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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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DESDE AFUERA

Tragedia carioca

Tragedia carioca
Hace un año, Río de Janeiro mostraba cierto orgullo al realizar los Juegos Olímpicos, que por primera vez ocurrían en una ciudad sudamericana. El orgullo era relativo porque el país vivía una crisis política y económica que preocupaba a todos, dejando muchas dudas sobre el futuro.

Recursos federales, estatales y municipales por un valor todavía desconocido, pero que alcanzaron miles de millones de dólares que habían sido invertidos en obras cuyo destino sería quedar como herencia benigna para la ciudad. La villa olímpica, por ejemplo, con sus más de tres mil departamentos sería una inyección de ánimo en el mercado inmobiliario. Es verdad que meses antes de la apertura de los Juegos Olímpicos el gobernador del estado declaró “situación de calamidad financiera”, una jugada maestra para obtener de Brasilia un par de miles de millones más argumentando que serían destinados para la seguridad pública durante el evento. Y también es verdad que desde hacía algún tiempo que la principal fuente de recursos de Río, los royalties por la explotación de petróleo, se había derrumbado de manera asombrosa.

Otra verdad, en aquel entonces limitada al terreno de los rumores: el gobernador anterior, Sergio Cabral, del mismo PMDB del ahora presidente Michel Temer y del ahora gobernador Luiz Pezão, robaba como quien respira. Bueno, se confirmó que Cabral y su pandilla se hicieron con por lo menos 150 millones de dólares, dando muestras de que el apetito de ciertos corruptos es insaciable. Todavía no se sabe cuánto robaron, pero comparado al tamaño del hueco en el presupuesto anual del estado de Río de Janeiro –calculado, a principios de agosto, en alrededor de los seis mil millones de dólares– tendrá siempre un peso más moral que material.

Bueno: el desempeño de los atletas brasileños en los Juegos Olímpicos de 2016 fue apenas regular, pese a algunos logros individuales formidables. Pasado un año de ese evento y cuatro del fiasco del Mundial, ¿qué es lo que se ve en Río de Janeiro, que por décadas ha sido llamada la ‘Cidade Maravilhosa’? Pues una tragedia cuyas dimensiones parecen desafiar límites, y que se extiende por todo el estado.

De los más de tres mil departamentos de la Villa Olímpica, se vendieron menos de 500. Y el mítico Maracaná, reformado por casi 500 millones de dólares, hoy es un campo seco y abandonado. Nadie juega al fútbol, entre otras razones porque el estadio está cerrado.

Hubo, por supuesto, una secuencia de años de gobierno cuya irresponsabilidad fiscal fue ilimitada. El río caudaloso del dinero del petróleo permitió, además de robos olímpicos, obras faraónicas y de necesidad altamente discutible. Cuando esa fuente secó, el Estado se hundió.

Si por todo el interior las marcas del abandono son visibles, en la capital, Río de Janeiro, y su conurbano, más que visibles se hacen escandalosas. La Universidad del Estado, la UERJ, considerada la quinta mayor del país y la undécima de toda América Latina, suspendió el año lectivo de 2017, por absoluta falta de dinero. No solo profesores pero también becarios no reciben su salario desde mayo. Tampoco cobran las empresas encargadas de vigilancia, limpieza, manutención y del restaurante.

Ese, en fin, el verdadero legado olímpico dejado a la Ciudad Maravillosa. O, quizá, el verdadero sueño de los que defienden, de manera fundamentalista, la imposición del “Estado Mínimo” en Brasil…

Tomado de Página 12