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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Memes, opinión pública y democracia

Memes, opinión pública y democracia
Andrés Gómez Vela, en su artículo “Memes y corrientes de opinión”, concluye con un silogismo fallido que dice: “Si asumimos que la democracia es nada más que el gobierno de la opinión pública y entendemos a la opinión como la expresión entre la ignorancia y el conocimiento, podemos concluir que los memes gobiernan la opinión pública”. De un modo amable, quisiéramos pensar que Gómez Vela podría haber dicho: “La democracia es el gobierno de la opinión pública, los memes son expresión de la democracia, luego, los memes son la expresión del gobierno de la opinión pública”. Digo amablemente porque al final de cuentas, según su razonamiento, resulta que ¡la democracia es el gobierno de los memes!, lo cual me resulta mínimamente perturbador.

En su apología del meme, el periodista reconoce que la combinación de humor, sarcasmo e ironía hacen de los memes “bombas lingüísticas que causan estallidos de sonora risa popular”, y “pueden voltear una forma de pensar y hasta cambiar el humor de la comunidad”. Dando una vuelta a la tuerca, Rolando Tellería, en otro artículo, extrapola a la realidad boliviana la afirmación de Manuel Castells, quien indica que los movimientos sociales de las redes, al convertirse en agentes de cambio que buscan transformar el orden establecido, tienen la capacidad de derrocar gobiernos. Tellería afirma que el medio más efectivo de oposición al Gobierno de estos “sitios” son los memes. Con esa lógica, es dable pensar que los memes pueden tumbar gobiernos. Sin embargo, considero importante otra mirada a este fenómeno.

Volvamos a Gómez Vela, quien dice que los memes gobiernan la opinión pública, y para quien esta última —siguiendo a Platón— es la expresión situada entre la ignorancia y el conocimiento. Si es así, debemos asumir entonces que memes y opinión son expresiones engañosas, superficiales y falsas. ¿Quién se expresa a través de los memes? El pueblo llano, el vulgo que ahora se hace masa incorpórea en las redes y se conglomera políticamente a través de ellas, dando rienda suelta a su vacuidad e intenso deseo de diversión. ¿Y quién hace los memes? Uno perteneciente a esa masa virtual, que no es más ni es menos. El medio informado que dispara desde su anárquico anonimato, desde su vulgaridad invisible lo que las masas desean y necesitan: exaltación y entretenimiento. Muy fácilmente consiguen la adhesión de cientos, incluso miles de entusiastas que no dudan en poner “likes”, caritas felices, rientes, enojadas, y sus comentarios sin tapujos vomitando emociones en estado puro, pero que no van más allá.

Son las masas incorpóreas suficientemente embotadas incluso para creerse que desde la comodidad del mínimo “click” pueden cambiar el curso de la democracia, o al menos cambiarla para el bien común. Pero, incrédula, me pregunto: ¿Qué de bueno trae vivir en el mundo de las apariencias y de las medias verdades para la democracia? ¿Realmente somos tan ilusos para creer que rientes y apoltronados podremos conquistar a memazo limpio la democracia que supuestamente anhelamos? No me lo trago. Los malditos y chistositos memes no tumbarán gobiernos (no deberían). No nos conducirán a la tierra siempre prometida de la democracia. No. Ellos simplemente son caballitos de Troya que encarnan nuestra vulgaridad, nuestra grosería, nuestra trivialidad y, a pesar de las risotadas, solo nos paralizan y promueven el autoengaño.