Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 17:40

TEXTUAL

La nave del Estado

La nave del Estado
Este 10 de octubre se constituyó una fecha por demás significativa, puesto que se trataba de olvidar la ignominia de la dictadura y recordar 35 años de la construcción de la democracia. Multitudes, en todo el país, se desplegaron para hacer conocer su decisión de seguir viviendo dentro el sistema, que pese a sus propias imperfecciones exalta la dignidad de la personalidad humana, situándola como centro y razón de ser de la comunidad política, de ahí que se asigne al pueblo como titular de la soberanía popular. El régimen democrático consagra la supremacía constitucional, de ahí que toda la vida del Estado se someta a la fuente primigenia. Se establece la separación e independencia de los órganos del Estado y la alternancia en el ejercicio del poder político. A tales principios, el pueblo dijo Sí. No hubo actos de violencia ni provocación. Fue por naturaleza un acto pacífico y de convivencia ciudadana, luego el pueblo se retiró, carpe diem, cumplida la tarea, en palabras de Horacio. No obstante lo dicho, resulta altamente sospechoso que desde el oficialismo se haya minimizado y condenado esa proclamación de fe ciudadana. No solo eso, sino, como lo reconocen sus voceros, los organismos de seguridad hicieron seguimiento pormenorizado de tal manifestación, registrando asistencia y detalles, como si se tratase de un acto de peligro inminente. No todo queda ahí, grupos afines al Gobierno anuncian una contramarcha, la cual solo se explica si su motivación es contraria a todo lo anotado.

Volviendo a Horacio, es bueno recordar que su vida constituye un buen ejemplo de movilidad social. No obstante de ser hijo de esclavo, logró, gracias a sabiduría y tesón, convertirse en ciudadano pleno, llegando a escalar la pirámide social y relacionarse con lo más granado de la intelectualidad de su época: Virgilio, Rufo, Mecenas, legando una obra literaria que trascenderá los siglos. También era íntimo del poder político, nada más ni nada menos que con César Augusto. Ese relacionamiento le permitió ser consejero oficial y en tal función poéticamente rescató un término que en los tiempos actuales se usa con profusión: nave del Estado, en alusión a la exacta correspondencia de piloto y líder político. Gubernare no es otra cosa que llevar a buen puerto la embarcación, tarea reservada al capitán. Este debe afrontar los peligros de la travesía, desafiar el proceloso mar, evitar los escollos y, lo que es más importante, aunar esfuerzos y voluntades de la tripulación. Dejó plasmada su opinión en un cántico que quienes gobiernan los estados, deberían leerlo de vez en cuando: “¿Te llevarán al mar, oh nave, nuevas olas?/ ¿Qué haces?/ ¡Ay! No te alejes del puerto./ ¿No ves cómo tus flancos están faltos de remos/ y, hendido el mástil por el raudo Ábrego,/ tus antenas se quejan, y a duras penas/ puede aguantar tu quilla sin los cables/ al cada vez más agitado mar?/ No tienes vela sana, ni dioses/ a quienes invocar en tu auxilio,/ y ello por más que seas pino del Ponto,/ hijo de noble selva, y te jactes/ de un linaje y de un nombre inútil./ Nada confía el marinero, a la hora del miedo,/ en las pintadas popas. Mantente en guardia,/ si es que no quieres ser juguete del viento./ Tú, que fuiste inquietudes para mí/ y eres ahora deseo y cuidado no leve,/ evita el mar, el mar que baña”.