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Modernidad o destrucción patrimonial

Modernidad o destrucción patrimonial
Las transformaciones más significativas producidas en la estructura tradicional del centro urbano de la ciudad de Cochabamba, antes de la finalización del sigo XX, fueron las generadas por la apertura de nuevas avenidas. Tal acción alteró el trazado de calles homogéneas, característica del modelo fundacional sustentado en el damero colonial republicano, según explica el arquitecto cochabambino Carlos Lavayén. La afectación no solo influyó en la dimensión del perfil de las vías, sino fundamentalmente en el crecimiento volumétrico, funcional y plástico que adoptaron los nuevos edificios. Y es que las construcciones comenzaron a ser de corte moderno racionalista, incoherentes con el contexto del paisaje urbano tradicional que hasta entonces mantenía un tejido urbano patrimonial de “centro histórico”.

Estas consideraciones que estaban en boga en la vanguardia urbanística internacional durante los 70 no tuvieron su correlato en Cochabamba. Las autoridades municipales, con el argumento del progreso y modernidad, experimentaron en 1976, con notable éxito político, la apertura inicialmente de la calle México y posteriormente de la antigua calle Perú, ubicada a una cuadra de la Plaza Principal. Esta última vía se transformó en la actual avenida Heroínas, la misma que, además de su función de conexión entre el oeste y el este, fue el lugar donde aparecieron los primeros edificios de importante altura, con el consecuente encarecimiento del suelo urbano y la degradación del valor patrimonial del sector central.

Uno de los gestores de tal transformación fue el alcalde Humberto Coronel Rivas, ejecutor de anteriores intervenciones de ampliación y por ello conocido como “Topadora”. El 8 de octubre de 1985, OPINIÓN anunció la ampliación de la calle Ayacucho para transformarla en avenida, acción que en 1986 fue prioridad del Coronel, quien inauguró la obra el 26 de marzo de 1989, hace casi dos décadas.

El 27 de abril de 1986, el matutino detalló las obras de ampliación y asfaltado, en el sector comprendido entre la Aroma hasta la 6 de Agosto, para favorecer la ubicación de la terminal de buses. Esta acción se constituyó en el prolegómeno para la ampliación de la antigua calle Ayacucho, en el sector central y afectando gran parte del tejido tradicional histórico.

Varios propietarios fueron cediendo parte de sus inmuebles. Consideraban la obra necesaria para vincular norte y sur. Además, advertían que la medida ya formaba parte del plan regulador aprobado en 1961, y que solo restaba ejecutar el tramo comprendido entre la avenida Aroma y la calle México.

Por otra parte, otros vecinos y profesionales, especialmente arquitectos alineados a la corriente de preservación de los centros históricos, se opusieron. Argumentaron, en diversos foros, que las demoliciones derivarían en la destrucción irreversible de un importante sector urbano, con bienes inmuebles catalogados como de valor histórico ambiental. De igual modo, señalaron que la vinculación entre norte y sur no debía necesariamente atravesar el centro. En ese marco, citaron varios ejemplos aplicados en ciudades protegidas. Sobre la disposición de 1961, manifestaron que el instrumento de planificación vigente era el plan director aprobado en 1980, que observaba la protección de las edificaciones patrimoniales en el Distrito 5.

En medio de las posiciones encontradas, se acudió a la decisión del Concejo Municipal que, por mayoría de los miembros, estuvo a favor de la ampliación. En consecuencia, se emitió la ordenanza para el ensanche de la vía, con la instrucción de expropiación de terrenos en un plazo de 60 días, junto a un reglamento para las nuevas edificaciones.

La demolición comenzó el 23 de marzo de 1988. Entretanto se cumplían los trabajos, se realizó el Encuentro Regional de Arquitectos del Grupo Andino (Raga), cuyos participantes desaprobaron la obra, por considerarla anacrónica y un atentado a la conservación del patrimonio de ciudades históricas.

Un año después de iniciada la intervención, se inauguró la nueva Ayacucho. ¿Cuán bien hicieron las autoridades de entonces? El debate sigue abierto.