Opinión Bolivia

  • Diario Digital | lunes, 18 de marzo de 2024
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OIKOS

Reflexión al partir

Reflexión al partir
En un vuelo intercontinental, cavilo por largas horas sobre si lo que dejo en casa ha sido suficiente como para estimular una filosofía de lucha más profunda, más allá de las presentes batallas aisladas que se libran en distintos puntos del país (Madidi, Tipnis, Piraí, Pilcomayo, Tunari, etc.). La cuestión ambiental está cada vez más álgida y nuestras derrotas como ambientalistas se hacen cada vez más frecuentes. Esto, sin duda, ha creado desconfianza entre el público acerca de la valía del movimiento y hasta una cierta resistencia al ecologismo y a la ciencia que le da soporte. En las manos hábiles del oficialismo se aviva la aversión por lo prístino, se ridiculiza la intangibilidad de la naturaleza y se amolda el conocimiento científico a la medida de su ambición y codicia.

Ello se superpone a la magra educación ambiental del público, producto también de la manipulación y el doble discurso disruptivo; educación circunscrita a lo urbano y que pierde de vista el contexto global de los problemas locales. En desmedro propio, somos incapaces de producir respuestas rápidas para interrogantes como ¿habrá repercusiones en Bolivia de la deforestación y construcción de represas en Brasil? La investigación ha demostrado que sí y que los efectos negativos a nivel ecológico, económico y social ya son una realidad. Otros temas como el efecto en Bolivia del deshielo antártico, el incremento de la frecuencia e intensidad de huracanes en el Atlántico, o la pérdida de lagunas urbanas en Cochabamba, tienen respuestas científicamente más complejas, no siempre comprendidas por una sociedad que para lidiar con sus problemas ambientales aún recurre a lo esotérico y subjetivo, poniendo en riesgo la seguridad y estabilidad de millones de bolivianos.

Todo esto ocurre en un enclave cultural en el que la naturaleza se relega siempre a un segundo plano y en el que el hábito de acceso a la información fidedigna no está formado, dando pie a que el poder de turno capitalice certeramente sobre esta displicencia e ignorancia colectiva. Ese poder alimenta el sentido antropocentrista de esa cultura y la embute con creencias y mitos, produciendo una actitud cachazuda frente a la acción y una falta de respeto hacia el bien común. Se crea así una situación caótica en la que rige la degradación ambiental que nos lleva a la muerte. Los detractores dirían que esto es una exageración, pero los datos, medibles y comprobables, nos indican algo muy diferente. Los decesos causados por la contaminación atmosférica, por ejemplo, ya han sido calculados e incluso sabemos qué sector de la población es el más afectado, los niños.

Llegamos así a una situación en la que ni siquiera la muerte de nuestros hijos nos incita a la organización de un movimiento social que produzca reversión de la visión actual de la naturaleza y que lleve a la recuperación de lo perdido o lo degradado para el bien de nuestra propia generación y las siguientes. El proceso reflexivo ya debe empezar a calar las ganas de modificar todo lo que nos rodea, debe conducir a un estado en el que nos consideremos parte de la Naturaleza, no amos de la misma. Porque al final, la Tierra lo vale. Y si no es la Tierra ¿qué más podría valer tanto? Por favor, no responda con esoterismos.