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ANÁLISIS

Tercer rescate: nuevo comienzo griego

Tercer rescate: nuevo comienzo griego



Grecia es la cuna de la civilización occidental, de la democracia, de la filosofía occidental, de los Juegos Olímpicos, de la literatura, del estudio de la historia, de la política y de los más importantes principios de las matemáticas y de la ciencia, un innegable legado histórico para la humanidad. El moderno Estado griego se estableció en 1830, luego de una guerra de independencia del Imperio Otomano y, contemporáneamente, es un estado democrático, desarrollado, parte de la OTAN desde 1952, hasta hace pocos años ufanada de contar con una economía con un alto nivel de ingresos, de vida e índice de desarrollo humano, palmarés que le permitieron calificar para ser miembro de la Unión Europea desde 1981. Grecia utiliza el euro desde el 2001, añadiéndose su calidad de miembro de la Agencia Espacial Europea desde 2005, socio fundador de las Naciones Unidas, de la OCDE y de la Organización de Cooperación del Mar Negro.

El pueblo griego es el que siente todo el rigor de la crisis económica, es heredero de la irresponsabilidad de las antiguas administraciones gubernamentales y blanco de la rigidez imperturbable de los organismos internacionales acreedores. Las lecciones que emergen del dilema griego, euro o dracma, se erigen como un referente de severa llamada atención para las economías de otras latitudes del orbe, a efectos de tomar oportunamente medidas preventivas y correctivas. Complejas y largas han sido las gestiones diplomáticas para evitar la salida de Grecia del euro, al final del túnel se arribó a un Acuerdo, tras dos Eurogrupos interminables y un Consejo Europeo.

Los europeos son conscientes que como nunca ha estado cerca el Grexit y, aparentemente, por el momento se ha conseguido evitarlo e incluso se abre una ventana de oportunidad para que Grecia avance de verdad en la modernización de su economía. Los europeos aprendieron de este lamentable proceso. El euro es más fuerte de lo que parece, inmune a los incisivos análisis de los comentaristas de la prensa anglosajona que se dedicaron a sostener que el Grexit era inevitable con el añadido de percibir en ellos, un deleite por ver caer un proyecto en el que nunca creyeron, sin tomar en cuenta que el euro en esencia, es un proyecto político y económico en el que hay invertido un capital político inestimable y que la mayoría de la ciudadanía europea sigue apoyando, desde Grecia hasta Finlandia. Lo afirmado no impide reconocer que en la zona euro existen soberanías nacionales, que nunca coincidirán cuando haya dinero en juego. El desafío latente es evitar que se haga explícito el choque entre las legitimidades nacionales expresado dentro del euro.

El Banco Central Europeo (BCE) está en una posición imposible, desde que comenzara la crisis. No solo en relación a Grecia se ha visto obligado a tomar decisiones clave que han salvado el euro, pero que van más allá de su mandato y para las que no tiene ninguna legitimidad democrática, salvo en algunos episodios del oscuro periodo 2010-2012, ha estado a la altura en los momentos más críticos: su presidente, Mario Draghi, se sacó de la manga el “whatever it takes” en junio de 2012 que salvó a España y a Italia y, durante los últimos meses, optó por no cortar la línea de liquidez de emergencia a los bancos griegos cuando las negociaciones parecían rotas. Desde la perspectiva del Bundesbank, ambas medidas son erróneas o ilegales, pero se han mantenido. Una institución técnica como el BCE que tenga sobre sus hombros la responsabilidad de salvar periódicamente al euro sin tener un mandato político para hacerlo, representa un fallo de diseño garrafal en la zona euro, tal vez el más grave.

Los bancos centrales se inventaron para ser prestamistas de última instancia de los bancos comerciales con problemas de liquidez y, como demuestra la actuación de la Reserva Federal de Estados Unidos, del Banco de Inglaterra o del Banco de Japón durante la crisis financiera, ejercen también como prestamistas de último recurso para los estados ante ataques especulativos, pero el BCE no puede ejercer estas funciones con normalidad, mientras no se avance en la unión política, porque estaría haciendo política fiscal y no monetaria. Ello implica que hay que dar pasos urgentes para avanzar hacia la unión política europea.

El 20 de agosto de este año, el Bundestag, la Cámara Baja alemana, aprobó con una amplia mayoría el tercer rescate griego después de escuchar una petición del ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, de dar a Grecia una nueva oportunidad. La rebelión interna entre los conservadores contra la posición del Ejecutivo de Angela Merkel fue menor de la anticipada y los diputados dieron vía libre al acuerdo con 454 legisladores a favor, 113 en contra y 18 abstenciones. Alemania es el país de la zona euro que más contribuyó en los dos rescates anteriores. Este tercer paquete asciende a 86.000 millones de euros, el “problema no es la falta de solidaridad europea, sino una falta de eficiencia griega”. El ministro Schäuble mostró su lado más conciliador con el Gobierno griego, habiendo expresado “por supuesto, después de la experiencia de los últimos meses y años no hay garantía de que todo saldrá bien y es lícito tener dudas. Sin embargo, en vista de que el Parlamento griego ya ha aprobado una gran parte de las medidas, sería irresponsable no aprovechar la oportunidad para un nuevo comienzo en Grecia”, la mayoría de los socialdemócratas y los Verdes apoyaron el rescate en contraste de los 63 legisladores del CDU que se opusieron a aprobar el paquete de ayuda ante la participación -aún no segura- del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el tercer rescate, uno de los elementos que más han citado los disidentes conservadores para no votar a favor, en el convencimiento que el organismo dirigido por Christine Lagarde siga compartiendo el timón del proceso heleno con el resto de las instituciones implicadas, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. El tercer rescate, es un medio para el largo camino de recuperación de Grecia.