazani que tiene un presupuesto para acciones específicas de conservación de ese patrimonio. El plan principal es la inclusión de los médicos tradicionales en los servicios salubres que prestan los galenos con título profesional. A más de eso, señala Quispe, el municipio desea también proceder al registro y difusión de la música y tejidos indígenas, así como crear circuitos turísticos. Para esto último, fuera de su riquísima identidad cultural, este valle de altura de más de 13 mil habitantes (Censo del 2012) tiene amplias ventajas que lo hacen tal vez el secreto mejor guardado del turismo interno nacional. Cuenta con servicios de alojamiento y alimentación muy accesibles, hermosos paisajes y unas aguas termales que tienen fama de curativas.
De retorno al ámbito de la medicina tradicional, reconocida por la Constitución Política del Estado, otra de las propuestas del ampliado campesino fue un congreso para la definición de quién es quién en este quehacer. El kallawaya Ramón Quispe Lizárraga, de 63 años, detalla su propuesta: “He pedido un congreso, uno en Charazani, otro en Curva y otro en Amarete, para saber realmente quién es el kallawaya, si sabemos o no sabemos, o quiénes son simples pajpakus (charlatanes). Los que somos investigadores queremos exponer nuestra especialidad. Quiero salir a la palestra y exponer qué es lo que más puedo resolver sobre la salud del humano”.
Esta iniciativa parece ser un contrasentido, pues, como sostiene Quispe Llano, “hay mucho recelo todavía de mis colegas. No comparten aún sus conocimientos, las bases, las partes secretas”. Incluso, este pueblo tiene desde sus raíces un lenguaje hermético, el machchaj juyai, una mezcla de quechua, aimara y puquina, con el que se han transmitido los saberes de generación en generación. Sin embargo, hay también kallawayas como Quispe Lizárraga dispuestos a heredar a todos los interesados lo que sabe hacer: “No me lo voy a llevar al cementerio. Muchos kallawayas así lo hicieron, mi padre, por ejemplo”.
La relación padre - hijo es la “universidad” de los kallawayas. Se inicia en la temprana juventud, como una transmisión de un orgullo identitario también. Quispe Llano recuerda: “No sabía que mi padre era kallawaya hasta el primer viaje que hice con él a mis 13 años. En una oportunidad, me dijo que íbamos a viajar a La Paz. Yo pensé que íbamos a ir a pasear por la ciudad. Apenas empezamos la partida, me comenzó a hablar: ‘Hoy vamos a hacer un viaje, porque nosotros somos médicos’. ‘¿Médicos?’, le dije y miré. Fue una sorpresa que me llevaba porque me decía que me iba a enseñar a hablar incluso otro idioma. Fuimos a La Paz y luego a Cochabamba, y él empezó a visitar a sus pacientes. Cómo le recibían. Le conocían y le trataban muy bien, a mí incluso. Fue bonito. Yo he aprendido así”.
El viaje, nuevamente la itinerancia como forma de vida. Quispe Llano, por ejemplo, dice conocer todo el país a excepción de Cobija (Pando), y que ha llegado hasta a ciudades de Perú, Chile, Argentina y Brasil. Los kallawayas se trasladan siempre llevando hojas de coca. Pidiendo permiso a los apus (cerros y montañas del lugar) a la Pachamama y a otras entidades, las lanzan y, según cómo caen a la mesa, son capaces de ver el pasado, el presente y el futuro de las personas. Aunque esto no siempre es posible. “La coca no sale para todos. Te escoge también”, aclara Quispe Llano. Su colega por su lado complementa: “No te puedo decir si ganará tal o cual político, no sale eso. Pero sí por ejemplo a lo que se va a enfrentar”.
La hoja sagrada es apenas una de las plantas, de entre otras 900, de la farmacopea kallawaya. Los médicos tradicionales son especialmente conocidos también por el uso de las más diversas especies para la curación de todo tipo de males. Los más comunes, coinciden los entrevistados por separado, son enfermedades gastrointestinales, próstata, embolias y parálisis facial, estas dos últimas atribuidas al estrés de la vida citadina. Ambos están igualmente conscientes de cuánto aporta el mismo paciente. Quispe Lizárraga sostiene: “No se pueden resolver los problemas a la fuerza. Lo primero que yo hago entonces es hablarle al paciente, tratarle sicológicamente. Le digo que, si la enfermedad le ha declarado la guerra, tiene dos caminos, defenderse o rendirse. Y lo segundo significa el cementerio. Defenderse significa que él tiene que luchar”.
Esta convicción de que la vida es la que se defiende por sí sola de manera integral se refleja incluso en la riqueza musical de los kallawayas. “Lo más sobresaliente que tenemos es el k’antu. Este rimo es terapéutico. El bombo está marcado al compás del corazón. Son ritmos que te hacen una terapia. Hay muchos otros ritmos y diferentes instrumentos, de acuerdo a la época de lluvias o seca. Están por ejemplo el pífano, la pinkillada, el ch’ile y el pinkillo, que tienen sus etapas. Y tienen diferentes medidas, no son iguales. Antes se tocaba el lloque k’antu. El tuayllu, que se está perdiendo también”, señala Quispe Llano.
1 Relación padre - hijo
La relación padre - hijo es la “universidad” de los kallawayas. Se inicia como una transmisión de un orgullo identitario. Quispe Llano recuerda: “No sabía que mi padre era kallawaya hasta el primer viaje que hice con él”.
Turismo
La localidad de Charazani tiene amplias ventajas que lo hacen tal vez el secreto mejor guardado del turismo interno nacional.