Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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En vez de un tratado usurpador un convenio de paz y amistad

En vez de un tratado usurpador un convenio de paz y amistad
En la proyección de un esclarecimiento ético, jurídico e histórico, ésta es buena oportunidad para analizar el origen, el contenido y las proyecciones múltiples e indefinidas del tratado suscrito entre Bolivia y Chile en 1904. En la lógica de una repetición constante, pretenden hacernos creer que se trata de un convenio de paz y amistad, proyección ideológica que no aguanta un análisis mínimamente exigente.  

I.- La humanidad, desde siempre, como parte de su esencia superior, sabe que los “acuerdos” entre personas, grupos o países, impuestos por la fuerza, por el miedo o por la influencia de fuerzas materiales que impiden pleno desenvolvimiento de la conciencia,  no tienen validez universal, es decir, no son aceptados voluntariamente, por todos los que tienen algo que ver con ese hecho, aparentemente jurídico. Tarde o temprano, la parte disminuida toma conciencia del maltrato recibido y reacciona en la lógica de la razón, de la verdad y de la justicia. No hay en la historia, un acuerdo o convenio suscrito bajo la amenaza trágica de las armas, que sea duradero. Es cierto, las potencias dominantes impusieron no sólo la suscripción de documentos desiguales, sino condiciones obligatorias a favor de alguien y en perjuicio, generalmente, de los débiles. Pero, esas imposiciones fueron causa de largos procesos inestables, desiguales y violentos. La inestabilidad y la violencia ocasionan gastos inútiles y no sólo perturban, sino obstaculizan la consecución de grandes objetivos de significación colectiva, acaban en choques trágicos, con millones de muertos y destrucción estúpida de bienes insustituibles. Durante los siglos XVIII, XIX y XX, los enfrentamientos bélicos, preponderantemente, en Europa, han sido devastadores, no sólo de aspectos materiales sino de componentes culturales dignos de conservación permanente. Las personas, los pueblos, los Estados marginados, humillados y explotados, cuando la oscuridad ha pasado, cobran su venganza en acciones heroicas inscritas en las páginas brillantes de la historia.

Es difícil, excepto en circunstancias también desiguales, pretender imponer la validez de supuestos acuerdos forzados por la metralla, por la amenaza o simplemente por la diferencia dramática de medios materiales. El pensamiento colectivo, las exigencias éticas y civilizatorias de la humanidad, rechazan semejantes imposiciones y le niegan toda cobertura jurídica. Convenios, acuerdos y tratados, impuestos por la fuerza, son no sólo nulos sino acontecimientos opuestos a la naturaleza equitativa del ser humano, constituyen acciones guerreras cristalizadas en ficciones jurídicas deleznables.   

II.- Otro postulado esencial, en la lógica pacifista de la civilización, es que todos los acuerdos, tanto de dimensión individual como colectiva, deben ser equilibrados, armónicos. Esto quiere decir que las partes deben dar y recibir  lo que justamente les corresponde. Es, no sólo desigual, sino feo y desagradable, la construcción y consiguiente mantenimiento de un supuesto acuerdo en el que una parte recibe infinitamente más que la otra. Los avances  jurídicos han consolidado la figura de la lesión y en progresión ascendente de la lesión enorme y enormísima.  Esto, como ya hemos dicho, sucede cuando en una relación bi o multilateral, alguien o algunos, en ejercicio de su fuerza o de su perversidad cínica, se apoderan de lo que pertenece a otros.  Semejante desigualdad, en cualquier tiempo y lugar del mundo, inutiliza el mecanismo idóneo de entendimiento y cooperación. La lesión enormísima, en ámbito del derecho de los países, es causa de nulidad, simple y llanamente porque el momento en que cambian las condiciones, la lógica de la justicia, moviliza fuerzas antes disminuidas o marginadas, para restaurar la verdad.

III.- En relación con los principios de validez universal y permanente que acabo de establecer, el Tratado de 1904, suscrito entre los gobiernos de ambos países, de aquel momento histórico, es opuesto a la razón, a la moral, a la justicia, a la historia y, consiguientemente, a la paz y a la amistad. No hay paz sin justicia, ni amistad sin una relación de mutuo respeto y conveniencia.

Nadie suscribiría semejante documento, me refiero a la parte boliviana, si no estuviera bajo la presión de una fuerza aterradora o el efecto de una figura espeluznante. Analizando el documento, donde no consta el antecedente bélico, ciertamente, parece una aberración inconcebible. Los doce artículos del Tratado de 1904 parecen formar parte de una operación de compra venta inicua, operación en la que una parte, la más débil y oprimida, entrega extensos territorios patrios, su costa y su mar en ámbito del océano Pacífico, a cambio de un ferrocarril entre Arica y La Paz, dé garantías para la consecución de créditos destinados a la construcción de ciertos ferrocarriles, de trescientas mil libras esterlinas y de facilidades para acceder a puertos que en virtud de dicho documento desequilibrado, siendo de Bolivia, acaban ajenos y distantes.  ¿Puede suceder esto, en igualdad de condiciones y por objetivos fundamentales como la paz y la amistad, en algún lugar insólito del mundo? ¿En nivel más pragmático y entendible, es posible que alguien, aún en las condiciones de represión más crueles, entregue una parte esencial de su patria a cambio de compensaciones económicas insignificantes?  Estos hechos suceden sólo por efecto del miedo generado por un poder agresivo, de la exacción perpetrada sin ninguna consideración humanista.

IV.- El Tratado de 1904, analizado en el marco de su propio contexto, es inconcebible, se explica sólo por la lógica de la amenaza y el terror. La guerra de 1879 no fue iniciada por Bolivia. No hubo ningún propósito ni objetivo boliviano.  El acontecimiento bélico, propiamente dicho y su final trágico y terrible para Bolivia, que no admite explicación de ninguna clase, demuestra que la guerra fue iniciada y ejecutada fríamente por Chile, en la proyección de su política expansionista y dominante. No fue pues por la paz ni por la amistad. Bolivia, bajo el imperio de la fuerza bruta y de la violencia, fue obligada a entregar su mar y una parte fundamental de su territorio y no lo hizo en la lógica de una convivencia civilizada, sino de la imposición, del cercenamiento, de la invasión, componentes inhumanos y aculturales que, de ningún modo, pueden legalizar ni legitimar esa forma de apropiarse territorios ajenos.  

Por su contenido, el Tratado de 1904, no es un acuerdo pacífico, no es un acontecimiento cultural equilibrado, es un contrato impuesto a través del cual Bolivia queda enclaustrada y Chile más grande, más fuerte, más dominante. Entonces, si no es un acontecimiento pacífico y de amistad, es un medio de represión, de dominio, de invasión, es la violencia misma cristalizada en un texto ajeno a todo principio trascendente, a toda relación evidentemente humanista, a todo acontecimiento civilizado. En el Tratado de 1904, están presentes la soberbia del vencedor y la humillación silenciosa del perdedor. Tal instrumento existe, pero no merece el reconocimiento de los pueblos que interactúan en la proyección avanzada de la cooperación, del respeto mutuo, de la equidad y consecuentemente de la paz. Bolivia es pacifista, fiel a tal compromiso, su objetivo esencial es un acuerdo de verdadera paz y amistad. Lo que hay ahora, está no sólo lejos, sino es ajeno a tal postulado esencial. La base determinante de la paz y de la amistad es la justicia. ¡Entiéndase bien, lo que deseamos es paz, amistad y  cooperación mutua!