Cuando la plaza Murillo fue nuestra
19 de abril de 2015 (19:05 h.)
Era sábado y las noticias que llegaban de Cochabamba eran cada minuto más dramáticas. El decreto de estado de sitio banzerista se
confirmó esa mañana y la guerra del Agua atravesaba sus horas decisivas. Después de la gran movilización
del viernes, el (mal) gobierno desplegó francotiradores en la ciudad. Sin importar aquello, la Coordinadora y los
guerreros multiplicaron los bloqueos barriales para lograr la expulsión de
Aguas del Tunari y frenar la privatización y subida de precios. Ese 8 de abril, muy
temprano, se supo de la muerte de un maestro durante el desbloqueo de la
carretera La Paz-Oruro que efectuaron los militares a punta de gases y balazos.
En La Paz, mientras tanto, continuaban las negociaciones del Ejecutivo con los policías amotinados en medio de fuertes rumores de
intervención militar. El foco del levantamiento era el GES, apenas a media
cuadra de la plaza Murillo. Los uniformados reclamaban una verdadera mejora
salarial. Eran años de sueldos bajos y limitada capacidad adquisitiva como consecuencias del neoliberalismo noventero y la crisis financiera global.
Recuerdo que esa mañana soleada todos decidimos suspender nuestro taller de formación política y llegar hasta allá con varias cajetillas de cigarros y coca para compartir con el motín.
Sorpresa. La plaza estaba vacía. Ni la guardia presidencial quedaba para resguardar al Palacio.
El gabinete banzerista optó por refugiarse en la residencia y dejar el Kilómetro Cero a merced de la protesta. Así, con los policías replegados y en absoluta libertad, las pocas centenas de personas
que nos reunimos para brindar apoyo al motín comenzamos a marchar frente a los vacíos edificios que en ese entonces representaban desgobierno, represión,
crisis y muerte. Desinflamos y pinchamos las llantas de los vehículos oficiales
que los ministros dejaron tirados ahí y graffiteamos el asfalto con mensajes de
apoyo a los guerreros del agua, la Coordinadora y en contra del estado de sitio
neoliberal.
En medio de la protesta se sumaron dos "artistas"
que de inmediato fueron identificados por los policías como buzos del banzerismo. Los vi escapar como si la vida se les fuera en ello. Todavía los veo por la calle y a veces tocan en alguna peña o en programas de televisión. En esa época andaban con una cámara filmadora pequeña para grabar rostros de manifestantes.
Dos fogatas ya estaban encendidas frente a la Cancillería cuando supimos de la muerte de Víctor Hugo Daza en Cochabamba. Silencio.
Después de la última vuelta a la plaza Murillo, el himno nacional fue entonado con los puños izquierdos en alto. Fue la primera vez que veía eso. Sin imposturas ni poses uniformes, sino con espontaneidad y compromiso.
El motín policial se levantaría pocas horas después y al
consorcio Aguas del Tunari le quedaban unos días más de vida. Por la noche, vimos
por televisión al rostro del capitán Robinson Iriarte disparando contra la multitud. Ahora sigue su vida como si nada hubiera pasado. Incluso consiguió algún ascenso, es coronel. Ese sábado se dispararon al menos 20 tiros contra la gente y murió un muchacho de 17 años. La impunidad a favor de los milicos es una pesada y triste herencia que persiste y se alienta en nuestros días desde el Gobierno.
El estado de sitio duró casi dos semanas más. El Gobierno tuvo que ceder en casi todo.
Los guerreros habían triunfado. La guerra del Agua (re)inauguró el tiempo de las sublevaciones en Bolivia. Altiplano, Trópico cochabambino, minas potosinas y ciudades por todo el territorio nacional consolidaron el triunfo de abril.
15 años pasaron desde esa primera gran victoria popular de las varias que seguirían en la década, siglo y milenio que nacían.
Victoria popular porque venía del pueblo. No como abstracción retórica o demagoga, sino como expresión horizontal de autoorganización subalterna, vecinal y laburante. Sin soportes externos ni fondos desviados. Por eso somos más felices en el llano.
