Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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¡Fuerza, ciudadanos!

¡Fuerza, ciudadanos!
Hace unos días, el colectivo No a la tala de árboles sufrió un duro revés. La acción popular presentada, por demás justificada y fundamentada, contra la construcción de un malhadado patinódromo, cayó en el pozo sin fondo de los mezquinos e irracionales intereses de una Alcaldía abocada a un desarrollismo depredador que ahora sí apresura la construcción en desmedro de uno de los pocos reservorios acuíferos que nos queda. Una batalla perdida en la cruenta y desproporcionada guerra sin cuartel que admirables ciudadanos y ciudadanas entablan contra instituciones públicas cada vez más autoritarias, prebendales, corruptas, violentas y carentes de interés por el bien común. A esa derrota podemos añadir las múltiples sufridas por otro valiente colectivo, el de las feministas del ¡Ni una menos!, que, pese a sus denodados esfuerzos de protesta contra la violencia de género, continuamente salen malheridas del alma frente a la desidia, incompetencia y corrupción de unos operadores de justicia que no dudan en revictimizar a las víctimas, en hacer caso omiso de las denuncias y encima ¡en soltar a los feminicidas!

Son derrotas que duelen, indignan y desesperan. Entiendo la desolación, rabia e impotencia que embarga a los que ponen el cuerpo en estas nobles causas ante tanta frustración. Sin embargo, es importante no desistir. No, nunca jamás, porque, como decía Cornelius Castoriadis, en un mundo donde los valores éticos comienzan a desvanecerse, ¿quién, sino ciudadanos éticos, educados y formados cuidará a los guardianes, a los encargados de hacer cumplir la ley? Más aun —digo yo—, ¿si a esos guardianes no solo les importa un comino el cumplimiento de la ley y sus funciones, sino que son un peligro inminente para la sociedad? No, ya no es posible confiar en los gobiernos y esperar abandonados a nuestra propia inoperancia que solo ellos solucionen los graves problemas de violencia, pobreza, salud, medio ambiente y tantos otros, sabedores y conscientes además de que son ellos precisamente los que nos encaminan al despeñadero y la catástrofe. Ahora más que nunca la ciudadanía debe manifestarse a través de acciones que respondan a una razón y a una ética sólida, fundamentada auténticamente en el bien común.

Es hora de despertar en nosotros lo más bueno, lo más bello y lo más justo. Sería suficiente con despertar de nuestro bovino letargo para hacer frente con la denuncia inclemente y la propuesta creativa a la actual política miserable y devaluada que nos cerca indignamente. Denuncia y propuesta, ambas necesarias para cambiar la fealdad, la suciedad y peligrosidad violenta de nuestra ciudad, de una ciudad despojada de sus áreas verdes y de sus espacios de solaz y amable convivencia, de su cultura. ¿Es posible una mejor vida que la que actualmente tenemos? La respuesta debe ser un sí rotundo, no hay de otra. Aunque, claro, para eso es necesario también vencer los miedos rastreros, nuestro patético individualismo que no es más que destilado egoísmo, la falta de inaudita de compromiso, factores que atan las manos y acallan las conciencias e impiden, por ejemplo, firmar peticiones justas. Es imprescindible salir de nuestra zona de confort en pos de una acción ciudadana que se apropie de lo público como algo realmente suyo, que lo atraviese de lo que genuinamente quiere ser. ¿O solo podemos ser lo que comerciantes, transportistas y politiqueros quieren que seamos? ¿No hay otras visiones, otros anhelos? ¿No somos las feministas, los ambientalistas, los artistas, los románticos y soñadores también ciudadanos? Es hora, me parece, de mover nuestros aburguesados traseros.