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Hitchcock y Achacachi

Hitchcock y Achacachi
En la década de los años 60, se estrenó la película “Psicosis”, dirigida por el maestro Alfred Hitchcock y basada en una novela homónima de Robert Bloch. En tales obras se narra un crimen contra una joven mujer, la señorita Marion, que ha robado de su oficina unos miles de dólares y se aloja en un motel. Allí, alguien que no se identifica en principio la acribilla a puñaladas mientras ella se ducha. Luego, misterio tras misterio y trama tras trama, nos enteramos de que el criminal es el encargado del motel, Norman, hijo de una madre iracunda e intolerante, fallecida muy anteriormente, pero cuyo cadáver aún conserva el hijo apoltronado en una silla. El hijo se apodera de la personalidad de la muerta y comete actos insanos. El filme, como todos los que llevan la firma de Hitchcock, es señero y paradigmático de las películas de misterio y terror. Las actuaciones de Janet Leigh y de Anthony Perkins en los papeles estelares son simplemente insuperables, al extremo de que Perkins no pudo actuar en otra película con mediano éxito.

Psicosis es el término que señala un trastorno de la personalidad individual, motivando conductas patológicas sumamente peligrosas. Los cientistas especializados han tipificado, también, conductas sociales impregnadas de este tipo de trastorno. De ahí surge el concepto de psicosis colectiva para establecer que ciertos agrupamientos humanos, bajo condicionamientos y estímulos concretos, asumen posiciones de anormalidad, motivando la pérdida de la individualidad para asumir una otra de caterva u horda descontrolada y salvaje. Los ejemplos en la historia universal son vastos, pero en nuestra realidad tienen una frecuencia pasmosamente periódica e inaudita, expresándose ya sea en el colgamiento de un Presidente, el asesinato de un Viceministro o en los periódicos y reiterados linchamientos.

Más grave aún es el hecho de que tales desdoblamientos anormales de conducta popular se ubican, por lo general, en un espacio territorial determinado. Tal es el caso de Achacachi y el degollamiento de perros negros como amenaza velada para quien no se alinee a cierta ideología política. Muy recientemente, constatamos la acción vandálica contra los moradores de su propio suelo y hermanos afines, contra quienes, con saña inaudita, les quemaron viviendas, saquearon sus negocios privados y amenazaron con envenenar el agua pública de consumo. Este grupo identificado como Ponchos Rojos ostenta la triste fama de radicalidad y violencia.

No por nada, el Gobierno ha desplegado medio millar de uniformados para evitar que se causen mayores estragos. Una conclusión final es peligrosa, pues nos llevaría a una especie de fatalismo geográfico y racial inaceptable. De ahí que cabe recordar que Achacachi es el lugar de los omasuyos, grupo étnico al que debe el nombre la provincia, pero ella ubica varios cantones, entre otros el de Warisata, de gran memoria. Fue allí que Pérez y Siñani plantaron la semilla de un proyecto escolar liberador y comunitario de gran alcance, bajo la trilogía de estudio, trabajo y producción, antítesis perfecta de lo que caracteriza a su hermano zonal vecino.