Hombro contra hombro. Bajar y no subir. El agua es nuestra, carajo.
confirmó esa mañana y la guerra del Agua atravesaba sus horas decisivas. Después de la gran movilización
del viernes, el (mal) gobierno desplegó francotiradores en la ciudad. Sin importar aquello, la Coordinadora y los
guerreros multiplicaron los bloqueos barriales para lograr la expulsión de
Aguas del Tunari y frenar la privatización y subida de precios. Ese 8 de abril, muy
temprano, se supo de la muerte de un maestro durante el desbloqueo de la
carretera La Paz-Oruro que efectuaron los militares a punta de gases y balazos.
En La Paz, mientras tanto, continuaban las negociaciones del Ejecutivo con los policías amotinados en medio de fuertes rumores de
intervención militar. El foco del levantamiento era el GES, apenas a media
cuadra de la plaza Murillo. Los uniformados reclamaban una verdadera mejora
salarial. Eran años de sueldos bajos y limitada capacidad adquisitiva como consecuencias del neoliberalismo noventero y la crisis financiera global.
Recuerdo que esa mañana soleada todos decidimos suspender nuestro taller de formación política y llegar hasta allá con varias cajetillas de cigarros y coca para compartir con el motín.
Sorpresa. La plaza estaba vacía. Ni la guardia presidencial quedaba para resguardar al Palacio.
El gabinete banzerista optó por refugiarse en la residencia y dejar el Kilómetro Cero a merced de la protesta. Así, con los policías replegados y en absoluta libertad, las pocas centenas de personas
que nos reunimos para brindar apoyo al motín comenzamos a marchar frente a los vacíos edificios que en ese entonces representaban desgobierno, represión,
crisis y muerte. Desinflamos y pinchamos las llantas de los vehículos oficiales
que los ministros dejaron tirados ahí y graffiteamos el asfalto con mensajes de
apoyo a los guerreros del agua, la Coordinadora y en contra del estado de sitio
neoliberal.
En medio de la protesta se sumaron dos "artistas"
que de inmediato fueron identificados por los policías como buzos del banzerismo. Los vi escapar como si la vida se les fuera en ello. Todavía los veo por la calle y a veces tocan en alguna peña o en programas de televisión. En esa época andaban con una cámara filmadora pequeña para grabar rostros de manifestantes.
Dos fogatas ya estaban encendidas frente a la Cancillería cuando supimos de la muerte de Víctor Hugo Daza en Cochabamba. Silencio.
Después de la última vuelta a la plaza Murillo, el himno nacional fue entonado con los puños izquierdos en alto. Fue la primera vez que veía eso. Sin imposturas ni poses uniformes, sino con espontaneidad y compromiso.
El motín policial se levantaría pocas horas después y al
consorcio Aguas del Tunari le quedaban unos días más de vida. Por la noche, vimos
por televisión al rostro del capitán Robinson Iriarte disparando contra la multitud. Ahora sigue su vida como si nada hubiera pasado. Incluso consiguió algún ascenso, es coronel. Ese sábado se dispararon al menos 20 tiros contra la gente y murió un muchacho de 17 años. La impunidad a favor de los milicos es una pesada y triste herencia que persiste y se alienta en nuestros días desde el Gobierno.
El estado de sitio duró casi dos semanas más. El Gobierno tuvo que ceder en casi todo.
Los guerreros habían triunfado. La guerra del Agua (re)inauguró el tiempo de las sublevaciones en Bolivia. Altiplano, Trópico cochabambino, minas potosinas y ciudades por todo el territorio nacional consolidaron el triunfo de abril.
15 años pasaron desde esa primera gran victoria popular de las varias que seguirían en la década, siglo y milenio que nacían.
Victoria popular porque venía del pueblo. No como abstracción retórica o demagoga, sino como expresión horizontal de autoorganización subalterna, vecinal y laburante. Sin soportes externos ni fondos desviados. Por eso somos más felices en el llano.
Hombro contra hombro. Bajar y no subir. El agua es nuestra, carajo.