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Educar en virtudes

Educar en virtudes
“No sé qué vamos a hacer, los valores se han perdido”. “La educación en valores es parte de la identidad de esta institución educativa”. “Debemos recuperar los valores sociocomunitarios”. “La juventud hoy en día ya no tiene valores”. Frases como estas las escucho a menudo en mis conversaciones con profesores, directores y padres de familia de unidades educativas. Algunas veces me pregunto: ¿Qué estamos entendiendo por valores? De hecho, muchos manuales de filosofía no contemplan este término por ser de reciente procedencia. En cambio, un término que está muy ligado a la ética y que proviene del gran Aristóteles es el de la virtud.

¿Son lo mismo valores y virtudes? No. Los valores tienen más relación con convicciones acerca de lo que es bueno para cada individuo y para la comunidad que lo rodea. La lista de valores puede ser muy larga, pues depende de las evaluaciones que cada persona realiza en la búsqueda de su bien personal, es decir de su felicidad. Sin embargo, son también importantes los valores comunes, aquellos que son reconocidos por la sociedad en su conjunto. De allí que podemos hablar del respeto, la honestidad, la solidaridad y la libertad, entre otros, como valores exigibles a cualquier individuo.

San Agustín afirmó que para alcanzar el bien no es suficiente con reconocerlo por medio del intelecto, sino que es necesario moverse hacia él. Por ello, la comprensión de los valores es un primer paso para luego dar lugar a la actuación de la voluntad.

Aquí es donde entra en juego la virtud. Si los vicios son hábitos malos y dañinos, la virtud es comprendida como un hábito bueno que lleva a alcanzar un bien y depende de la voluntad.

Sócrates afirmaba que es suficiente conocer el bien para practicarlo. Todos nosotros tenemos la experiencia de haber hecho el mal que no queríamos y no haber hecho el bien que conocíamos, por lo que no es suficiente saber qué es bueno para, automáticamente, ponerlo en práctica. Educar en las virtudes supone el ejercicio concreto de los valores. Entonces, si queremos educar en el valor de la honestidad, es necesario decir la verdad como un hábito, de tal manera que sea difícil y costoso decir una mentira.

En nuestra Constitución Política del Estado, aparecen los tres principios éticos del imperio incaico: Ama sua (no seas ladrón), ama llulla (no seas mentiroso) y ama qhilla (no seas flojo). Estos tres principios están ligados con una serie de valores y virtudes, los primeros dos, por ejemplo, están relacionados con la honestidad, la responsabilidad y la sinceridad (entre otros). El tercero, en cambio, tendrá que ver con la laboriosidad, la perseverancia, el orden, etc. No olvidemos además los consejos que recientemente Xabier Albó le dio al Presidente: Ama llunk’u (no seas adulón) y ama ch’in(ya) (no calles aquello que tienes que decir).

Para educar en las virtudes, el primer virtuoso tiene que ser el maestro. No podemos enseñar a nuestros estudiantes ser puntuales si nosotros somos impuntuales. La coherencia entre discurso y acción se traduce en la virtud de la integridad personal. No olvidemos que los estudiantes aprenden más de lo que se hace y se vive que de las teorías enseñadas en el pizarrón. El mejor maestro es aquel que, sin querer, educa por medio de sus acciones virtuosas, cargadas de valores.