Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 18:38

SERENDIPIA

Beber en las calles…

Beber en las calles…
Carnaval, Gran Poder, Urcupiña o como se llame la fiesta popular son las razones que justifican una práctica arraigada en nuestro medio: farrear en las calles.

Ojo, no se trata de un problema legal, pues tenemos leyes nacionales y municipales que prohíben el consumo de bebidas.

Las normas indican la prohibición en “vía pública; espacios de recreación, paseos, eventos deportivos, establecimientos educativos y universitarios y espectáculos públicos de concentración masiva, salvo autorización”. La prohibición atiende espacios, horario, expendio, la edad de quien compra o con quién se consume. Uno de los problemas ligado a las leyes es la capacidad de cumplirlas; que el Estado y los gobiernos de los diferentes niveles puedan tener la fuerza, los recursos y la capacidad para garantizar su cumplimiento.

Pero el problema mayor y lo que debería estar en debate es cómo aplicamos políticas públicas o campañas o lo que fuera para evitar la farra. Parecería que la problemática es dónde y la edad para hacerlo, cuando en realidad estamos normalizando algo que tiene consecuencias de todo tipo, pero de todo tipo “negativas”.

Muchos probablemente se abstienen de emitir opinión porque en algún momento han consumido bebidas en las calles. Otros dirán que el alcohol es parte de la historia del ser humano y que es un tema de libertad elegir o decidir cuánto y cuándo parar. En este caso particular, la de la fiesta popular, para muchos no se puede ni explicar su existencia sin el consumo de alcohol. Bien o mal, está para quedarse, dirán.

Puedo admitir que está tan arraigada en nosotros la farra, “casada a la fiesta”, que suena muy idealista pensar en cambiar. Y, sin embargo, me atrevo a poner en el tapete dos temas. El primero es que no es tanto un problema beber en las calles, sino las consecuencias de hacerlo. Solo hay que mirar los noticieros y no habrá cuestionamiento sobre lo brutal que puede ser un ser humano borracho. El otro es que cualquier comportamiento que afecte a nuestra relación con el otro —el que no bebe, el abstemio, el niño, etc.— debiera ser tomado en cuenta por nosotros e imponernos no afectarlos. Tal vez, no son normas las que deberían regular nuestro comportamiento en algunos casos. Tal vez.