Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 00:06

Cuando el padre es un monstruo (VIII)

Cuando el padre es un monstruo (VIII)
En las familias donde el padre es un monstruo y la madre es indefensa, puede un abuelo o una abuela definirse como referente amoroso, como también algún tío o tía. Lo he visto con hermanos y hermanas, como también con amigos de la familia. Estos personajes, al ser figuras contrapuestas al monstruo, pueden forjarse como referentes en la construcción del sentido personal. En algunos casos, el referente sustitutivo no necesariamente es alguien de piel y huesos, puede establecerse esa referencia con personajes de ficción, actores o actrices de cine, rockstars, inclusive dibujos animados. Este fenómeno explica los suicidios que siguieron al suicidio de Kurt Cobain.

¿Cómo estas fatídicas historias pueden ayudar en la psicoterapia de hijos e hijas de monstruos? Lo fundamental es identificar el papel del padre en la construcción del sentido personal. Si este es indiferente, lo más probable es que la persona haya definido el eje de su referencia afectiva en otra persona significativa. Por ende, es un error caer en el mito de la “figura paterna”. No se trata de una referencia para la constitución de la identidad sexual, sino un referente de apego que será introyectado para la construcción de la identidad.

El odio hacia un padre monstruoso se justifica cuando el sentido personal no se haya convertido en un odio irracional hacia instancias ideológicas, religiosas o raciales. El paciente o la paciente deben aprender a asimilar el sentido de su odio, comprendiendo la indefensión ante un padre cruento e inmoral, evitar la desviación de dicho odio, asimilando la impotencia ante la violencia y los rencores, si los hubiere, hacia una madre incapaz de protección.

La decepción es más compleja de tratar, el descubrimiento de la monstruosidad del padre deriva en la destrucción de partes importantes del sentido personal y, por lo tanto, de la identidad y la concepción del mundo. El dolor, la culpa y la vergüenza se apropian de la persona, lo que conlleva desconfianza, desolación, miedo, desesperanza, desesperación. Estos sentimientos por sí mismos son confusos y se entremezclan. Es necesaria la renovación de la historia, aceptando la maldad del padre a pesar de su aparente ternura. La persona definirá si alberga el odio que el padre merece o si puede convivir con el padre bueno y el malo. Se trata, independientemente a ello, de un duelo complicado, al que se suma develar la reacción de la madre y del entorno familiar en general. En terapia se debe contener el desborde del dolor y del odio desaforado. Proteger a la persona del suicidio, manteniendo vigentes los logros relacionales actuales, con la pareja y con los hijos si los hubiere (...).