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  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

Crimen y castigo

Crimen y castigo
El título nos remite a la obra de Fiódor Dostoievsky, en la cual un hombre joven comete un crimen, con la consecuente lucha interna entre las emociones y delirios. A medida que pasan los días, es aún más difícil vivir con esa carga emocional, y termina declarando su crimen, porque su conciencia vigilante se subleva y no lo deja en paz. ¿Será posible en la vida real que suceda este delirio? No sabemos si el ser humano convive con esta carga emocional y la internaliza de tal manera que los actos violentos hacia otras personas pasan desapercibidos y hasta son normales. Las transgresiones físicas y psicológicas son el pan de cada día. Agresiones verbales, violaciones perpetradas contra mujeres, niños y niñas, hasta ancianas. ¿Cuál es el significado de la violación sexual? No es tan simple como parece. No es que el hombre destape su cerebro reptiliano y ejecute el acto de violación.

Rita Segato, antropóloga argentina, desde hace más de dos décadas investiga en cárceles del Brasil la violación hacia las mujeres, para intentar comprender el porqué de la violencia misógina, transfóbica y homofóbica. Segato desenmaraña de manera categórica la ideología del macho y la mentalidad de los violadores, llegando a la conclusión que estos crímenes son “formas disciplinares que el patriarcado tiene hacia todos aquellos que desafían su mandato y soberanía”. Lo que más impacta es cuando señala que la violación es “un acto de moralización, en el cual el hombre siente y afirma que está castigando a su víctima por algún comportamiento que entiende como un desvío, un desacato a una ley patriarcal”, de tal forma que el victimario, a su vez sancionador, siente que actúa a favor de una ley moral.

Si hacemos un recorrido diacrónico a la historia de la humanidad, desde las guerras tribales, de conquista y convencionales hasta la primera mitad del siglo XX, no solo hubo masacres, genocidios, destrucción y sometimientos, sino que hubo violaciones, no como hecho genital, sino como demostración de poder. Como símbolo de dominio territorial, al hombre sometido se le obligaba a presenciar violaciones que cometían contra las mujeres de aquellos pueblos. El cuerpo de las mujeres fue trofeo de guerra.

En sociedades actuales, urbanas y rurales, la violencia dirigida a la supuesta debilidad, es un síntoma de lo que ocurre en el mundo. Existe el concepto de “dueñidad” que, según Segato, excede al de desigualdad, porque “marca la existencia de figuras que son dueñas de la vida y de la muerte”. ¡Y qué del hombre! (grito). Deberá obedecer al mandato de la triste masculinidad, tendrá que probar su potencia mediante el cuerpo de las mujeres. En este camino, el hombre que está obligado a vivir su masculinidad convivirá con aquella carga emocional, con delirios, frustraciones y proyecciones de odio, momento en el cual irrumpirá con violencia, demostrando a los otros hombres su virilidad. Prohibido ser débil, no se llora, eres hombre, eres macho. Esta violencia sistémica hacia hombres y mujeres, que debe ser prioridad en la agenda de los investigadores sociales, no es atribuible al individuo como tal, sino a la sociedad patriarcal y a sus intenciones encubiertas con nombre y apellido: masculinidad, castigo y violación.