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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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PARALAJES

Indignación viral

Indignación viral
En las redes sociales los escándalos se propagan como reguero de pólvora. De ahí la expresión: “incendiar las redes”. El virus, lo viral, son las metáforas del momento. Los usuarios aceleran la autorreplicación y retransmisión de noticias, caricaturas, videos, ideas, o broncas. Cualquier contenido “interesante” puede devenir viral. Chisme e hiper-velocidad. Internet convierte al planeta en una aldea global o en una metrópolis global. Por una parte, la horizontalidad de las comunicaciones, la instantaneidad, la expresión directa —y a menudo, cruda— nos remiten al modelo de aldea. Por otra, la multiplicación de canales, el enorme volumen de información, hacen del ciberespacio una suerte de metrópolis o más bien una megalópolis algo enloquecida, con flujos informacionales de todo tipo, en calidad y cantidad, y mucho, mucho ruido.

El humano necesita comunicarse, mas la capacidad cognitiva, mental o cerebral, tiene límites, flexibles aunque no indefinidamente dúctiles. Las nuevas tecnologías ponen los límites cognitivos a prueba. Cada individuo reacciona de modo distinto y hará un uso de un medio novedoso acorde a su temperamento y hábitos. Unos son más curiosos y abiertos a la experiencia, mientras que otros son más circunspectos. En todo caso, emergen patrones comunes y uno de ellos es la tendencia a limitar el universo de aquello a lo que hemos de prestar atención. Esta autolimitación, necesaria y saludable, puede estar llevando a la paradójica retribalización del hombre moderno. Las tribus urbanas tienen su base social en la adolescencia; de allí obtienen su espontaneidad y energía. Y también están las tribus virtuales, abiertas a otras demografías, no aisladas de la ciudad, de la vida “real”, pero autogeneradas e independientes. A Julia Kristeva, en los años 70, le resultaba curiosa y preocupante la ghettoización cultural norteamericana. Hoy acaso estemos viviendo lo mismo, a nivel global.

Hay un vínculo entre alfabetismo, escritura, discurso articulado y la generación de un espacio público común en el que actúan sujetos políticos, los ciudadanos. El ciudadano virtual tiene innumerables ventajas sobre el ciudadano a la vieja usanza. Puede recibir mucha información, puede contrastarla y filtrarla. Además puede dar su opinión inmediata, puede interactuar, interpelar. Pero tiene la desventaja de que su voz pueda perderse en la cacofonía de un mercado de ideas caótico. Se trata de un mercado fragmentado en una infinidad de micro-espacios. Eso podría no ser novedoso, mas la facilidad con la que se puede entrar o salir de un espacio tiene como contracara la trivialización.

Prospera el pensamiento de grupo y un partidarismo efímero. Algo es lo más importante del mundo en un momento y luego, de inmediato, se olvida. El sentido moral sufre por exceso de estimulación. La masa virtual se entera de algo indecoroso, y entonces las redes se incendian. Puede tratarse de un hecho, pero a veces apenas se trata de lo que alguien dijo. Puede ser algo muy grave o una completa tontería. Unos se cargan de indignación, braman y maldicen. Otros se indignan ante la destemplanza de los primeros, su intolerancia, su propensión a la censura. Las voces moderadas sobran. A veces hay consecuencias, pero en general se trata de un deporte absurdo. Hay gente comprometida y con una dosis apreciable de quijotismo. Igual, lo preponderante es la polémica. Gracias a la irreflexión, la indignación se hace viral. Aunque la indignación sea justa, la falta de ecuanimidad, pueden llevarla al nivel de lo virulento y potencialmente destructivo.