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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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PARALAJES

“Tecnología”, consumo y progreso

“Tecnología”, consumo y progreso
La condición posmoderna comprendía el abandono de los “grandes relatos” (teorías globales y discursos de legitimación) como meras ilusiones. Fue la resaca de la modernidad. Teorías englobantes, pretendidamente universales, como el psicoanálisis o el estructuralismo fueron cuestionadas y relativizadas. La ciencia misma llegó a ser vista como un discurso legitimador de la modernidad.

El marxismo, que podría apreciarse como una teoría general o como un discurso legitimador moderno de la revolución y la utopía, también se puso en brete. Era momento de quiebre de la razón y de inéditas incertidumbres; de hecho, la incertidumbre retornó para instalarse definitivamente.

Uno de los grandes relatos de la modernidad, y entre los más justamente cuestionados, es el relato del Progreso. Y bien pudiera resultar que se tratara del único “relato” que la posmodernidad no ha disuelto por completo. Algo que cuadra muy bien con el cinismo posmo: nadie cree en el progreso, pero todos quieren beneficiarse de él.

Lo que realmente pasa es que al mito del progreso se le ha despojado de teleología, esa a la que el darwinismo dio el tiro de gracia. No hay fines preestablecidos, la humanidad no está obligada a servir un propósito u otro, no está predestinada a un lugar especial en su devenir histórico; y tampoco es el fin de un estadio anterior de desarrollo.

Pocos creen ya en el Progreso (con mayúsculas, al modo del siglo XIX), como ese ídolo que traerá no solo un mejoramiento material, sino también social, moral y humano; no solo una vida más próspera, sino una más digna, más interesante y, en todo sentido, mejor. Pero, nadie duda que la última laptop del mercado supera con mucho, en velocidad de procesamiento y memoria, a la de hace 10 años.

El marxismo y el psicoanálisis son reliquias (muy pocas universidades europeas y norteamericanas los siguen estudiando), pero el progreso sigue allí, vivito y coleando, acaso más fuerte que nunca, camuflado en el mito del consumo.

En nuestro tiempo, la palabra clave es “tecnología”. Sirve para expresar todo aquello que en el pasado era connotado con el vocablo “progreso”. Cuando la gente común y los medios de prensa dicen “tecnología” no suelen pensar que la rueda o el bolígrafo sean tecnologías (¡tan importantes!). Se refieren casi exclusivamente a la tecnología digital, o a aquellos entornos interactivos cuyo fundamento físico-técnico es la electrónica digital. Innovaciones recientes orientadas al consumidor. Espacios de interactividad/interpasividad, que han transfigurado profundamente los patrones de socialización. Todo eso es, hoy, “la tecnología”. Mágica palabra. Nos complica la vida y nos la simplifica. La hace diferente.

Somos condicionados a creer que tenemos que estar al día, de otro modo sobreviene la obsolescencia individual. Pocos imaginan formas alternativas de vida cotidiana y sociabilidad no atravesadas por la “tecnología”. Es costosa, cambiante, pero la anhelamos y esperamos todo de ella. Apenas estamos aprendiendo a convivir con ella. Pero, no es más (en su forma más grosera y elemental) que el viejo credo del progreso recargado. Y bueno, no queda otra que adaptarse, y además –he ahí el secreto- cultivando el “positivismo” (término que ahora reemplaza al viejo optimismo). Pero eso sería tema de otra columna.