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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Cristianismo fuera de Palestina

Cristianismo fuera de Palestina
El primer fariseo, soldado romano convertido al cristianismo fue Pablo de Tarso, miembro de una familia hebrea de la diáspora o residente fuera de la Judea.

En los primeros años del cristianismo, después de la resurrección y cuando un desconocido acompañaba a los discípulos del crucificado en el camino de Emaus, los mismos lo reconocieron solo cuando se sentaron en la mesa de una posada y vieron cómo partía el pan. Los apóstoles eran todos galileos, excepto Judas Iscariote el traidor y creyeron que el Mesías había llegado exclusivamente para salvar a la población de Palestina de la opresión romana y brotó algo así como celo ante la aparición de un intruso, Pablo de Tarso que no era palestino, era más bien de la comunidad griega de Tarso, aunque si su padre y su madre eran judíos de los miles que vivían en la diáspora. Aquel progenitor era además ciudadano romano, como toda su familia, por herencia, entre ellos Pablo.

Pablo de Tarso era un desconocido para los seguidores de Jesús y algo así como un entrometido en la difusión de la doctrina del Nazareno. Este era el primero que comprendió que la misión de Jesús no era para quedarse detrás de los muros de Jerusalén simplemente. Su misión era el mundo, la humanidad toda y el instrumento para difundir la doctrina más allá de la galilea, era precisamente, Pablo de Tarso, el primer periodista que difundió la buena nueva más allá de Galilea. Sus cartas y sus visitas a diferentes ciudades fuera de la Judea lo identifican como al primer periodista de la buena nueva para el mundo. El hecho mismo de la conversión de Roma al cristianismo son una clara prueba de la misión de Cristo.

En Italia, la provincia de Perusa, lo más selecto de admiradores del arte visitaban los museos donde apreciaban los frescos de Giotto. Allá un hombre que disponía de mucho más de lo necesario, personaje admirado por bellas mujeres, se decidió por la pobreza, haciendo realidad aquello de “Bienaventurados los pobres” en son de testimonio personal de la vida que llevó Cristo. Se hizo fraile y es el impulsor, solo con su ejemplo, de la condena a la ostentación de la Iglesia. Es el precursor del rechazo a la compra y venta de indulgencias para ganar al cielo.

Al presente la ciudad del Vaticano en Roma es el centro del mundo católico.

La Iglesia es el opio del pueblo, sostenían los líderes de los países del bloque socialista. Estaban prohibidas las actividades públicas religiosas. Los sacerdotes ortodoxos de la Europa oriental, se daban modos para celebrar sus misas. Bajo esta consigna de prohibición de las actividades religiosas vivieron las naciones de la Europa Oriental, de entre ellas Polonia era reconocida como el país más católico del viejo mundo. Hasta entonces, era privilegio de los cardenales italianos ser elegidos como papas. Según comentario del periodista Marcelo Gonzales Yaksic el cardenal Felici anunciaba una feliz novedad “Habemus Papam: Cardinale Karum Wojtyla”. Era el primer papa no italiano en más de cuatro siglos procedente de la Europa Oriental, ese territorio muy bien demarcado, donde el comunismo llevaba varias décadas sojuzgando a pueblos enteros bajo un régimen de insensatez nunca antes conocido. Los políticos de esa época siempre recordarán a Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano, que esa misma tarde dijo lamentándose: “Era lo peor que nos podía haber pasado”.

El mundo de hoy es testigo de que la nueva autoridad religiosa, es del otro lado del Atlántico. El nuevo mundo tiene en Francisco al papa, cuya elección y presencia en el Vaticano son otra muestra de la universalidad de la Iglesia y el avance más allá de Tierra Santa, de Italia, de la vieja Europa y ahora con presencia viva de un papa sudamericano.