Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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TEXTUAL

Entre eufemismo y mentira

Entre eufemismo y mentira
El eufemismo, usado como artilugio distorsionador del significado de las palabras, es un edulcorante para la mentira, un cosmético superficial que disfraza y encubre los hechos; verbigracia, no se dice crisis económica para señalar una situación de extrema gravedad e inestabilidad bancaria, financiera etc., se prefiere decir: desaceleración; palabra neutra que minimiza superlativamente su significación.

El término inflación ha sido borrado del léxico de los administradores, mejor es sustituirla por: ajuste de precios, que suena bien, pero que la significación es totalmente diferente. Los antiguos adjetivos de edad y tiempo; anciano, viejo, ha sufrido una transformación inducida por lo que muchos, llenándose la boca, dicen que es políticamente correcto. A los venerables seniles hoy se los denomina horrorosamente: adultos mayores, término que exactamente no quiere decir nada.

El maleante hoy es conocido como persona de inestable conducta; mientras que los cieguitos, discapacitados visuales, ignorando la existencia de la presbicia o el daltonismo. Trabajadoras del sexo son las prostitutas; y los empleados del Estado, servidores públicos, vaya ignominia. Entre miles de ejemplos que podían citarse, los mencionados son suficientes para percibir un hálito muy próximo a la mentira y el engaño, lo que hace suponer que eufemismo y mentira se hallen directamente emparentados, no obstante, carecer de sinonimia. En la historia política de la humanidad, esta distorsión ha sido preferida por los sistemas totalitarios de izquierda o de derecha, tanto en el siglo XX como el siglo que tempranamente nos toca vivir, en los que tuvieron su énfasis los ismos; comunismo y fascismo, militarismo y terrorismo, cuyo común denominador es el disfraz de sus acciones maléficas con un vocabulario metamorfoseado.

En nuestra realidad, nos enfrentamos de sopetón y a cada instante con algo similar cuando mediante términos artificiosos trastocan hechos y acontecimientos. Vayamos al punto: un robo de millones de dólares a una entidad bancaria pública, perpetrado por uno de sus servidores, es calificada por una alta personalidad - muy entendida en asuntos políticos y económicos y exfuncionario del Gobierno- declara muy suelto de cuerpo y sin rubor en las mejillas, que dicho robo es una nimiedad, por tanto, no afecta al patrimonio de la entidad desvalijada.

En otro momento y ante la evidencia de que millones de millones destinados al fomento de la producción campesina, desaparecieron en bolsillos privados, el más alto funcionario de Gobierno, sostuvo que tal hecho era apenas una minicorrupción. Tales absurdos, llevan al mismo tiempo a la risa burlona y el llanto amargo, cuando no al desamparo y la desesperación. Las situaciones mencionadas no son aisladas, al contrario, constantes y reiteradas, al extremo que se las admite como sustanciales y con reiterada frecuencia se justifican con argumentaciones baladíes y descabelladas, como aquella, que son producto de un pasado colonial, plenamente enraizado en la personalidad nacional, del cual no pueden zafarse las generaciones que sufrieron ancestralmente el yugo opresor.

Distorsionar la realidad, sumirla en un sin de palabras insustanciales, es una verdadera paranoia, sino un mal del espíritu, que más pronto que tarde, incidirá en la esencia nacional, con gravísimas consecuencias.